50/50

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Sobre la enfermedad y sus metáforas

Hay un momento en que esta película estimable se torna horrible. El mejor amigo del protagonista –que acaba de enterarse de que tiene un cáncer– ve a la novia de éste besándose con un desconocido. En la escena siguiente, la chica llega a casa del novio y, aunque de entrada niega todo, el amigo la presiona como un torturador de entrecasa, obligándola a confesar que es una traidora y convenciendo al novio de que debe echarla para siempre. Hasta ese momento y después del exabrupto, el tema de esta película que suma tres nominaciones a los Independent Spirit Awards (los Oscar del cine indie, para decirlo de un plumazo) es el modo –tentativo, falible, incierto– en que el protagonista lidia con la enfermedad. Lo hace sin golpes bajos ni sensiblerías, sin épica individual ni aleccionamiento. No es poco. Pero tampoco es poco ese rapto de maltrato y abuso, que no es sólo del amigo, sino de la película, que le da la razón, al mostrar a la novia como monstruo hecho y derecho. Que el episodio sea brutal pero puntual permite tomarlo, si sirve de consuelo, con la punta de los dedos, como quien agarra de las antenas a una cucaracha muerta, para tirarla lejos.

Con perdón por la redundancia, un cáncer suele ser un cáncer para cualquier película. Sin embargo y como bien se sabe –desde hace días no hay argentino que lo ignore–, a esta altura de la medicina la lucha contra el cáncer tiene buenas posibilidades de éxito. Lo mismo corre para los tumores dramáticos. Basada en la experiencia personal del guionista y productor ejecutivo Will Reiser, 50/50 incrementa su porcentaje de riesgo teniendo en cuenta que el paciente tiene aquí sólo 27 años. Unos días después de que Adam (Joseph Gordon-Levitt) sienta un fuerte dolor en la espalda, un médico está grabando, delante de él (como si no fuera el paciente, sino un testigo ocasional), un diagnóstico de melanoma, cuyas probabilidades de cura son las que indica el título. “El suyo es un caso fascinante”, dice el tipo, con repulsivo entusiasmo. Tratamiento: quimioterapia urgente y muy invasiva. Si no resulta habrá que operar, con un porcentaje de éxito bastante menor que el 50/50. Todo servido, en suma, para uno de esos festivales del golpe bajo que Hollywood sabe producir como nadie. Y sin embargo, no.

El guión de 50/50 no apunta, como en nueve de cada diez casos, a la lástima o la piedad. Hasta la mínima empatía se ve dificultada aquí, por obra del actor protagónico. Conocido por 500 días con ella, si algo caracteriza a Joseph Gordon-Levitt es el hieratismo, la expresión impenetrable, el amarretismo emocional incluso. Basta que en una de las primeras sesiones la psicóloga le ponga la mano en el hombro para que el tipo la fulmine con la mirada. Por otra parte, nada de reflexiones en off, diarios íntimos ni ninguna otra forma de confesionalismo para él. Apenas algún amague de quiebre, rápidamente sofocado. Además, todo lo que rodea a Adam es de comedia. Empezando por el amigo, la típica bestia peluda que Seth Rogen suele encarnar (recordar Virgen a los 40, Ligeramente embarazada, Zack y Miri hacen una porno) y que por mucho que haga reír adquiere aquí un matiz más siniestro. Siguiendo por la psicóloga inexperta de Anna Kendrick (que hacía de ejecutiva despiadada en Amor en las alturas) y los papás de Adam. El papá no entiende nada, culpa del Alzheimer. La mamá, por su parte (se agradece la reaparición con vida de la gran Anjelica Huston), es uno de esos pulpos capaces de retar al hijo porque no le dijo que tenía un cáncer. Así rodeado, Adam está a salvo. La película también.