Belleza inesperada

Crítica de Martín Pérez - DiarioShow

Gran elenco, pocas ideas

“Belleza inesperada” se trata sobre un exitoso publicista de Nueva York que se aisla tras la muerte de su hija y sus amigos diseñan un plan radical para forzarlo a enfrentar la verdad de maneras sorprendentes y profundamente humanas. Pero la película no representa lo que pretende, y las emociones no emocionan.

Howard (Will Smith), un nuevo millonario de Internet con una gran ideología de vida (hay que dejar de robar con esos personajes por lo menos por dos años) pierde a su hija y entra en una depresión de la que no puede escapar. Sus días sólo pasan, y como zombie no quiere nada más que estar, esperar sin saber qué. No puede ni siquiera nombrar a su hija porque el dolor lo mata de a poco. Sus amigos y socios de la empresa (Edward Norton, Kate Winslet y Michael Peña) deciden que necesitan sacarlo de ese trance, convenciéndose de que lo hacen por amor, aunque existen intereses económicos y laborales en el medio de su desesperación. Investigan para saber cómo ayudarlo y descubren que Howard escribe cartas al tiempo, el amor y la muerte, tres estandartes en los que antes se paraba el empresario para despertarse cada día, y hoy son un estigma que sólo le generan interrogantes e ira. La muerte (Helen Mirren) llegará en forma de anciana de pelo blanco, en tanto que el amor (Keira Knightley) se encarnará ante el hombre como una mujer demasiado sensible y frágil y el tiempo (Jacob Altimore) será ese joven que no da descanso. Entre los tres, tratarán de convencerlo de que aún hay tiempo antes de la muerte, y el amor puede seguir atravesándolo.

Como una clásica película de esperanza navideña, “Belleza inesperada” termina siendo una decepción no tanto por el resultado, sino por el desperdicio de sus partes. Lo que quiere representar no lo representa, y las emociones no emocionan, no por falta de esfuerzo del elenco, sino porque justamente, parecería intentan tapar a fuerza de sus capacidades los agujeros de guión que quiere forzar la lágrima en vez de ponderar la forma estética, que seguramente arrojaría una finalidad más acabada.