7 cajas

Crítica de Martín Escribano - ArteZeta

RELATO SALVAJE

¿Que se viene el fin del mundo? ¿Me decís a mí que soy oriundo de ahí?
(Huye, hermano – Grupo Revólber)

El Mercado 4 de Asunción se parece un poco al fin del mundo. Quizás no lo sea para quien se acerque de vez en cuando a comprar ropa o comida, pero para quien no puede salir de ahí, lo es. Dentro de ese gran laberinto de comerciantes, ladrones, policías, oportunistas y marginales que puede encontrar su análogo argentino en La Salada o las calles de Once, trabaja (¿y vive?) Víctor, un carretillero que sueña con comprar un celular último modelo que además de sacar fotos, filma. Lo que gana no le alcanza pero al cruzarse con un carnicero su suerte parece cambiar: tendrá que sacar del mercado siete cajas de misterioso contenido a cambio de cien dólares con los que podrá acceder al celular y quedarse con el vuelto. Claro que las cajas son la punta del iceberg de un mecanismo que se arraiga en la ilegalidad y al que Víctor se sumará sin quererla ni beberla. Al poco tiempo se activará la persecución.

Una de las virtudes de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori fue la de saber transformar una locación en una criatura. El Mercado 4 está vivo y mata siguiendo las leyes de un mercado más abstracto y global (espectral, diría Cronenberg). Entre gatos y ratas, por sus venas transitan personas, objetos de intercambio, personas degradadas al nivel de objetos. Su circulación huele a sudor. Suenan las pisadas, el rasguido de las caretillas contra el cemento, el guaraní, el español, el chino… los disparos.

En sintonía con la estética videoclipera, colorida y saturada de Slumdog Millionaire y con una premisa similar a la que ofrece la alemana Corre, Lola, corre de Tom Tykwer, 7 cajas sabe retratar con altura la marginalidad. No pudo Fernando Meirelles en su momento con su Ciudad de Dios y no pudo Danny Boyle en la India años más tarde. Si sus directores lo lograron fue gracias a un sincero respeto por sus personajes que suscitan, al mismo tiempo, preocupación e interés. Lejos del cinismo de nuestra “Relatos salvajes”, la película más taquillera de la historia de Paraguay expone la corrupción intrínseca a un sistema productivo que, haciendo del consumo su única ley, nos aparta de cualquier legalidad posible.

“Si no tenés plata no hay remedio”, le dice una empleada de farmacia a Nelson, carretillero también él, como Víctor, que busca una cura para su hijo enfermo. Para algunos no habrá más remedio que responder a la exclusión con el cuerpo. Otros, como Víctor, buscarán salvarse por la imagen. Quizás de ahí venga su interés por ese celular con filmadora. Quizás ya no quiera depender de su astucia y de los rezos a la Virgen de Caacupé para sobrevivir. Quizás haya alguien que mire y que me mire. Una mirada que sostenga desde otro lugar, un ojo que nos ampare, que nos cubra y nos descubra, que nos deje ser de otra manera aunque casi nos cueste la vida./?z