Annabelle 3: Viene a Casa

Crítica de Néstor Burtone - Otros Cines

Tras El conjuro (1.085.000 espectadores en 2013 en los cines de Argentina), Annabelle (740.000 en 2014), El conjuro 2 (casi 1.785.000 en 2016), Annabelle 2: La creación(1.200.000 en 2017), La Monja(1.155.000 en 2018) y La maldición de La Llorona (450.000 hace un par de meses), llega ahora a las salas de todo el mundo la séptima entrega de la franquicia y tercera parte de la saga con la siniestra muñeca como eje. En este caso, con unas niñas y adolescentes como protagonistas y una aparición al inicio y al final del matrimonio de psíquicos interpretados por Patrick Wilson y Vera Farmiga, el resultado final no es del todo estimulante.

Junio y julio de este año asoman no solo como el bimestre por excelencia para el cine infantil. También habrá una buena dosis de presencias malvadas, en tanto al estreno de Annabelle 3: Viene a casa se le sumará la inminente El muñeco diabólico, remake del clásico de terror de 1988 que llegará a la Argentina el 11 de julio. Claro que si Chucky operará como la encarnación perfecta del Mal en la Tierra, Annabelle lo hace como mero vehículo para que seres diabólicos hagan de las suyas. 

La tercera parte de este spinoff de El conjuro, quizá la franquicia de terror más inesperada y una de las más exitosas de los últimos años, trae nuevamente al matrimonio de demonólogos compuesto por Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), quienes, conscientes del peligro que significa la muñeca, la guardan en un sótano junto a otros objetos malditos. Todo transcurre en vísperas de un viaje que, una vez iniciado, dejará sola en casa a la hija, a su niñera y a una amiga de esta que no tendrá mejor idea que sacar a Annabelle de su lugar de reposo.

Los primeros momentos de la ópera prima del también guionista Gary Dauberman remiten menos a los años ’70 –periodo de indudable referencia para este universo- que a la saga Scream y sus innumerables derivados centrados en adolescentes asesinados por algún enmascarado, con esas dos chicas de caracteres opuestos compartiendo charlas frívolas y tiempo libre. Sin embargo, una vez iniciada la acción, Annabelle abrazará los tópicos más habituales del terror contemporáneo. 

Utensilios que se mueven solos, bajones de tensión y entidades demoníacas apareciendo en los lugares más inesperados: poco hay de novedoso a lo largo de los algo más de 100 minutos de metraje centrados más en el efectismo (allí están los estadillos sonoros para comprobarlo) que en la construcción de un relato sólido y atrapante. En ese sentido, lo que asomaba como una relectura autoconsciente del pasado glorioso del género termina siendo más (o menos) de lo mismo.