Anomalisa

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Anomalisa marca la incursión en la animación stop motion del siempre excéntrico Charlie Kaufman. Narra el vínculo de hotel entre una joven y un vendedor en crisis.

La aparición del amor en un mundo vacío puede ser materia para el lugar común como para una lúcida y encendida anomalía. Por suerte, en manos de Charlie Kaufman, guionista de memorables extrañezas como ¿Quieres ser John Malkovich? (1999), El ladrón de orquídeas (2002) y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004) y director de la excesiva y retorcida Sinécdoque, Nueva York (2008), la incursión en el stop motion sólo podía derivar en la segunda opción: y eso aunque Anomalisa, codirigida con Duke Johnson, sea la más amable de sus películas.

Michael Stone (voz de David Thewlis) es un experto en venta al público que en plena crisis de sus convicciones profesionales viaja a la ignota Cincinatti para dar una conferencia. El impersonal aeropuerto amortiguado con auriculares, el taxista trasnochado que recomienda por enésima vez probar el picante de la ciudad y visitar su zoológico y la entrada a la estándar habitación de hotel por parte del tan cansado como intranquilo Stone (que después observará a un hombre masturbándose frente a una pantalla digital en una ventana lejana) transmiten de manera directa la incomunicación y soledad en el mundo.

Después de un encuentro fallido con una antigua amante (que impone la primera distorsión: ella habla con la misma voz masculina de los demás personajes secundarios, a cargo de Tom Noonan) y de una incursión de humor oscuro a un sex-shop, Stone conocerá a la tierna Lisa Hesselman (Jennifer Jason Leigh), una lectora-fan de su bestseller que conmueve al depresivo Stone por su aura distinta, presente en una conducta tímida y errática (con gag de caída al piso incluida), una voz ahora sí femenina que Stone no puede dejar de escuchar extasiado y una extraña cicatriz que la joven cubre con su extenso flequillo.

Esa herida robótica, físicamente relacionada con una ranura que llevan todos los personajes-muñecos de la película, arroja un inquietante manto de ciencia-ficción existencial sobre un filme en el que la asociación amor-rareza en un universo de iguales amenazaba con ser demasiado redonda.

La suave y conmovedora factura formal, donde la pelea con una ducha, el acto sexual incómodamente cálido entre los personajes, el canto sentido a cappella de una canción de Cindy Lauper o los primeros planos de los ojos vívidos de Stone se convierten en pequeñas maravillas, completan la singularidad de una película que no por nada lleva el nombre de su criatura femenina: Anomalisa, apodo ingeniado por Stone para su amada al conjugar “Lisa” y “anomalía”. Y es que la vulnerabilidad de Stone despierta por el amor que siente hacia Lisa puede equipararse a la fragilidad del stop motion con vida propia que se despliega ante el espectador, una presencia humanamente bizarra en una cartelera habitada por... marionetas.

Esa aparente simpleza poblada de recursos mínimos pero decisivos (los muñecos que son pseudoconscientes de serlo, las tres voces, la historia misma que opone el asombro del amor a un mundo en venta) hacen de Anomalisa un clásico instantáneo, ideal para recordar que no somos robots.