Arabia

Crítica de Leandro Porcelli - Cuatro Bastardos

Arábia: Un Aladdin sin lámpara.
Es raro encontrar un film independiente con todas las características de ese tipo de cine y que no sufra los tantos vicios del mismo. Por suerte este no es sólo un ejemplo de ello, sino también una experiencia sudamericana hasta la médula.
La presencia de la producción brasilera Arabia en el BAFICI deja bastante claro para los cinéfilos que tipo de película es. Una cinta independiente con ritmo lento, un elenco desconocido y una fuerte visión por parte de sus cineastas. Aunque en este caso, el hecho de que haya logrado una nominación a Mejor Película y ganado una Mención del Jurado, también habla a las claras de que más allá de sus características se trata de un trabajo con una destacada calidad con respecto a sus pares. Y por supuesto, tampoco esta de más que haya sido nominada al premio Horizontes Latinos en el Festival de San Sebastián.
El titulo refiere a la misma Brasil, y el por qué se encuentra dentro de una fábula relatada durante una de las tantas ramas de su narrativa. Es que a diferencia de tantos otros trabajos, el punto de Arabia son las tantas tramas por las que se ira yendo. Estos pequeños relatos, desventuras y personajes que pueden durar pocos minutos en pantalla pero cuyo color no es simple complemento sino la esencia principal de su narrativa. Incluso uno de los fragmentos que más importancia da el narrador, la de su fugaz amor perdido, termina llegando muy tarde en la historia y teniendo un impacto mucho mayor al tiempo que ocupa en pantalla.
Es este interlocutor quien le da forma a la película, ya que la misma no es más que las recolecciones de su vida plasmadas en un diario. En este caso descubierto y leído por un joven adolescente que vive al lado de una gran fábrica, cuya figura da vida no sólo al pueblo sino a esta historia. Arabia es un relato sobre un joven sin educación que despierta en medio de sus incontables días de trabajo para darse cuenta que su vida es emblema de todo un país: peones que no están dispuestos a levantar la cabeza y cuestionar por un segundo una vida de incansable trabajo. Revelación que no es inmediata, sino paulatina, y lejos de causar una revolución termina de a poco coloreando una vida tan corriente y mundana.
Esta misma película podría devenir en una lucha de clases, una épica melodramática o un ensayo proletario. Pero en este caso Arabia se mantiene en su juego, y nunca sale de su camino de entregar sus calmas pero punzantes vivencias. El dueño del diario no tiene el lujo de bajar los brazos, por lo que cualquier reflexión pasajera será en medio de sus trabajos. Varias de ellas pasarán, destacadas por la película pero sin dudas como breves fotogramas de su vida, sin un impacto inmediatamente aparente.
Sin embargo, encontraremos como nuestro narrador fue cambiando a lo largo de sus días. Todas estas vivencias se irán sumando inconscientemente hasta llegar al punto justo durante la conexión que descubre con su gran amor, al igual que el desenlace de esa relación que sabemos antes de que se inicie la lectura, que ya no es más. Uno los cambios que logran impactarlo en su superficie es la existencia misma del diario en cuestión, justificado por la decisión de mojar los pies en las artes junto al grupo de teatro de una de las fábrica.
Una vez más, ese grupo de teatro que provoca esta exploración virgen al mundo de la literatura podría parecer un detalle entre tantos. Pero más allá de darle una estructura a la narración, no es ni más ni menos que el punto de todo el film. El trabajo no es un fin en si mismo, y un pueblo adicto a una noble ética laboral podrá esconder las consecuencias en el orgullo que ello conlleva. Culpables, como con todas cuestiones tan complejas, hay muchos y en todo sector social. Pero la realidad es que cuando un país se malacostumbra a algo, incluso algo tan sano a primera vista como la ética laboral, termina pagando el precio con el tiempo. El arte y la cultura es una bendición que florece con facilidad en las sociedades con estabilidad económica y dispuestas al ocio. Esta reflexión, viaje y proceso, es por el cuál pasa nuestro protagonista indirecto.
Sea en el primer o tercer mundo, el nuestro es un planeta repleto de problemas que se multiplican y exacerban a pasos agigantados. Aún así, es la función del arte explorar varios de estos por más pequeños, insignificantes o incluso ofensivos que estos parezcan. A simple vista no hay dudas de que, dentro de la ya poca audiencia de la que dispondrá un trabajo de las características de Arabia, no tardara en encontrar alguno ofendido por “una simple peliculita que se atreve a desalentar el trabajo“. Pero verdaderamente es una de esas cuestiones que servirá como reflexión para unos tantos, mientras que otros que ya tenían algo similar en su cabeza, podrán debatir acerca del modo en que se eligió explorar la temática.
Uno de los pocos vicios del cine indie que logra impactar de forma negativa al film es su duración: aunque logra alcanzar una cómoda hora y media, no le haría mal reducir el tiempo en pantalla de lo que ocurre antes de que el diario comience a ser leído. Uno de esos detalles tan discutibles como entendibles, que al fin y al cabo va a quedar lejos en el recuerdo para cuando arranquen los créditos.
Es una cinta independiente, que tiene la características pero no sufre los vicios de este tipo de cine. El dúo de directores-guionistas de Affonso Uchoa y Joao Dumans se aseguraron de crear una cuidada experiencia rebosante de personalidad, pero con la sobriedad de opacar sus colores. Ritmo de cine poco comercial, pero asegurándose la riqueza suficiente para satisfacer a conocedores y desprevenidos. Una experiencia suave, potente y sudamericana hasta la médula que termina coronándose con una secuencia tan ambiciosa como de pocas luces que resultaría insoportablemente independiente en un producto de menor calidad.