Al cine con amor

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Al cine con amor es acerca de Roger Ebert, quizás el crítico de cine más famoso del mundo. Es sobre él y su vida, sobre sus inicios en el periodismo, sus visitas frecuentes a bares y sus problemas con el alcohol, sus primeros pasos en la televisión y su relación caótica con Gene Siskel, sobre su matrimonio tardío pero feliz y la degradación física de sus últimos años. Pero Al cine con amor, curiosamente, no es sobre su trabajo como crítico, ni sobre su visión del cine. Se sabe que los documentales tradicionales optan por la biografía antes que por cualquier otra cosa, pero incluso el más biográfico de los documentales sobre, pongamos por caso, un pintor, muestra una buena cantidad de cuadros. Para el director Steve James la crítica no es tan importante como para darle demasiado espacio: en pantalla solo alcanzan a leerse algunos fragmentos de críticas de películas como Bonny and Clyde, Gritos y susurros o Toro salvaje, y se trata únicamente de pequeñas partes de textos que van a imprimirse sobre las imágenes de esas películas, como si la escritura de Ebert no bastara y hubiera que convocar los objetos de los que habla para que la palabra valga más, o para contextualizarla, o simplemente para no aburrir al público obligándolo a leer. El caso es que la figura de Ebert parece interesarle a James por motivos que exceden por mucho a su profesión. La opción es válida, por supuesto, pero resulta por lo menos extraño que una de las pocas películas jamás hechas (y por hacerse) sobre un crítico de cine demuestre tan poca predisposición a preguntarse, justamente, por la crítica. James utiliza una buena cantidad de metraje del programa de televisión junto a Gene Siskel y es consciente de que esas intervenciones son algo bien diferente de una crítica escrita: cuando se repone la polémica con Richard Corliss, que acusa a Sneak Previews de empobrecer la profesión, también pueden leerse frases de la respuesta de Ebert en las que explica que sus intervenciones televisivas deben ser breves y poco complejas para capturar la atención de una gran audiencia, como si el mismo Ebert estuviera perfectamente al tanto de la diferencia entre un medio y el otro, entre la crítica propiamente dicha y sus comentarios televisivos. El director no ignora ni por un segundo qué es lo que queda afuera de su película. Para colmo, los pocos caracteres de Ebert que pueden leerse están compuestos mayormente de adjetivos y juicios fuertes, momentos escriturales de alto impacto que oscurecen zonas de sus textos presumiblemente más ricas vinculadas con el análisis o la argumentación.

Para Al cine con amor, entonces, la crítica es más o menos descartable. ¿Pero qué queda de un Ebert despojado de su profesión, además de una figura robusta y un poco tiránica, entregada a cultivar la ironía y un generoso buen vivir? James toma partido por el motivo del trabajador infatigable que se enfrenta con una enfermedad devastadora, y que debe medir fuerzas todo el tiempo con los males que atenazan su propio cuerpo. Casi no pueden leerse críticas de Ebert, decíamos, pero no faltan insistentes primeros planos que muestran su cara desfigurada por culpa de un cáncer de maxilar y de varias intervenciones quirúrgicas fallidas. La voluntad inquebrantable de Ebert alcanza a disimular un poco el morbo de la película, ocupada durante largas tomas en observar la miseria física que signa los días de su protagonista, incapacitado para hablar, comer o tomar líquidos. Si uno fuera mal pensado, creería que hay ahí alguna clase de conmiseración que justifica la existencia misma de la película, como si el hecho totalmente atípico de dedicar un documental a un crítico de cine (profesión odiada como pocas) solo fuera posible transformando ese documental en una “historia de vida”, en un relato sobre la resistencia y la dignidad humanas, borrando lo más que se pueda el carácter polémico y antipático que suele caracterizar el trabajo del crítico, o por lo menos volviéndolo más digerible a través del despliegue de una narración edificante que fagocita cualquier otro tópico.

Es un poco comprensible, de todas formas, que la crítica falte a la cita: siempre resulta difícil usar textos escritos en el cine, y teniendo a su disposición un enorme banco de comentarios (aunque no sean, efectivamente, críticas) como el de Sneak Previews, parece entendible que el director recurra con más frecuencia a los registros televisivos que a las notas publicadas en el Chicago Sun Times. ¿Pero qué hay de la visión del cine de Ebert? El espectador de Al cine con amor que no haya leído sus textos no podrá enterarse demasiado acerca de sus gustos. Entre los pocos datos que se brindan figuran su defensa de Scorsese, de Bergman y su interés por algunas películas pequeñas y casi secretas de las que otros críticos no hablaban. Pero la información es escueta y se da al pasar, y el espectador tiene que hacer un esfuerzo para reconstruir imaginariamente un posible cánon. Por ejemplo, se hace mención a que no le gustó El color del dinero, cuando ya se había establecido su promoción y defensa de Toro salvaje y de casi todo lo filmado por Scorsese hasta ese momento, por lo que uno podría deducir que Ebert sentía predilección por el Scorsese más religioso, el que escenifica grandes luchas, éxtasis y redenciones, y que de alguna manera a Ebert le interesaba más el desborde estilístico antes que la contención y mesura narrativas de El color del dinero, quizás la menos scorsesiana de las películas del director de Taxi Driver. Pero, de nuevo, se trata de reensamblar un mapa de preferencias con demasiadas partes faltantes.

A pesar de todo, gracias a Al cine con amor (feo título local de Life Itself, que también es el nombre de la autobiografía de Ebert) se puede conocer mejor a uno de los críticos de cine más populares, uno que le hablaba a un gran público desplegando un lenguaje claro y unas notables dosis de erudición que funcionaban casi como una empresa didáctica: en manos de Ebert, la crítica de cine podía enseñar sin resultar paternalista, volverse comprensible sin renunciar a la complejidad de la argumentación. Sus textos abrían la polémica, la arrancaban del terreno de los especialistas para ponerla al alcance de cualquiera; su estilo diáfano democratizaba la discusión. El documental de Steve James es un retrato de esa figura un poco fuera de serie.