Al final del túnel

Crítica de Marvila - Cine & Medios

La guita te motiva.

En general el cine nos invita a jugar, a dejar de lado la lógica y meternos en el juego que nos plantea el director. Decidimos hacernos los distraídos ante situaciones poco verosímiles, de la misma forma en que miramos para otro lado cuando un mago inexperto pifia en un truco. Pero todo tiene un límite. Ese límite, en el cine, muchas veces se pasa y por mucho. Es el caso de esta película, la que nos pide que le dejemos pasar muchas situaciones peleadas con el sentido común.
Tenemos a un tipo, Joaquín (Leonardo Sbaraglia) en silla de ruedas, claramente agobiado por una traumático accidente en el perdió a su mujer y su hija. Solitario, parco y con un viejo perro como compañía decide poner en alquiler una habitación en la terraza de su casa. Así llega una chica, Berta (la española Clara Lago), con su hija a tomar posesión del lugar, literalmente. La joven es impetuosa, descarada, invasiva, y su hija muda, pero no porque no pueda hablar sino porque no quiere hacerlo.
El tipo en cuestión se dedica a reparar computadoras en el sótano de la casa; todo transcurre con normalidad hasta que un día escucha ruidos del otro lado de la pared. Curioso, el hombre se arma de artilugios varios, todos a mano, para poder escuchar y hasta observar lo que sucede del otro lado. No tarda en descubrir que un plan delictivo está en marcha, y que él puede sacar provecho de ello.
La película ofrece una buena actuación de Sbaraglia, una mediocre de Pablo Echarri, una de Clara Lago que es difícil de evaluar por estar doblada al porteño por una locutora de perfecta dicción, demasiada perfecta, y un elenco de secundarios en el que solo el español Javier Godino logra destacarse. El resto ostenta el problema habitual de muchas producciones nacionales, extras de pésima actuación. La dirección de arte tiene por momentos mucho de aviso publicitario, por un celo excesivo en detalles técnicos que anulan el alma de la escena, y entonces todo se ve "plantado", falso.
Hacia el final, el director elige poner morbo y sordidez donde claramente no era necesario, en especial al involucrar a una menor en escenas donde su presencia no aporta, más bien distrae y molesta. Y es que estamos ante un filme comercial que no busca romper ningún molde ni transgredir formato alguno.