Aguas turbulentas

Crítica de V. De Grossi - Cine & Medios

Perdonar lo imperdonable, rehacer lo deshecho

Han pasado ocho años desde que Jan Thomas (Pal Sverre Valheim Hagen) entró a la cárcel a purgar su responsabilidad en la muerte de una criatura. Sale de prisión convertido en un hombre taciturno, introvertido, con apenas la recomendación para un trabajo que al menos le da un poco de paz. En la iglesia donde le contratan como organista, conoce a Anna (Ellen Dorrit Petersen) y casi de inmediato surge entre los dos una atracción que, como pulsión de vida, promete sanar el alma atormentada de Thomas. Pero Anna tiene un hijo y el fantasma de sus pecados pasados no le permite vivir totalmente tranquilo, por más que se empeña en no exteriorizarse afectado.
El flamante organista intenta rehacer su vida ocultando por completo ese trágico suceso que lo llevó a prisión. Pero ese pasado lo alcanza cuando menos lo espera: la madre del niño muerto, maestra de escuela, lo reconoce durante una excursión a la iglesia donde Thomas trabaja y ambos sufrirán las consecuencias del reencuentro.
El realizador noruego Erik Poppe desembarca en las pantallas argentinas con un filme donde obsesión, perdón, remordimientos y amor se combinan en un drama cuyo impacto, inicialmente fuerte, va diluyéndose conforme transcurren los minutos. El protagonista se nota cómodo en su rol y consigue un personaje controversial, que generará emociones encontradas en el espectador a medida que se presentan las distintas perspectivas de su delito.
Técnicamente impecable y novedosa en su perspectiva, "Aguas turbulentas" se cae un poco sobre el final, con una resolución más bien tibia y que roza la correción política más tradicional, esquivando apenas la moraleja chata. No es una película para recomendarles a quienes sufren cuando un niño sufre.