Actividad paranormal 3

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

El miedo recién llega al final

Como la primera de la serie, la nueva Actividad paranormal asusta recién cuando está terminando. La primera planteaba la presencia de alguna clase de entidad maléfica en casa (en el cuarto, habría que decir) de los protagonistas. La segunda desplazaba el asunto hacia la hermana de la protagonista y su hijo, al que aquella fuerza ansiaba poseer. Esta tercera empieza poco antes que la segunda, con Kristie embarazada, y de allí da un salto hasta fines de los ’80, cuando Kristie y Katie se topan por primera vez, de pequeñas, con ese enigma de otro mundo. A diferencia de la segunda, que lograba sostener una tensión pareja, aquí el espectador pedirá a gritos ser asustado, mientras es obligado a presenciar, durante casi todo el metraje, una especie de Gran Hermano con elenco reducido. Y sin sexo. Aunque en un momento éste se anuncia, para interrumpirse enseguida. Ni calenturas ni sustos (al menos hasta casi el final de la película) para el impávido espectador de Actividad paranormal 3.

Creada y dirigida por un ex programador de computadoras, la primera AP demostraba que no cualquiera dirige una película. Algo que la segunda, puesta en manos de un director de cine, confirmaba por la contraria. Y la tercera –dirigida por los desconocidos Henry Joost y Ariel Schulman– ratifica. Estamos ahora en 1988, en casa de los papás de Kristie y Katie, la hermana que al final de las anteriores era poseída y armaba cualquier desbarajuste. Hermana menor, Katie tiene ahora un “amigo imaginario” llamado Toby, posible responsable de los ruidos raros que se oyen en casa a la noche. Ruidos raros primero, revoltijos y sacudones más tarde, desapariciones de muebles después, alguna arrastradita por el piso en el peor de los casos. Poca cosa para asustarse. Sobre todo cuando todo lo que se ve es una cama matrimonial, un matrimonio durmiendo y los minutos transcurriendo lentos en el timer de la cámara de video. Sí, la de Actividad paranormal es una saga de monitoreadores obsesivos, hecha tal vez para dar miedito a técnicos de compu.

Eso, hasta unos cinco, diez minutos antes del final, cuando el guionista, de puro aburrido tal vez, decide patear un poco el tablero, recurriendo a alguna fuente de miedo probada y comprobada. Una bruja, pongamos. Mejor todavía: varias brujas reunidas, practicando uno de sus siniestros rituales. No es que se vea mucho, pero lo poco que se ve alcanza para parar algunos pelitos: la del mal es una idea atávica, y a la hora de reflotar atavismos, cuanto más viejos mejor. Las brujas son uno de los más viejos. Tal vez por eso, por más que sepamos que no existen, cuando las vemos nos convencemos de que haberlas, las hay. Y por una vez nos asustamos, Belcebú sea loado.