65: al borde de la extinción

Crítica de Hernán Ferreirós - La Nación

Los humanos secuencian el ADN de los dinosaurios y los clonan en el presente. Los humanos descubren que los dinosaurios sobrevivieron en una zona perdida e inaccesible de nuestro planeta. Los humanos viajan en el tiempo hasta la era de los dinosaurios. Los humanos y los dinosaurios conviven naturalmente en el período jurásico total qué sabe el público de paleontología. Estos “argumentos” pueden aplicarse a decenas de películas y delatan que las opciones para juntar a los reptiles más taquilleros de la historia con imprudentes exploradores con vocación de snacks están en proceso de agotamiento. El cine, igual, va buscando alternativas.

Este film, escrito y dirigido por los guionistas de Un lugar de silencio (2018), nos dice que hace millones de años existió un planeta extrasolar al que sus habitantes llaman Somaris, donde vive una civilización idéntica a la humana, tanto que no solo domina perfectamente el inglés sino que hasta tiene a su propio Adam Driver.

A pesar de que su desarrollo tecnológico les permite viajar entre las estrellas, los somarianos tienen los mismos problemas que los humanos del siglo XXI: la hija de una familia irreprochable sufre una enfermedad grave y el personaje de Driver -llamado Mills- debe tomar un trabajo extra para pagar las cuentas médicas. Este consiste en un viaje por el espacio profundo para transportar a un contingente de somarianos a otro sistema solar. Su nave, sin embargo, colisiona con asteroides no registrados y se estrella contra un planeta desconocido. Solo Mills y una niña de la edad de su hija sobrevivien al desastre. Este extraño planeta plagado de curiosas formas de vida vegetales y animales no es otro que la Tierra, 65 millones de años en el pasado, sobre el fin del período cretácico, más exactamente, unas 12 horas antes de que impacte el meteorito que provocó la célebre quinta extinción masiva.

Se entiende el desgaste de las opciones para juntar personas con lucrativos dinosaurios, pero resulta insólito que, tras imaginar que los protagonistas podrían ser extraterrestres de un pasado remotísimo, hayan optado por hacerlos indistinguibles de un neoyorquino, en lugar de incorporar algún tipo de diferencia que juegue con nuestras expectativas y dispare situaciones inesperadas (corresponde reportar que aquí no hay muchas de esas). Más allá de esta premisa mal concebida, la película es una compilación de ideas de Jurassic Park (los velocirraptors justo atacan desde el lado inesperado, un rayo ilumina sorpresivamente al T-Rex más silencioso del mundo, etc.) sumadas a escenas “escalofriantes” que delatan una fiaca mental no vista desde la última reunión para tirar ideas en ShowMatch (corresponde aquí saludar a las arenas movedizas, que hacen un regreso triunfal).

La trama de la película es minúscula: tras la colisión que destruye su nave, Mills descubre que un módulo de escape quedó intacto pero a unos 15 kilómetros de dónde cayeron la niña y él, de modo que, antes del inminente impacto del meteoro, deben atravesar un bosque lleno de criaturas. Los 65 millones de años se refieren a la edad geológica en la que sucede esta historia, pero cuando se puede prever todo lo que va a pasar se sienten más como la duración de la película.