21 La gran fiesta

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Agarrá la noche

Todo el mensaje de 21, la gran fiesta se reduce a la consigna "sos joven, viví a fondo". Muchos siglos antes, un poeta no menos jovial que los guionistas y directores de esta película había recomendando a la juventud de su época: "carpe diem", lo que significa "agarrá el día", aunque adaptado a las circunstancias podría traducirse por "agarrá la noche".

Sin embargo, si bien gran parte de la trama se desarrolla en una sola noche de locos y los guionistas son los mismos de ¿Qué pasó ayer?, sería injusto compararlas, porque hay enormes diferencias conceptuales y formales entre ambas historias. En este caso, todo es mucho más veloz, grosero y lineal. Por eso, la energía que se desprende de los personajes y de sus peripecias tiene una potencia de impacto mayor. Va directo al blanco.

Los protagonistas son tres amigos, dotados de rasgos los suficientemente convencionales como para no entorpecer el argumento. Casey (Skylar Astin), un universitario buen mozo, gentil y aplicado; Miller (Miles Teller), un chico de barrio, pícaro, grandote y confianzudo, y Jeff Chang (Justin Chon), un descendiente de japoneses con cara de adolescente que cumple 21 años.

El cumpleaños es el motivo de que los tres vuelvan a juntarse. Sólo hay un problema: al día siguiente, Chang debe presentarse temprano junto con su padre para una entrevista de ingreso a Medicina. También Casey es reacio a enfiestarse. Pero Miller convence a los dos y en unos pocos minutos los tres están lanzados en una caravana infernal que incluye bares, discotecas y fiestas universitarias.

21, la gran fiesta transmite esa experiencia nocturna de una manera casi física. Contagia su entusiasmo por vivir al borde de la inconsciencia con una convicción que pocas comedias se permiten sin ponerse a sí mismas la traba de algún contenido moralizante más o menos previsible. En cambio, aquí rige la ética de la amistad y de la embriaguez.

Mucha de esa capacidad de contagio viene de la tremenda actuación de Justin Chon que es una especie de Bruce Lee de la comedia, tan expresivo para bailar como para desmayarse. Además, en el personaje hay algo cercano a la pulsión de muerte que vuelve desesperadamente ambigua su comicidad.

La irresponsable ligereza con la que se maneja esa oscura posibilidad tal vez sea el punto más fuerte de esta sátira contra la madurez. De todas maneras, no hace falta llegar tan lejos, con lo que ofrece en la superficie –la gracia grosera, el ritmo loco, la simpatía inmediata– alcanza para ejercitar durante más de una hora y media los músculos de la mandíbula.