Baby: el aprendiz del crimen

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Cuando el cine se encuentra con la música el espectáculo se potencia. Cuando la inteligencia se ubica no sólo en la habilidad narrativa de un guionista, sino que se acompaña con un lazo cercano entre la dirección y las actuaciones, todo marcha sobre ruedas.
Lugar común el que se acaba de mencionar, pero es así, es cuando propuestas como “Baby Driver: El aprendiz del crimen” (USA, 2017), nos hacen vivir emociones impensadas o calculadas que configuran la verdadera razón del cine. Edgar Wright viene de dirigir y guionar películas de culto como “Scott Pilgrim” y “Ant-Man”, películas que han dejado una huella particular en los espectadores a partir de la reinvención de los géneros con los que trabajó.
En esta oportunidad, las películas de atraco, sirven para reconstruir una historia de amor y pasión en medio del hampa, con el Baby que da título al film, un joven que tiene una deuda pendiente con uno de los líderes de una de las bandas de robo más efectivas de los Estados Unidos y que se desempeña como chofer, obligadamente, en los actos delictivos.
A su capacidad para escapar de la policía a gran velocidad, se sumará la particularidad de su oído absoluto para sincronizar los acordes de los temas, que lleva en sus infinitos reproductores, con los pasos y las alarmas de los bancos o lugares robados.
Así, en el relato, además de contar cómo éste joven está involucrado en los hechos delictivos, la acción se posiciona casi en una coreografía constante, en donde la música y el propio Baby son los elementos dominantes de la escena, pero también la decisión estilística que refuerza tópicos claves y referencias a películas predecesoras.
Acompañado por una joven a quien conoce en una cafetería, el devenir del romance con ella, más los ingenuos intentos por escapar de las redes de su jefe, subrayan la progresión dramática y la tensión. El arco posee su punto más alto cuando la decisión de abandonar pasa de ser un anhelo a ser una cercana realidad, pero como en todo cuento, no le va a ser tan fácil desligarse de años y años de estar cerca de los delincuentes.
“Baby Driver” es una película que apoya su recorrido por el guion en la cintura actoral de sus protagonistas, quienes saben, además, que se están entregando a un acto lúdico cinematográfico que además reunirá frente a la pantalla a diferentes generaciones.
Razón por la cual si bien el “baby” es el disparador (Ansel Elgort), está Jon Hamm, Kevin Spacey, Jamie Foxx, entre otros, que despliegan a lo largo del metraje todo aquello que el guion y el director les solicitan y aún más en sus arquetipos.
Persecuciones, robos, disparos, muchos disparos, pero mucha, mucha música, componen el panorama artificioso de la obra, pero también la esencia sobre la cual Wright arma el pentagrama en el cual las notas, en este caso las escenas, configurarán el espacio ideal para que el despliegue musical, las coreografías y la acción construyan un todo, una experiencia visual y sensorial única para disfrutar en el cine.