A Roma con amor

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Con el sello de Allen, sin ser lo mejor de su cosecha

Esta séptima película "europea" de Woody Allen no está a la altura de, por ejemplo, Medianoche en París , pero lleva su inconfundible sello. En este caso rinde homenaje a Roma y también a los directores italianos admirados por él: Fellini, De Sica, Risi y Monicelli.
El relato abre y cierra con Nel blu dipinto di blu , el famoso tema musical de Domenico Modugno. En el medio, narra cuatro historias en clave de comedia, en las que se pueden descubrir algunos matices de la cuentística de Bocaccio.
Esas historias le permiten mostrar sitios emblemáticos de Roma como el Coliseo, Piazza Navona, Piazza di Spagna, la Fontana di Trevi, las termas de Caracalla, Via Veneto, Piazza Venecia, Trastevere, Piazza Mattei, Via del Corso y los jardines de Villa Borghese.
En una de las historias, el arquitecto norteamericano John Foy se encuentra con un joven estudiante de su profesión, quien lo invita a recorrer el barrio de Trastevere, donde aquél vivió un año y se convierte en su ubicuo ángel guardián para evitar que repita los errores que él cometió.
En otra historia, que también trata sobre la infidelidad y la hipocresía, una pareja de recién casados llega a Roma procedente de Pordenone para su luna de miel y el azar los separa. A él le llega la inesperada visita de una ramera interpretada por Penélope Cruz.
Su esposa se pierde en las calles de Roma cuando sale del hotel a buscar una peluquería, llega a una plaza donde se está rodando una película y es seducida por un veterano actor de cine que ella admira.
Pero las dos historias más hilarantes, mejor logradas, pero también las más sarcásticas son las interpretadas por Benigni y el propio Woody Allen, aquí en el papel de un director de orquesta retirado, llamado Jerry, quien equipara la jubilación con la muerte.
Jerry, inevitablemente hipocondríaco, llega a Roma acompañado por su esposa Phyllis (Davis), quien es psiquiatra. Con ironía y muy suelto de cuerpo, le dice: "Vos que tenés contacto directo con Freud, decile que me devuelva mi dinero".
En Roma, Jerry descubre en el dueño de una funeraria, encarnado por el gran tenor Fabio Armiliato, a un notable cantante de ópera, que lo hace bien sólo cuando se ducha. Jerry pretende realizar con él una dislocada puesta en escena de I pagliacci y convertirlo en luminaria lírica de los más grandes escenarios de Italia y de Roma, pero casi muere en el intento.
Benigni interpreta a un humilde empleado a quien súbitamente la televisión transforma en una celebridad, sin que él entienda nunca las razones de su convocatoria y su consagración.
A través de esta historia, Allen elabora una crítica feroz contra los paparazzi, los movileros y la televisión "carroñera", que contribuyen a alimentar lo que Vargas Llosa denomina "la civilización del espectáculo" y en el mundo del periodismo se conoce como infoentretenimiento.
A Roma con amor es una de las películas más críticas de las realizadas por Allen en Europa. Registra una exquisita fotografía, mientras que la música, como es habitual en su cine, contribuye a crear climas o contrapuntear lo que muestran las imágenes.