Bel Ami, historia de un seductor

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Cuestión de época

Robert Pattinson está viviendo su crucial era pos Crepúsculo, aunque en cierta manera siga reiterando su rol de vampiro: el cínico y bursátil que encarna en la inminente Cosmópolis, y el joven inescrupuloso que se aprovecha de sus amantes para ascender en la Francia del siglo 19 en Bel ami.

Así, ya sea a bordo de una limusina o de una carreta, el actor británico no para de exhibir su singular rostro herméticamente triste, oscuro y de una sonrisa inquietante que despunta de a ratos: compilado de gestos mínimos que funciona en Cosmópolis (Cronenberg sabe cómo dirigirlo) y no en Bel ami: la frialdad ambiciosa y los esporádicos estallidos de ira del joven Georges Duroy no bastan para componer a un personaje que se supone ambivalente, escindido entre la misión personal de triunfo social y la seguidilla de traiciones que va llevando a cabo; el Duroy de Pattinson es opaco, forzado y esquemático.

Algo similar ocurre con las amantes del protagonista, entre las que resalta la más comprensiva Clotilde (Christina Ricci) y la experimentada Madeleine (Uma Thurman). Meras piezas de ajedrez de un tablero secundario que hacen tambalear a Duroy sólo un instante, para que éste después se salga con la suya. A pesar de cierto tono de “feminismo” de época (“Quiero una libertad absoluta, tenés que reflexionar sobre eso”, le advierte Madeleine a Duroy), Bel ami está concentrado única y exclusivamente en la figura del “bello amigo”, que avanza implacable ante la mirada resignada de sus varias mujeres.

Más que una película “de época”, la cinta de los debutantes Declan Donnellan y Nick Ormerod es un signo de esta época, en la que la mera lista de nombres en el elenco supone razón suficiente para vender el filme: en efecto, el argumento inspirado en la novela de Guy de Maupassant parece una simple excusa para mostrar a Pattinson en una serie de peripecias amorosas en un contexto “libertino”, aunque paradójicamente Bel ami sea posiblemente recordada en el tiempo sólo por los desnudos fugaces de Christina Ricci.

“No tenía idea de la profundidad de tu vacío, no hay nada ahí”, le dice una decepcionada Madeleine al turbio Duroy, y en esa sentencia se condensa el espíritu mismo de Bel ami.