Asesinato en el Expreso de Oriente

Crítica de Marcos Guillén - Cuatro Bastardos

Asesinato en el Expreso de Oriente: El regreso de Kenneth Branagh como el inmortal Poirot

— Précisement! El cuerpo…, la jaula…, es de lo más respetable, pero
el animal salvaje aparece detrás de los barrotes. –

Murder on the Orient Express (1934) – Agatha Christie

Ha regresado. Desde 2015, con su edulcorada La Cenicienta en la casa del ratón, que no teníamos la oportunidad de volver a ver el trabajo de Kenneth Branagh; y ha vuelto, el muy atrevido, con algo más personal e impregnado de sus particulares búsquedas creativas, revisionando un clásico de la literatura detectivesca de la británica Agatha Christie. Hablamos de Murder on the Orient Express, que ya cuenta con algunas puestas cinematográficas como la tan amada de Sidney Lumet de 1974 y la no menos interesante de ITV de 2010 para Tv, en una serie de películas dedicadas al dandy de la investigación, el belga Hercule Poirot.
Muchos estarán familiarizados con esta historia publicada en 1934, cuya trama transcurre durante un viaje en el legendario tren Orient Express. El detective belga Hercule Poirot investiga un asesinato cometido durante el trayecto de dicho vehículo, del cual todos los pasajeros se presentan sospechosos. Decir más sería destripar injustificadamente la trama, que es el clásico relato policial/detectivesco de hallar al asesino de entre un variopinto grupo de personas aisladas y forzadas a una tensa convivencia; pero sí podemos rescatar que el guionista Michael Green (Logan – 2017, American Gods y Blade Runner 2049) se tomó varias licencias, que en las manos del británico Branagh pasó de ser un thriller policial a un drama sobre el génesis de la oscuridad en el alma humana. Quienes conozcan algunos de sus filmes como Dead Again (1991), el celebrado Hamlet (1996) o su sentido Henry V (1989) sabrán comprender a qué nos referimos. Su puesta, de un modo casi teatral, es la exploración de la psicología de los personajes, la capacidad de abarcar los reveses que estos manifiestan en situaciones límites. El prólogo, con el claro propósito de presentarnos al insigne detective y su flemática aseveración de que solo hay un bien y un mal, sin grises, nos da la pauta de que profetiza su propia lección a aprender, mostrandonos a su manera cuál será el drama que se desarrollará a continuación.
Claro es, para el director y el guionista, que muchos de los espectadores entraran a las salas de cine sabiendo el final, por lo que proponen que el viaje hasta ese momento sea la novedad. No dejamos de aseverar que todo está contado, más no las formas de hacerlo, como la ruptura que se crea en el detective, desafiando a su humanidad y capacidad de comprensión. Es en el giro final donde nos encontramos con el drama que tanto puebla la cinematografía de Branagh. El tormento de la verdad, la irrevocable sensación de la constante finitud de nuestro pensamiento. Nada es inmutable, y ellos, los sospechosos, no son más que ejemplos sumamente dramáticos de esa veleidad del alma humana que casi de manera obscena muta. En algunos personajes el cambio es interesantemente planteado, como en Miss Mary Debenham, que interpreta Daisy Ridley o completamente desaprovechado como sucede con Michelle Pfeiffer. En general el elenco entiende la propuesta y se zambulle en sus roles de manera eficiente, aunque las marcadas diferencias con sus originales en papel hacen que se pierdan un poco a la hora de revelar su verdadera esencia.
Sí es interesante el modo en que se nos introduce a ese mundo, que va desde varios travellings que nos muestran la partida como una salida del Titanic, aunque con una bastante insulsa fanfarria de comienzo de aventura, al acertado juego de los espacios cerrados de cada coche. Rica es la producción que crea un idílico tren y un diseño de vestuario soberbio. No es la última e indispensable adaptación, claro está, pero Kenneth Branagh se las arregla para entregar un producto eficiente y entretenido, sorprendiendo con su personificación de un Poirot más humano y menos soberbio/obsesivo y con ese final que a más de uno hará patear el tablero.