Antonio Gil

Crítica de María Bertoni - Espectadores

La Guerra del Paraguay; la Revolución de los Colorados; la resistencia de peones, menchos, guarangos y demás ciudadanos de segunda que algunos patrones de estancia dicen admirar y otros –algunos volcados a la función pública– bromean / fantasean con “borrar del mapa”; el terrateniente porteño que no entiende y arremete igual; la Policía y la Iglesia siempre listas para disciplinar… En Antonio Gil, Lía Dansker ofrece mucho más que un documental sobre las procesiones que el gauchito milagroso convoca cada 8 de enero en la localidad correntina de Mercedes.

Retazos del siglo XIX nacional afloran en esta aproximación que transita por dos carriles: montada sobre el primero, la cámara acompaña a distancia a los promeseros (entre los muchos que la reconocen, un par lamenta que “no sea la televisión”); por otra vía exclusivamente sonora circulan los testimonios de creyentes y (algunos muy pocos) escépticos entrevistados.

Las imágenes y declaraciones recogidas a lo largo de diez años, cada 8 de enero, describen el amor incondicional que el Gauchito despierta en sus fieles, aún en pleno siglo XXI. Además de dar cuenta de este fenómeno contemporáneo, los testimonios ofrecen indicios del contexto histórico donde se forjó el mito. De hecho resultan menos interesantes los intentos por precisar los datos biográficos de Antonio Gil que las pequeñas alusiones a los enfrentamientos armados, a los flujos migratorios, a la distribución de la tierra, a la estratificación social, a los prejuicios racistas y clasistas que condicionaron la conformación territorial, política, cultural de nuestro país.

Desde esta perspectiva, el carril eminentemente sonoro ofrece una travesía fascinante. La influencia del guaraní en la mayoría de las voces registradas evoca el recuerdo de la invasión paraguaya a Corrientes durante la guerra denominada De la Triple Alianza, y refuerza la caracterización del Gauchito Gil en una provincia por entonces aliada a la Buenos Aires unitaria, blanca, filoeuropea. El testimonio de un capataz de estancia confirma la sensación de que algunas prácticas y mentalidades cambiaron poco en siglo y medio.

Ubicada sobre el otro carril, la cámara capta detalles reveladores, por ejemplo el espacio que la Policía y la Iglesia ocupan progresivamente en la organización de la procesión. Ante la presencia de estas instituciones, no parece inocente la decisión de incluir declaraciones sobre la responsabilidad que les cabe a las fuerzas del orden por haber matado al peón, desertor, cuatrero –según la versión– devenido en santo, y a las autoridades eclesiásticas por haberlo reducido a personaje de una leyenda pagana.

Es ingeniosa la decisión de montar un travelling ininterrumpido que nos lleva de 2010 hacia atrás. De esta manera, Dansker anuncia el viaje al pasado que algunos espectadores extendemos unos cuantos años más. Por otro lado, la realizadora alimenta la constatación de que nada –ni siquiera las arenas del tiempo– erosionan la veneración por el gauchito milagroso.

Sin dudas, Antonio Gil es una propuesta valiosa por el trabajo de campo que esta especialista en religiosidad popular realizó en el santuario de Mercedes. Se trata de una oportunidad única para asistir a la reconstrucción –no sólo de un mito– sino de una porción de pasado nacional, a partir de voces en general silenciadas o que sólo escuchan y replican algunos historiadores.