Anna Karenina

Crítica de María Inés Di Cicco - La Nueva Provincia

Clásico de exquisito despliegue visual

Anna Karenina es una novela del escritor ruso León Tolstoi. En principio apareció como folletín en la revista "El mensajero ruso" , entre enero de 1875 y abril de 1877, pero la primera edición completa del texto se publicó en forma de libro en 1877.
La novela se ha adaptado al cine y la televisión en al menos siete oportunidades, aunque las más encumbradas resultaron la realizada en 1935 por Clarence Brown y protagonizada por Greta Garbo y Fredric March; y la dirigida en 1948 por Julien Duvivier, con Vivien Leigh en el papel protagonista.
La cinta inspiró a su vez el ballet Anna Karenina de Rodión Shchedrín para la bailarina Maya Plisetskaya, estrenado en 1972 en el Teatro Bolshoi, y la ópera del mismo nombre, en inglés, de David Carlson, estrenada en 2006.
La obra sirvió a Tolstoi para realizar una gran crítica en contra de la aristocracia rusa del siglo XIX, presa de una hipocresía generalizada y toma como héroe a un hombre secundario respecto del principal triángulo amoroso pero que actúa como observador. Alter ego del propio Tolstoi, este personaje concluye en que ni una buena posición social, el bienestar económico o la consecusión de una familia ideal garantizan la felicidad espiritual que se puede alcanzar desde la fe.
La adaptación de 2012 sintetiza la historia y la centra en Anna Karenina, joven madre y esposa de Karenin, un importante funcionario del Zar. Favorita y admirada entre las mujeres y hombres de la élite, lleva en San Petersburgo una vida acomodada.
Requerida en Moscú por su hermano, Oblonsky, para que interceda ante Dolly, su cuñada, en una nueva crisis matrimonial, Anna aborda un tren donde conoce a la condesa Vronsky, y a través de ella a su hijo, un apuesto oficial de caballería. A primera vista, surge entre Anna y Vronsky una pasión que ninguna circunstancia ni compromiso social podrá apagar.
La cinta de 2012 corrió por cuenta de Joe Wright, responsable también de la adaptación de otro clásico: Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, protagonizada por la misma Knightley.
Se eligió para Anna Karenina resumir los actos y personajes, para concentrar la acción entre Anna, Vronsky y Karenin, tomando a los restantes secundarios como personajes funcionales e incluso tácitos cuando la intención lo requiere.
Este recurso lingüístico más una puesta de estética teatral fastuosa y adornada de oropeles, en escenas privadas entre Anna y su marido o la mujer y su amante --tal y como las veladas operísticas a las que asistía la aristocracia rusa de la época--, le sirven al narrador para subrayar la condición de observadora/jueza de una sociedad que promueve lo que culpa; que, insatisfecha y despechada, busca castigos más allá de su justicia, y por mano ajena.
Con un equipo de arte que no se privó de nada, Anna Karenina ofrece un despliegue visual exquisito --el vestuario, en particular, recibió el Oscar de este año--, y la fotografía logró captarlo en una inmensidad de inspiración a los amantes de las novelas románticas clásica.
Keira Knightly en el rol de Anna se gana un espacio indiscutible, y Jude Law hace justicia en su composición del estricto aunque justo Karenin. Aaron Taylor-Johnson encaja en su interpretación de un Vronsky superficial aunque algo más digno en la película que en el texto.