Antes de la medianoche

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Más acá del horizonte

Richard Linklater ¿cierra? con “Antes de la medianoche” su trilogía amorosa y pone de nuevo en escena sus paseos hechizantes y llenos de digresiones, pero desplegando también una reflexión agridulce sobre el amor conyugal a los 40.

¿Es posible que “todo” pueda caber en un filme, principalmente en uno en el que dos personas sólo caminan y conversan, presas de un mágico y poético flirteo? Llámese amor, azar, tiempo, vida, muerte, cine: Richard Linklater lo había conseguido en Antes del amanecer y Antes del atardecer con esos mínimos recursos. Una década después, tras una encantadora segunda parte, la vuelta de Jesse y Celine hacía presagiar lo peor, más que nada por ese tráiler buchón que mostraba a dos chiquillas de largas cabelleras rubias revoloteando por ahí: ¿dónde quedaría en esta tercera y supuestamente última parte el amor efímero, ese que sólo puede extender su conjuro a lo largo de un día, en una pareja habituada a extenuantes jornadas matrimoniales?

Pero a no desesperar: Linklater, no dispuesto a arruinar su obra magna, lo consiguió de nuevo, invocando un “todo” que, lejos de ceñidos guiños generacionales (la noventera generación X y sus slackers), pasea a su pareja ya cuarentona por las ancestrales ruinas griegas y el más urgente de los presentes, los hace citar a Shakespeare y discutir las contradicciones del posfeminismo, los hace creer en el amor y descreer de él otra vez, meterse en el interior de una capilla bizantina que pone los pelos de punta y pelearse y aburrirse en la habitación de hotel más despersonalizada, como si el mundo y la historia y el universo dieran la cara en un filme en el que, nuevamente y en contadas escenas, sólo se pasea y se dialoga sin cesar.

No por algo Linklater adaptó al distópico Philip K. Dick en Un escáner en la oscuridad (2006) y trató las más apasionantes y delirantes cuestiones existenciales en esa animación alucinada que es Despertando a la vida (2001). Antes de la medianoche es ante todo un filme filosófico y especulativo y a la vez una suerte de summa Linklater: y es Jesse, ese escritor consagrado que concibe relatos sobre los déjà vu y las percepciones alteradas y los viajes en el tiempo y gente que sólo ve el fin de las cosas quien encarna las preocupaciones de Linklater, las que subyacen en Antes de la medianoche convirtiéndola en la historia de amor más ambiciosa de los últimos tiempos, porque es todas las historias de amor a la vez, y todas las historias de amor entre Jesse y Celine a la vez: por eso en un pasaje de ciencia-ficción amorosa Jesse le habla a Celine como si Antes del atardecer nunca hubiera existido, o se hace pasar por un viajero temporal que vuelve del futuro para contarle cómo es envejecer con ella.

El paso desesperante del tiempo (y la inquietud aún vigente por encontrar a “la” persona) es la obsesión de la cinta, cuestión que alcanza su cenit en la escena más bella, cuando la pareja se concentra en un sol que irremediablemente desaparece tras las montañas. Y les llega la (media) noche: una muy cómica escena con aires sitcom que boicotea un poco el concepto de la saga con una Delpy jugando a que protagoniza su propia 2 días en Grecia y arrastra a Antes de la medianoche hacia los abismos del meta-amor, la escenificación del amor antes que el amor en sí; aunque de eso se trata, al fin y al cabo, parece querer decir Linklater, el amor adulto, el de antes de la medianoche y después del enamoramiento: una tierna trampa, una dialéctica sin tregua, un sol rojo que está ahí, está ahí, está ahí. Y ya no está.