Blancanieves

Crítica de Guido Pellegrini - A Sala Llena

Blancanieves, de Pablo Berger, integra una particular lista de películas que emulan al cine mudo, integrada por La Antena de Esteban Sapir, El Artista de Michel Hazanavicius, Tabú de Miguel Gomes y la filmografía del canadiense Guy Maddin. Como el Pierre Menard de Borges, que reescribe textualmente el Quijote, estas cintas reviven el pasado, pero al hacerlo en el presente son necesariamente distintas al modelo que copian.

Berger reelabora el cuento de los hermanos Grimm aludido en el título. La heroína, en este caso, es la hija de un famoso torero sevillano, Antonio Villalta, quien sufre un accidente durante una corrida de toros y queda parapléjico. El mismo día, su esposa muere al dar a luz a una beba, y Antonio, doblemente entristecido por su tragedia y la de su amada, rechaza a su hija. Carmencita, entonces, es adoptada por su abuela, mientras Antonio se casa con Encarna, la enfermera que lo cuida durante su convalecencia. Varios años después, esta abuela fallece, y la niña se traslada a la estancia de su padre, donde descubre que Encarna mantiene a Antonio recluido en un dormitorio, mientras ella disfruta del dinero y el prestigio del apellido Villalta. De todos modos, Carmencita logra construir una relación con su padre, pero Encarna los detiene. Tiempo más tarde, sobrevive a un intento de asesinato, aunque pierde la memoria en el proceso, y cuando un grupo de toreros enanos la rescata, ella pasa a formar parte de su espectáculo itinerante.

Como en las películas mudas, la cinematografía es en blanco y negro y los diálogos aparecen en intertítulos. Habituados a la verosimilitud del cine sonoro, nunca dejamos de advertir lo que falta: las voces, el berrido del toro, el clamor del público. Blancanieves, como El Artista, La Antena y Brand Upon the Brain! de Maddin, aprovecha la irrealidad y el clima onírico del cine mudo para transportarnos a un territorio fantástico. Sin embargo, en la película de Berger, esta evocación del pasado es casi decorativa. Maddin, Sapir y Gomes, en cambio, son más ambiciosos. Sapir imagina una ciudad distópica, en la que la falta de voz simboliza la restricción de las libertades. Y a través de sus narradores, cuyas voces remplazan las de sus personajes, Maddin profundiza en los misterios de la memoria personal y Gomes, en el trauma colectivo de la historia nacional.

Berger se contenta con un homenaje cinéfilo, pero transmite mucho amor. Blancanieves es una película generosa, conducida por actores que entienden el proyecto. Maribel Verdú, como Encarnación, es una malvada memorable, y Macarena García es tan inocente y hermosa como reclama el personaje de los hermanos Grimm. El de Berger es un cuento de hadas melancólico y sus trágicas escenas iniciales, aunque respetan las convenciones del género, presagian el sorprendente y triste final. El mundo de la ficción y quienes la integran son frágiles, como muñecos de porcelana, y por eso solamente pueden existir en una película muda, preservados en imágenes monocromáticas.