Aquaman

Crítica de Jorge Luis Fernández - La Agenda

Pasado por agua

El gigante Jason Momoa encarna al nuevo Aquaman para la pantalla grande, en un film con falencias narrativas pero que entretiene.

Una tormenta arrecia en las alturas y el cuidador del faro amarra las ventanas de su casa. En ese momento, un rayo ilumina la costa y ve a una mujer rubia, de esbelta figura, desvanecida en la orilla. El cuidador del faro corre a ayudarla, la carga en sus brazos y la mete en su casa. Pero la mujer es Atlanna, reina de Atlántida. En un rapto de ira, la atlante lanza su tridente contra el televisor, amenaza con destruir la vivienda. Pero al cuidador del faro ese poder lo erotiza. La pone a su cuidado, cura sus heridas y al poco tiempo tienen un hijo, Arthur. Ese inicio es lo más fiel al estilo del director y escritor James Wan (eso y la actuación de Patrick Wilson, uno de sus actores fetiches). Por lo demás, para los terrícolas Arthur será un héroe, pero para los atlantes será siempre un mestizo, hijo de un hombre y una reina subacuática -algo que se refleja en el hecho de que el cuidador sea un actor hawaiano y Atlanna la siempre glamorosa y rubia Nicole Kidman-. Así de extraño es el arranque de Aquaman, la nueva apuesta de DC Comics para desnivelar el reinado de la todopoderosa Marvel.

Tal como ocurrió con La mujer maravilla (2017), la fusión Warner DC busca modos alternativos de contar historias tantas veces vistas, y la elección de James Wan fue en ese sentido adecuada. Consolidado como un clásico del nuevo cine de terror (El conjuro, Insidious), Wan sabe crear climas y lo demuestra en la escena inicial del film, con su mar nocturno embravecido y personajes fantásticos. El faro como punto de partida a otros mundos es una referencia cinéfila, y el director malayo vuelve allí una y otra vez, pero el resto es una confabulación de flims clásicos de aventuras. Los diversos reinos de la Atlántida que buscan unificarse bajo el reinado de Orm (Wilson), hijo legítimo de Atlanna, son un cóctel visual que remite a El Señor de los Anillos, Avatar, Piratas del Caribe y hasta Maléfica (en la lucha por el trono de sangre). Justo es decir, a favor de Wan, que las costuras están bien disimuladas, pero el film paga un alto costo en términos de animación (como mínimo, un 70% de sus más de dos horas ocurre bajo el agua), generando, por momentos, la sensación de tener un videojuego montado frente a los ojos.

Pero la innovación más temeraria del film es el propio Aquaman. Lejos de ser el ceñudo superhéroe de las profundidades, el personaje interpretado por Jason Momoa (el último Conan) es una especie de tiro al aire a quien le gusta beber cerveza junto a su padre en una taberna y desoye el llamado ancestral para luchar por su trono en la Atlántida. Es una mole de dos metros de pelo largo, barba descuidada y con el cuerpo totalmente tatuado, más a tono con esa idea de un setting de videojuego que con el antiséptico dibujo animado. El personaje está cómodo salvando submarinos de la acción de piratas del mar, pero las hormonas de Aquaman dan vuelta la taba cuando aparece la bella princesa Mera (Amber Heard), que logra convencerlo para ponerse el traje e ir a pelear por su trono en la Atlántida.

El elenco que los rodea es desparejo y deslucido. Aparte de Patrick Wilson como el némesis de Arthur, Dolph Lundgren interpreta a Nereus, rey de uno de los reinos de la Atlántida y padre de Mera, y Willem Dafoe, el único actor de fuste, viste un rol que se siente ajeno como el asistente de Orm, que por detrás suyo intruyó a Arthur desde su infancia en las habilidades de un atlante -como nadar a velocidad supersónica, respirar bajo el agua y luchar con el tridente como espada-. De los villanos del cómic, el filme rescata a Black Manta, un pirata que tiene una deuda personal con Aquaman y recibe las dotes de Orm para combatirlo: un traje especial y rayos destructores, que se lucen en una lucha cuerpo a cuerpo con el superhéroe atlante en una escena rodada en Sicilia.

Wan hace permanentes y fallidos intentos por el lado del humor absurdo, como una contrapartida al humor negro de Deathpool, y es igualmente laxo al intentar connotaciones foráneas al cómic. En vez de buscar un Santo Grial, este Arthur persigue a un tridente todopoderoso y ancestral que fue forjado por Atlan, primer rey de la Atlántida. Buena parte del film transcurre en esa búsqueda frenética, como pasando niveles de un juego, mientras la otra parte se centra en Orm y sus deseos de unificar a los atlantes para invadir la Tierra. Argumentalmente, el film es escuálido, presenta una mitología compleja y acaso confusa, pero quizá no sea esa la razón por la que el público espera ver Aquaman.

Milagrosamente, con todas sus falencias, Wan tiene pericia suficiente para hacer que la película entretenga. Las batallas subacuáticas están bien planteadas, las peleas a puño limpio tienen un humor e ingenuidad que recuerda al cine de los setenta, el enfrentamiento entre hermanos (otro reverso en el mundo del cómic, en este caso con Thor) es convincente, y Momoa tiene la convicción para ser una nueva estirpe de superhéroe. En el fondo, debido a sus buenas intenciones, Aquaman no es más que un buen entretenimiento pasado por agua.