24 cuadros

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

El cine como arte evocador de la belleza que existe en la naturaleza del universo.

El cine de Abbas Kiarostami es un canto a lo cercano, lo simple, lo sagrado. Sin embargo todo ese acercamiento a lo naïve es sumamente complejo. Conseguir una mirada del espectador sobre lo sencillo y natural de la vida, conlleva un bagaje cultural que abarca oriente y occidente, que parte desde la pintura “Los cazadores en la nieve”, una serie de paisajes de temporada de de Pieter Brueghel el Viejo, de 1565, con la que comienza el filme, hasta rescatar y recrear varias escenas de modernas fotografías cuyos esquemas recuerdan las bellas pinturas de las miniaturas persas. "Decidí usar las fotos que había tomado a través de los años. Incluí 4 minutos y 30 segundos de lo que imaginaba que podría haber sucedido antes o después de cada imagen que había capturado", dijo al presentar su película en Cannes. El filme se origina en el deseo de escudriñar la huella del tiempo en algunas de las secuencias sobre paisajes que inspiraron la última época de su vida. Y para ello se interna y desgrana una imagen pictórica, que es lo único ficticio sobre el resto del filme, que se abre en la pintura "Cazadores en la nieve". En el lado izquierdo del cuadro se puede ver a un grupo de hombres y perros caminando cerca de personas agrupadas junto al fuego y una línea de pequeñas casas; en el lado derecho muestra un puñado de caseríos y hombre que camina sobre un puente helado. A corta distancia y, más allá de éstas, personas aún más distantes que patinan y se arremolinaban sobre lagos de hielo oscuro. Montañas y árboles cubiertos de nieve ocupan el centro. En los siguientes minutos la pintura comienza a moverse a medida que el humo sale de una chimenea, cae la nieve, un perro orina contra un árbol, un cuervo grazna y vuela.El resto de "24 Cuadros" es un atractivo compendio de segmentos que transforman las propias fotografías de Kiarostami, de paisajes desolados, una colección de animales, y múltiples ventanas con forma de abertura, en fragmentos de una historia que habla de desolación y tristeza y que rápidamente establecen un tono de mal humor, y con el tiempo se convierten en estribillos dolorosos. Cada sección está dividida por fundidos en títulos negros e individuales (fotograma 2, fotograma 15) que crean una especie de efecto de cuenta atrás.
Son 24 composiciones, sin diálogo y en tiempo real, que se van sucediendo como una catarata superpuesta de imágenes: la nieve, la lluvia, los pájaros, las olas. La hostil y salvaje naturaleza... El hombre es un animal ausente salvo en el final y en la fotografía de una familia iraní, o siria, o turca, frente a la Torre Eiffel, de espaldas, estáticos. Es el oriente que mira a occidente sin comprender bien su pensamiento. Al igual que occidente no entiende el modo de vida y pensamiento de oriente. Son mundos, misteriosos e indescifrables.

Los alambres del telégrafo reciben la llegada de los cuervos que se instalan como corcheas en un pentagrama, cuya melodía se conoce a través de los graznidos. Una ola acosa a una vaca sobre la arena, de la que no sabe si está viva o muerta, mientras el rebaño pasa a su lado, una y otra vez, hasta que se levanta y se une a él. Una pareja de leones es contemplada a través de la ventana natural de un castillo derruido y semi sepultado por una tormenta de arena. Un grupo de ruidosas y curiosas ocas recibe a una inoportuna barca a la deriva... que interrumpió su paz. Un caballo en celo intenta montar a la hembra en medio de una intensa nevada, tan pasional como ellos El gris y sus matices, que van del oscuro al claro, pasando por espacios negros y otros totalmente blancos se impone. Llueve, nieva, el sol se filtra agónico en el mundo fantasmagórico de Abbas Kiarostami.

En otras ocasiones Kiarostami aplana la imagen, convirtiéndola en una pila de cuñas horizontales. En un cuadro, un cielo oscuro, frío y melancólico parece asomarse sobre una barandilla esquelética que atraviesa el plano, partiéndolo por la mitad. Más allá de la barandilla, surge el agua (océano, mar o lago) y en primerísimo primer plano se focaliza a una paloma solitaria que da a la imagen el sentido de soledad y drama. Repetidamente, un movimiento, la paloma levanta su cabeza, otras que pasan, van y vuelven, convierte a la imagen en un fragmento narrativo ordenado. Luego aparecen unos renos que marchan y se detienen a esperar, al más pequeño o al más viejo. Quién sabe. Las composiciones parecen ser un tributo a Yasujiro Ozu, el cineasta japonés al que Kiarostami dedicó "Cinco" (2003), otro trabajo experimental.
En “24 Cuadros” la pintura, la poesía, la arquitectura, la música que parte desde un tango de Francisco Canaro, para internarse en otros ritmos populares o temas como “Love never died” de Andrew Webber, o Chopin, son para Kiorastami un refugio ante un mundo hostil y despiadado.

En Kiarostami, al igual que Andréi Tarkovski el arte es la única solución y forma de vida posible, y esto queda claro en sus ficciones. Y no hay nada más bello o entrañable en el arte, que lo ajeno al entretenimiento o la diversión, encontrando en lo terrible lo mejor de nuestra esencia. El cine como arte evocador de una belleza que está más allá de él, y que está contenida en la naturaleza del universo.

Andréi Tarkovski en “Esculpir en el tiempo” sostenía: “El artista no tiene ningún derecho moral para dejarse llevar a un abstracto nivel medio, para hacer que su obra sea más comprensible, más accesible. Esto no acarrearía otra cosa que la decadencia del arte, cuando en realidad esperamos su florecimiento, creemos en las posibilidades potenciales y aún no desarrolladas del artista y también en una elevación de las exigencias del público. O al menos queremos creer en todo ello. (…) Tender hacia la sencillez es tender a la profundidad de la vida representada, pero encontrar el camino más breve entre lo que se quiere decir y lo realmente representado en la imagen, es una de las metas más arduas en un proceso de creación.”

Eso en síntesis es lo que expresa “24 Cuadros” (“24 Frames”, título original en inglés) de Abbas Kiarostami, el arte en todas sus formas como un mantra, a través de sus 24 cuadros. Son poemas visuales, al estilo de los haikus japoneses, que se continúan hasta un último plano en el que aparece un espacio casi vacío de una habitación abandonada, sobre una mesa una computadora donde presumiblemente han cobrado vida estas imágenes en movimiento. En la pequeña pantalla, aparece ralentizada la última escena de “Los mejores años de nuestra vida” (1946) de William Wyler, con Myrna Loy, Fredric March, Dana Andrews, en un abrazo sobre el que se sobreimprime The End. La elocuente despedida de Kiarostami, que concluye así, con esta película como una especie de testamento poético de su largo y muy interesante viaje cinematográfico, que va desde el naturalismo más riguroso a la falsificación de las imágenes, y de la realidad al cine imaginado.

Al final de su vida, Kiarostami hizo una sumatoria de su arte, digna de atención e inspiradora de su carrera en el uso de técnicas cinematográficas únicas para capturar la vida en toda su variedad emocional. En ellas lleva implícita una condena al sistema que lo ha censurado a él y otros artistas iraníes como Mohsen Makhmalbaf y Jafar Panahi. El filme hace preguntas fundamentales, ¿Dónde encuentras belleza en tu día a día? ¿Cómo te mantienes fiel a tus principios en una sociedad degradada?, sin ofrecer respuestas fáciles. El público deberá sacar sus conclusiones y sólo se enfrentará a la introspección reflexiva de uno de los artistas más importantes del cine mundial contemporáneo