Alma salvaje

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Viaje interior

La rubia debilidad Reese Witherspoon tiene olfato para las buenas historias. El diario de viaje de la escritora Cheryl Strayed, una aventura de casi un mes como mochilera por la Costa Oeste norteamericana (conocida como Pacific Crest Trail, un clásico on the road a dedo), que sirvió para oxigenarla de citadinos problemas, fue la inspiración de esta película. Reese entregó el libro al novelista inglés Nick Hornby (About a Boy, High Fidelity) y las ingeniosas imágenes del director Jean-Marc Vallée (El club de los desahuciados) hicieron el resto.
La huida de Cheryl (Witherspoon) comienza con una uña encarnada, prosaico accidente para el pequeño infierno del que huye, que combina la muerte de su madre, el abandono del marido y un descenso al mercado negro de drogas. El accidente es simbólico: Cheryl no está hecha para la vida de mochilera, y a medida que se cruza con otros compañeros de ruta queda claro que, más de uno le dirá, su equipaje no es el adecuado. Pero cada pequeño tropiezo dispara un recuerdo, y la sumatoria, suavemente neblinosa como la memoria misma, ayuda a rearmar el rompecabezas de su pasado. Su compañerismo con la compinche madre (Laura Dern) queda trunco tras su enfermedad, lo mismo que el matrimonio con Paul (Thomas Sadoski), del que sólo presenciamos las cenizas del desenlace. Es curioso que en simultáneo con este film, Hornby haya participado, pasivamente, de otro largo rodado en 2014 y de similares características: A Long Way Down, adaptación de su novela homónima. Pero mientras en esta última el reencuentro es a través de otros, en Alma salvaje la búsqueda es interna, con la no menor compañía de recuerdos y fragmentos de canciones que delicadamente se intercalan.