Amor de vinilo

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Música y lágrimas

Se podría empezando a definir a esta producción como una para nada típica película encuadrada en el género de comedia (anti) romántica. Estableciendo la nostalgia y la melancolía que tergiversan los recuerdos y las historias no vividas en tanto experiencia, eso que en el orden del fanatismo puesto en juego las establece casi como verdades casi absolutas.

“Juliet, Naked”, tal el titulo original, está basada en una novela de Nick Hornby, el mismo autor de “Alta fidelidad” y “Un gran chico”. En esta narra la vida de Duncan (Chris O'Dowd), siendo él mismo el narrador inicial, un aparentemente estricto y sarcástico profesor de análisis de cine y televisión cuyo infantilismo no le permite crecer en un mundo adulto.Viviendo en fantasía, por su ensimismamiento, con su novia Annie (Rose Byrne), con quien no ha querido comprometer su egocentrismo, de tener hijos ni hablar.

El profesor ha vegetado en el más amplio sentido del término, encandilado con una sola perspectiva en su mirada: la vida y leyenda del músico Tucker Crowe (Ethan Hawke), un músico de rock, transformado gracias a Duncan en un referente de culto para ese estilo musical de principios de la década de los años ‘90. Quien al alcanzar lo más alto de su fama, con miles de seguidores y admiradores, misteriosamente desapareció luego de un concierto en vivo.

Duncan ha convertido parte de su vivienda en un altar del músico al que venera, y ha mantenido viva la imagen de Tucker a través de una página sobre la música y vida del mismo. Todo se trastoca en esa vida casi organizada cuando Duncan recibe unos demos del músico ocultos hasta este momento.

Annie resuelve escribir una reseña negativa del mismo, lo cual pone en conflicto a la pareja y ante un desliz de Duncan, en tanto alta infidelidad, se separan. La crítica llega a ojos del músico, quien comienza de manera virtual una relación con la autora, dando cuenta en ambos de todo aquello que los une a pesar del océano que los separa. Principalmente el haber desperdiciado gran parte de su vida por estar navegando a la deriva sin poder visualizar sus sueños y errando en las elecciones de vida.

Es interesante la elección del espacio físico en el que se desarrolla la mayor parte de la historia, uno de esos típicos pueblos costeros de Gran Bretaña donde todos se conocen pero, en realidad, nadie sabe nada del otro.

El texto lleva las marcas fidedignas de Hornby, la obsesión por la cultura popular; personajes pos modernos, adultos en crisis a los que construye con mucho afecto sin juzgarlos. De estructura narrativa clásica, progresiva sin demasiadas búsquedas estéticas, pero si poseedora de una buena dirección de arte, sobre todo en relaciona lo que se ve en pantalla, donde los objetos narran sin necesidad de palabras.

Las rupturas con el clasicismo se encuentran en los personajes y sus relaciones, aunque establezca la posibilidad de una segunda oportunidad, volver a empezar. A Tucker, padre biológico de muchos, pero papá en tanto función de uno sólo, ese que le muestra siempre que todavía vive y tiene una chance. Esa chance se establece a partir de una de sus hijas a punto de dar a luz en Londres, hasta allí viaja para por primera vez hacerse cargo de algo del orden de la responsabilidad y el afecto. Annie no está ajena a esto.

Todo mayormente sostenido por las actuaciones, todas de muy buena composición y siempre realistas. Con bastante humor y diálogos inteligentes, entretenida en todo su metraje, se va construyendo una comedia que finalmente deja de ser (anti) romántica, pero nunca abandona lo políticamente incorrecto.