3 anuncios por un crimen

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

El western visto con lente deformante

Frances McDormand se luce como la antiheroína de la película que ya se llevó cuatro Globos de Oro y amenaza ser protagonista en el Oscar. Pocas cosas están bien en el pueblito de Ebbing, donde una violación y asesinato provocan una escalada de acciones y reacciones.

Después de que un pretendiente enano la dejó sola en la mesa de un restorán, la mujer toma la botella de vino y se dirige con paso calmo y resuelto hacia otra mesa donde están su ex marido, que previamente se mofó de ella y su cita de esa noche, y la jovencísima novia de su ex. La cámara la toma desde la posición desde donde el ex la ve venir, con expresión temerosa. Ella camina hacia él con la botella en la mano derecha, cierto bamboleo y una innegable chuequera, como de cowboy. Allí la mente del espectador rebobina. La provocación, el arma en la mano (la botella), el restorán que podría haber sido un saloon y la mujer que por su dureza, decisión, tendencia a la acción directa y falta de renunciamientos bien podría haber sido el héroe de un western. ¿John Wayne, por ejemplo? El andar cansino, el bamboleo y la chuequera así lo hacen pensar, tanto como la combinación de trompada y patada con que en otro momento dejó fuera de combate a dos contendientes bastante menores. O el ataque a una comisaría que, es verdad, en el caso del protagonista de La diligencia normalmente lo hubiera encontrado del otro lado. Pero hay algo de héroe mítico en la Mildred Hayes de Tres anuncios por un crimen, algo en ella que excede lo meramente humano, algo que representa lo que todos quisiéramos ser o hacer en una circunstancia semejante.

Ganadora de cuatro Globos de Oro y con seguridad una de las más firmes competidoras del Oscar cuando éstos se anuncien el martes próximo, si Tres anuncios por un crimen admite ser vista como un western, es como un post western. Uno de esos en los que el género ya fue y se lo recoge en pedazos, rearmándolo como en una pintura cubista. Como un western noir, dada su visión del mundo, y como un western feminista, desde ya, en vista del tamaño y acciones de su heroína. O antiheroína, teniendo en cuenta que Mildred Hayes no tiene un pelo de ejemplar. Pero conviene ir por partes. Contando mínimamente la historia, por ejemplo. A Mildred (Frances McDormand) le violaron y asesinaron a la hija unos meses atrás, en el pueblito de Missouri donde vive, y la chica ya está enterrada. Pero Mildred quiere que al menos se atrape al culpable, recurriendo a un método novedoso para acusar a la policía local de no hacer nada. Lo cual genera inquietud en el sheriff Willoughby (Woody Harrelson) y el alguacil Dixon (Sam Rockwell). De allí en más, para no espoilear ningún dato y simplificar de paso una trama arborescente, lo más sencillo sería suscribir a lo que dice el propio Martin McDonagh, autor y realizador de la película: “La acción de un lado genera la reacción del otro, y así sucesivamente”.