Alicia a través del espejo

Crítica de Emiliano Andrés Cappiello - Cinemarama

El país de los decoradores

“Si yo tuviera un mundo propio, todo sería sinsentido”, dice Alicia al comienzo de Alicia en el país de las maravillas (1951). Bueno, mala suerte, Alicia. Esta vez te vas a quedar con las ganas. Alicia a través del espejo (2016) es visualmente llamativa pero nada más, un caso de realizadores que no están a la altura de las herramientas a su disposición. Es extraño, teniendo en cuenta que su director es James Bobin, director de las dos genialidades más recientes de los Muppets y de una de las series más divertidas y originales de los últimos tiempos, Flight of the Conchords. Si bien esta película de Bobin es considerablemente mejor que la predecesora de Burton, que hacía del Sombrerero Loco una especie de Aragorn esquizoide, apenas logra elevar a mediocre lo que empezó siendo pésimo.Los personajes de Lewis Carroll en versión Burton siguen habitando el mundo fantástico del film, pero se ve que para Bobin no son lo suficientemente irritantes y agrega a uno de los comediantes más exagerados disponibles hoy en día, Sascha Baron Cohen, en el rol de la personificación misma del concepto del tiempo, que se convierte en antagonista al no utilizar sus poderes para que la película termine más rápido. Wasikowska, gran actriz ella, es el único personaje atrayente entre numerosos actores insoportables o mal utilizados (la aparición de Rickman, aunque emotiva por ser uno de sus trabajos finales, es extremadamente breve y el gran Stephen Fry resulta irreconocible por el desgano de su interpretación). Aunque es un cumplido para Wasikowska, es también evidencia de las enormes fallas del film que en una aventura por un mundo (supuestamente) maravilloso lo único atractivo sea el personaje perteneciente al mundo real.

Y es que el gran problema al atravesar este espejo es que Wonderland carece de wonder, no hay maravillas en ese país, solamente un ejército de diseñadores y maquilladores bastante talentosos. El ingreso al mundo fantástico de Alicia, una invitación a la imaginación desbocada, es regulado por Bobin y compañía a fuerza de un universo extremadamente pequeño, limitado a dos o tres locaciones (la casa de Sombrerero, la de Tiempo, el pueblito), y un relato lineal y predecible. El Sombrerero en esta entrega cambia la espada por ¡traumas de la infancia! (el padre no lo abrazaba lo suficiente, ¿vió?), tan traumáticos que casi lo revientan. Alicia debe remontarse al pasado, a un pueblo pseudo-medieval de marca genérica donde lo maravilloso desaparece aún más y ni los maquilladores talentosos quedan. Hay una pelotita McGuffin-máquina temporal y varios la quieren, pero si se ven a ellos mismos en el pasado se puede romper el presente (lo que de todas formas no sería una gran pérdida). Humanizar a estos personajes, atarlos a un relato convencional y forzarlos a convivir en un universo finito y consistente significa traicionar la propuesta básica del film de un escape a una aventura ilimitada y desquiciada. Lo que debería ser una oportunidad para explotar toda su creatividad, Bobin lo convierte en un brutal proceso de normalización.

Una de las características principales del libro original, escrito por Lewis Carroll, eran los ingeniosos y constantes juegos de palabras. En honor a esto, el film llena el guion con incontables variaciones de chistes sobre la misma palabra, “Tiempo”. Alguien levanta al tipo mientras exclama “el tiempo vuela”, y así todo el día. Es una atrocidad, no por exigir respeto frente a la obra original, sino por la manera de desaprovechar el material disponible y limitar aún más las posibilidades de la película. Nada más lejano al mundo de sinsentido soñado por Alicia que este film sin libertad ni juego, constreñido a reglas innecesarias y formatos prefabricados que eliminan cualquier posibilidad de maravillar.