Asesino: misión venganza

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Cero sutileza

Esta película no colmó las expectativas.

Hace mucho tiempo que el cine dejó de ser un instrumento eficaz de propaganda bélica, de modo que las aberraciones ideológicas de una película hay que imputárselas a sus autores. En ese sentido, Asesino: misión venganza se parece a la gente que cree que la fórmula para solucionar los problemas del terrorismo puede expresarse en cinco palabras: hay que matarlos a todos.

También se sabe que el calificativo de "reaccionario" no equivale necesariamente -por mucho que se esfuerce la crítica en identificar política con estética- a "burdo", "fallido" o "inconsistente". Puede haber buenas películas reaccionarias, algo que Hollywood no se cansa de demostrarnos casi todos los meses.

No es el caso de Asesino: misión venganza, cuyo guion y realización parecen retroceder en la evolución del género del espionaje internacional a una época anterior a Jason Bourne. La idea de que la mejor arma de un soldado es el sentimiento de venganza domina toda la narración. Un joven (Mitch Rapp, interpretado por Dylan O'Brien) pierde a su novia en una masacre en una playa de España y desde ese momento decide convertirse en una máquina de exterminar terroristas.

Los primeros minutos son puro exhibicionismo muscular. Vemos a Mitch entrenarse como un loco en artes marciales y tiro al blanco, mientras trata de infiltrarse en una célula islámica. Pero el universo de su obsesión personal se amplía cuando es cooptado por una agencia de operaciones especiales de los servicios secretos de los Estados Unidos para hacer por las malas lo que supuestamente no se puede hacer por las buenas. Nada que "Boogie el Aceitoso" no nos haya mostrado con más gracia hace 40 años.
El joven Rapp, sediento de sangre musulmana, ahora debe trabajar en equipo, bajo las órdenes de un jefe más inteligente, más cruel y más fuerte que él (interpretado por un Michael Keaton tan poco comprometido que bizquea para demostrar dolor en una escena de tortura). Por supuesto, el resto de la trama se desarrollará a través de dos conflictos yuxtapuestos: la tendencia de Rapp a desobedecer las órdenes para arreglar las cosas a su manera y el enfrentamiento con villanos iraníes que no le desean precisamente un futuro de paz y prosperidad a Israel.

Ese segundo componente de la trama se complica con una vuelta de tuerca de un psicologismo tan ramplón, tan rudimentario y tan poco verosímil que termina afectando incluso a las buenas escenas de acción que ofrece Asesino: misión venganza en su largo camino de obviedades.