Abril en Nueva York

Crítica de Juan E. Tranier - La mirada indiscreta

Insensibilidad pop

“Sí, sí, que gracioso, me estoy cagando de la risa. Estos argentinos son medio pelotudos”. Esto es lo que dice Pablo (Abril Sosa: sí, el ex Catupecu Machu y ex Cuentos Borgeanos) en una fiesta, a pocos minutos de comenzada la película y, no sin motivo, recibe una reprimenda de Valeria (Carla Quevedo), su novia. Esa breve línea bien podría resumir y darnos una idea sobre el espíritu de Abril en Nueva York, ópera prima de Martín Piroyansky. Se le agradecen las pocas pretensiones a esta comedia romántica de corte indie, que cuenta la historia de esta pareja de jóvenes argentinos intentando sobrevivir en la meca del imperio capitalista, summum de las referencias pop, la ciudad de Nueva York. Pero sucede que la superficialidad y la chatura de los personajes es tan exasperante que el espectador (aquí tengo que asumir el rol de espectador y no extenderlo al lector: cada uno sabrá qué es lo que le pasa con la película) es repelido antes que atraído.

Esta superficialidad en los personajes es un elemento buscado y trabajado, pero llega a niveles irritantes y muchos pasajes, los pretendidamente más cómicos, no terminan de funcionar. Dicho mal y pronto, no son graciosos. Delineados a partir de los detalles y de las banalidades que los rodean (la ropa, la música, los bares híper-cool a los que van), Pablo y Valeria atraviesan algunos (pocos y triviales) conflictos de pareja; más que nada Pablo, que es un seudo-músico irresponsable que ni siquiera sabe cantar o tocar su guitarra y mucho menos conseguir y mantener un trabajo; mientras que Valeria trabaja en un restaurante, estudia teatro y se debate entre Pablo y Ben (Matt Burns), quien se presenta como la posibilidad de un futuro algo más brillante y estable.

Quizás la frase de Pablo, la que utilicé para abrir esta nota, sea una especie de mecanismo de defensa por parte de Piroyansky ante las críticas negativas que pudieran caerle a la película, una suerte de paraguas anti-crítico; pero lo cierto es que tanto Abril Sosa como Carla Quevedo (de quien hay que destacar su belleza y fotogenia) están sobreactuados, como si fueran instrumentos desafinados dentro de una orquesta, ya que sus líneas son recitadas a los gritos y de forma histérica. Entonces, la historia de estos chicos de clase algo acomodada, que no avanza ni retrocede, no resulta atrapante ni significativa, ni siquiera como pequeño artefacto pop de culto.