13 pecados

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Quién quiere ser millonario

Qué haría una persona normal si, mientras espera en su auto la señal de paso para cruzar las vías de tren, un llamado anónimo le ofrece 100 dólares por matar una mosca que anida en el parabrisas, y después 500 por comérsela? Antes de definir qué es normal, aclaremos que quien llama conoce muy bien al sujeto al volante, tiene el número de su cuenta para depositar la recompensa y, por algún secreto mecanismo, puede verlo y ver todo lo que hay alrededor suyo; como la mosca. Y no haría falta aclararlo pero sí, finalmente, el sujeto mata a la mosca y se la come.
Adaptación de la película tailandesa 13: El juego de la muerte (2006), 13 pecados coincide con el estreno, dos semanas atrás, de Apuestas perversas. En ambos casos se aplica una retorcida lógica pavloviana, con alguien poderoso que se divierte a expensas de un necesitado, ofreciéndole plata a cambio de disparates que van en aumento (un hijo bastardo de los programas de preguntas y respuestas). La diferencia entre ambos films es que si Apuestas perversas muestra la hilacha de Tarantino, 13 pecados juega teorías conspirativas, al estilo David Fincher. Elliot (Mark Webber) queda desempleado, con su mujer embarazada y lo que empezó con una mosca terminará como una bomba de tiempo. La película cuenta con una serie de escenas absurdas, al borde del gag, pero al promediar la primera hora la trama muestra agotamiento y el desenlace, exceptuando un milagro, es cantado. Los milagros no existen, claro.