Blondi

Crítica de Andrés Brandariz - Cinemarama

Posiblemente el de Blondi, opera prima de Dolores Fonzi como realizadora, sea el estreno mundial de más alto perfil de este 24 BAFICI: no sólo por los rutilantes nombres delante y detrás de cámara, sino porque se trata de otro exponente de la creciente «internacionalización» de las producciones locales. En la secuencia inicial, Blondi (Fonzi) se levanta temprano para trabajar, abandonando la cama donde duerme junto a su hijo Mirko (Toto Rovito), se sube a su añejo Renault 18, prende un porro de tamaño considerable y pone música. Del equipo surge la melodía de “Sunday Morning”, la icónica apertura de The Velvet Underground & Nico.

Por sí misma, esta elección (y las que vendrán, pues las canciones del disco se convertirán en un elemento estructurante de la película) permite suponer la presencia de capitales extranjeros en la producción, habilitando decisiones artísticas que para un productor dependiente de los créditos y subsidios del INCAA resultarían imposibles. La suposición se confirma antes de formularse: entre las placas de inicio de Blondi está la de Amazon Studios (lo cual probablemente asegure su estreno en salas y llegada al streaming) y en los créditos de producción, Gran Via (empresa norteamericana detrás de Breaking Bad y de tantísimas películas que muestra cada vez más interés por el mercado hispanohablante).

Si este tipo de nombres en una producción local despiertan siempre una pregunta en torno a las concesiones identitarias que implica diseñar una película para una audiencia más amplia, corresponde decir que Blondi no parece haber hecho ninguna. Diría: entre las virtudes de la película está la caracterización de la clase media sin lujos de la protagonista y su hijo, y de su mirada de la familia como un ensamblaje en el cual ninguna pieza cumple el rol que se espera de ella, sino que se retroalimenta de las otras para dar forma a un sistema intensamente propio. En un escenario de películas argentinas producidas por Netflix que ostentan un borramiento evidente de todo aquello que podría volverlas vernáculas, copadas por familias tipo de presunta clase media que habitan casas más a tono con el poder económico del primer mundo que con la realidad de nuestro país, Blondi se festeja.

Más allá de sus condiciones de producción, es justamente la construcción de su acotado universo el aspecto más destacado de la película. Un universo organizado en torno a la maternidad o, más precisamente, a las diferentes maneras de abordarla. Blondi, que quedó embarazada de Mirko cuando era adolescente, sostiene con su hijo un vínculo intenso, de fuerte dependencia y de profundo afecto. La presunta horizontalidad empieza a resultar, sin embargo, un peso para Mirko, que espera el veredicto de su postulación a una beca en el exterior a la vez que oculta su decisión a la madre, temiendo el impacto emocional que podría generarle el abandono.

Hay, en la película, otras dos madres: la propia madre de Blondi (Rita Cortese), desprejuiciada y confidente, y su hermana (Carla Peterson), a quien acaso pueda pensarse como la parodia de la familia marca Netflix: ciertamente más acomodada y ordenada que la de Blondi, con un marido de pocas luces (Leonardo Sbaraglia) y dos hijos pequeños. Sin embargo, andando el relato, la hermana se fuga y quedan Blondi, Mirko y su abuela a cargo de los sobrinos. Madre e hijo emprenden un viaje en auto para traer a la hermana de regreso y por un rato la estructura es la de una road movie, una aventura que -sin que Blondi lo sepa todavía- será la última antes de la partida del hijo.

Hasta su último acto, el relato no plantea para la protagonista un arco de transformación muy pronunciado; más bien podría pensarse que el cambio comienza justo cuando la película termina. De a poco, Blondi empieza a aceptar la partida del hijo y se reencuentra con su individualidad tan postergada, primero por aquel embarazo inesperado y luego por la posterior crianza; a la vez, se promete una reconexión con la hermana, que posterga su regreso a los roles de madre y esposa. Este tramo final sugiere, a la vez, una demorada llegada a la adultez y un regreso celebratorio a la adolescencia; acaso un conflicto más denso, un recorrido dramático más concreto que el que se ha elegido llevar a la pantalla. Una buena razón, quizás, para reencontrarse con el universo de Blondi en una película posterior.