Agua para elefantes

Crítica de Maria Marta Sosa - Leer Cine

EL HOMBRE QUE HUYÓ DOS VECES

Agua para elefantes es una historia de la vida en el circo. La que podríamos imaginar como una vida itinerante, superficial, es aquí una realidad familiar, con vínculos estrechos donde las personas que allí pertenecen o pertenecieron siempre encontrarán un hogar.

Cronológicamente Jacob (Robert Pattinson) huye por primera vez de su hogar tras la muerte de sus padres en un accidente automovilístico. A punto de graduarse como veterinario debe abandonar el examen que está dando para ver por última vez los cuerpos de quienes fueron sus padres. Jacob los mira tendidos en una camilla de metal de la morgue y, tras anoticiarse de que la casa familiar ha sido embargada por el préstamo adquirido por su familia para pagar la facultad, parte hacia alguna ciudad donde “dicen que hay posibilidades laborales”. En el camino se sube al tren del circo donde encontrará un nuevo modo de vida en familia que vendrá a restituir aquella que había perdido. Cuando las cosas se ponen bravas con el jefe del circo, porque Jacob se enamora de su mujer y ella de él, Francis Lawrence, director de esta película, marca que su protagonista va a tener que volver a tomar la decisión de abandonar esa familia, con una escena similar a la que vimos al principio. El hombre que desde que subió al tren lo protegió, guió y acompañó en el aprendizaje circense está grave. Jacob lo mira tendido en su catre, agonizando, pero aún no es momento de decidir. Si bien las cosas se están precipitando, faltará un hecho más que empuje al protagonista a decidir. Luego de algunos sucesos violentos que habían llevado a Jacob a saltar del tren junto a Marlena (Reese Witherspoon), Jacob vuelve a por ella. Cuando recorre los vagones y llega donde estaba el catre de su amigo lo ve vacío, su cuerpo no está. La muerte de su “padre” dentro del circo será lo que le dará el empuje final para construir otra vida familiar en otro lugar (que luego nos enteraremos que será en otro circo –el de la competencia-). Las escenas mencionadas no están planteadas de manera idéntica, mas en ambas el punto de vista es el de Jacob; y se enfatiza, mediante un plano general, en la primera los cuerpos de los padres, en la segunda, la ausencia del cuerpo del “otro padre”. Por las muertes, la familia, como era conocida hasta ese momento, se desmorona. Jacob es un hombre que se desenvuelve en plenitud cuando comparte, cuando se siente en comunidad, participando con otros, por eso cuando ese equilibrio se rompe parte, decide, vuelve a construir otra familia, su familia. Francis Lawrence bien sabe de personajes que deben arreglárselas cuando se encuentran desolados – en Soy leyenda (2007) lo mostró de manera excepcional- y esto es el aspecto más destacable y positivo de Agua para elefantes (2011). La necesidad de un modelo familiar para seguir adelante es lo que Jacob reclama con sus actos. Es allí, en ese núcleo, donde las personas se hacen fuertes y se desempeñan con esplendor, donde progresan, disfrutan. Cuando esa comunión se interrumpe es el momento de abandonar ese espacio para construir otro arquetipo, porque no saben, ni desean, vivir de otro modo. Por eso, cuando sus hijos ya no lo visitan, no se comunican ni con él ni entre ellos, Jacob huye del asilo para ancianos donde vive para volver al circo y acomodarse en una nueva familia.
Agua para elefantes sale airosa por aquello expuesto, pero Titanic hay una sola y a veces hay que encontrar una forma personal de contar las historias. No habría que abusar de los rallenties, ni descuidar los enlaces mediante la voz en off, o pasar por arriba acciones de los actores como mirar una foto y no darles más tiempo para que cuenten con gestos. Por más que los recursos narrativos sean siempre los mismos, los directores de cine, si desean llamarse como tales, deberían seguir las enseñanzas del gran Douglas Sirk y “doblegar el material a su estilo”.