Antes de la medianoche

Crítica de Laura Dal Poggetto - Función Agotada

El mismo amor, otra ciudad europea

"Tal vez sólo somos buenos en esto de los encuentros efímeros, caminando en ciudades europeas con clima cálido"
Celine, Antes del Atardecer

Para varios, la historia de Jesse y Celine ha sido parte de nuestra (en algunos casos tardía) educación sentimental. Muchos los han seguido a la par del desarrollo de sus propias vidas, trazando paralelos entre los films y sus historias amorosas. Otros los seguimos con una década menos, pero la interpelación e identificación en muchos casos fue la misma, gracias a la maestría de Richard Linklater para el relato de este romance contemporáneo e intercontinental, que mantiene el nivel en su tercer parte. No hace mal que los interpretaran Ethan Hawke y Julie Delpy, quienes a esta altura habitan a sus personajes (y desarrollan los guiones junto a Linklater desde la secuela Antes del Atardecer).

Transcurrieron -en la vida real y en la pantalla- 18 años (o casi), desde que se conocieron en Antes del Amanecer (cuando Jesse la invitaba a Celine a bajarse del tren y recorrer Viena, pactando reencontrarse 6 meses después en el mismo lugar -sin cartas o llamadas de por medio- dejando al público con la incertidumbre sobre la concreción de la cita), se reencontraron en París en Antes del Atardecer (cuando Jesse va a presentar su novela basada en su romance de 24 horas con Celine y ella lo va a buscar, para pasear por la capital francesa y eventualmente confesarse mutuamente todo lo que estaba mal en sus vidas), hasta que los reencontramos ahora, en Antes de la Medianoche (Before Midnight), de vacaciones en Grecia. El trailer ya nos resolvía la duda que albergábamos desde hace más de ocho años: esta vez permanecieron juntos, Jesse nunca se tomó el avión de vuelta a EUA que tan pocas ganas tenía de abordar, mientras la veía a Celine bailar al ritmo de Nina Simone. Él se divorció de su esposa (ese "pequeño" detalle), se quedó en París con Celine y tuvieron a las mellizas Nina y Ella (¿Fitzgerald?).

En las primeras escenas vemos en todo su esplendor a la familia trasatlántica: Jesse despide en el aeropuerto a su hijo preadolescente reacio a la comunicación cara-a-cara, quien vuelve a Estados Unidos con su madre; y en el camino de regreso debaten con Celine sobre cuánto pueden llegar a traumar psicológicamente a sus hijas por no despertarlas para ver las ruinas o comerse la media manzana que quedó, mientras ella recuerda alguna anécdota sobre gatos. En esos primeros minutos tenemos englobadas perfectamente todas nuestras expectativas como seguidores de Jesse-Celine sobre lo que sería su vida. Pero Linklater sabe mejor y empieza a pelar las capas de lo que subyace a una pareja tras diez años de relación.

Con su premisa, Antes de la Medianoche presentaba un potencial problema sobre cómo mantener la estructura de los films anteriores. ¿Cómo buscar una nueva situación para justificar sus largas charlas, cuando en la vida real dos personas que están juntas por 9 años ya se dijeron de todo? Ya debatieron largo y tendido sobre el existencialismo, Celine ya le contó todas las anécdotas sobre su abuela polaca y Jesse ya planteó todo sus prejuicios sobre el choque de culturas de un americano en Europa. Si en los films anteriores, la ruptura de su rutina era el encuentro con el otro (y el disparador de nuevas formas de ver su vida, cambiar, tomar decisiones), ahora cada uno es la cotidianeidad del otro. ¿Cómo mantener la fuerza de las palabras que se cruzan si ya intercambiaron tantas?

Linklater es pragmático: primero una cena con sus anfitriones en el pueblo griego (el escritor Patrick y su amiga, su nieto Aquiles, la novia de él, y una pareja amiga) para reflexionar sobre el amor en distintas etapas en la vida. En la segunda mitad del film, Jesse y Celine, finalmente solos, caminando hacia el hotel donde van a pasar la noche mientras sus amigos cuidan de sus hijas. Ahí el personaje de Hawke se lamenta de ya no poder divagar horas y horas ya que todas sus charlas giran en torno a sus hijos y los horarios a cumplir.

Así como las preocupaciones pasan ahora por los hijos, además de sus carreras, las fricciones también. Cuando las palabras vuelven a tener peso (como el que tiene el recorte que implica el diálogo en un film) logran hacer emerger, de a poco, las tensiones acumuladas en la relación; ya sea una oportunidad laboral para Celine o la necesidad de Jesse de ver más seguido a su primer hijo.

Se manifiestan también las características de ambos que ya habían perfilado en los films anteriores, pero en nuestro afán porque permanezcan juntos, dejábamos pasar como detalles pintorescos, que los hacían más humanos: las neurosis de ella -que se autoproclama una señora de mediana edad, regordeta y en camino a la calvicie- que la llevan a declarar que es el principio del fin que Jesse quiera ver más seguido a Hank (porque en definitiva, lo conoce mejor de lo que él está dispuesto a admitirse a sí mismo) y la tendencia de él a rehuirle a los conflictos (por algo permaneció en Europa). Como suele ocurrir en las sagas, las carecterísticas de los personajes se acentúan, pero Linklater, Delpy y Hawke esquivan la caricaturización de sus personajes, al darles nuevos tipos de problemas -más terrenales- a Celine y Jesse.

Las grandes declaraciones de amor siguen estando: el personaje de Hawke le declara al de Delpy que sigue siendo ese mismo post-adolescente mochilero fascinado por la francesa que conoció en un tren (aunque nada le gana al sumum de la vulnerabilidad romántica que fue escucharlo decir "Siento que si alguien se atreviera a tocarme, me disolvería en moléculas"). Sin embargo, Linklater acusa recibo que en el amor construido entre dos a lo largo del tiempo, las grandes declaraciones no siempre bastan. Para sus personajes no bastan, porque crecieron.

Si los 23 eran el momento donde todas las oportunidades parecían abrirse ante ellos y la incertidumbre -como bajarse de un tren con un extraño en una ciudad desconocida- era el reino de la posibilidad; los 32 eran el momento donde los balances sobre sus vidas ya pesaban, las decisiones tomadas presentaban consecuencias y caían en la cuenta que a veces no eran las deseadas. Antes de la Medianoche parece decir que los 41 son el momento de comprometerse a las elecciones en sus vidas, y resolver si lo van a encarar juntos o no. Aún con el miedo a perder lo que construyeron hace veinte años y -en el caso de Jesse y Celine- les tomó casi una década reencontrar.