Un Drácula con el perfil de Nicolas Cage. Renfield: Asistente de vampiro (2023) es la nueva película protagonizada por el talentoso y versátil actor norteamericano Nicolas Cage, una comedia de terror y toques sobrenaturales dirigida por Chris McKay (Batman Lego: la película, La guerra del mañana). No es un detalle menor aclarar que el guion de la trama esta a cargo de Robert Kirkman, reconocido escritor de cómics, entre ellos el notable The Walking Dead y también responsable de la serie de culto Fear The Walking Dead. Kirkman es un guionista que tiene muy claro los códigos del género del terror, pero también los referentes al humor más irreverente. Es un autor que sabe como mezclar ambas alternativas. En pocas palabras, en Reinfield: Asistente de vampiro, el más salvaje cine de terror se fusiona acertadamente con momentos que llevarán al espectador directamente a la risa y la diversión. En «Drácula», la magnífica e icónica novela de Bram Stoker, el personaje Renfield es un paciente internado en una institución mental que cumple el rol de atormentado fiel servidor del Conde Drácula. Él es quien acata todas las órdenes de su amo y hasta quien intenta proveerle de víctimas. Entre el Conde Drácula y su servidor hay una llamativa relación de dependencia. En la cinta que nos atañe se vuelve a retomar este particular vínculo y sus conflictos. Renfield, aquí interpretado por el actor británico Nicholas Hoult, es un joven que en la actualidad lucha por tener una existencia autónoma y propia sin aún poder lograrlo. Drácula, en la estampa de un Nicolas Cage desatado de todas las formas posibles, se lo impedirá. Una simpática e incorruptible mujer policía (la cantante Awkwafina) ayudará al joven en sus tareas de liberación. Renfield: Asistente de vampiro es una película muy divertida y dinámica. En ciertos tramos posee unas impresionantes escenas de acción, con luchas callejeras que irremediablemente nos llevan al cine hongkonés de género. En otros momentos, escalofriantes y sangrientas secuencias de terror, dónde el Conde Drácula desplegará todo su seducción y sadismo. Y este no es cualquier Drácula, es uno interpretado por Nicholas Kim Coppola (alias Nic Cage, recordemos que es sobrino del director de El Padrino), un actor tan valioso como carismático que luce magnífico a sus 59 años. Con sus dientes afilados, su boca llena de sangre, sus ojos hipnóticos y su pelo negro, nos dará tanto miedo, como nos sacará una sonrisa. Es la segunda oportunidad donde Cage interpreta a un vampiro y bebedor de sangre; anteriormente tuvo un rol protagónico en la película El beso del vampiro (1988), otra producción que contenía en su relato ingredientes de terror y comedia. Hay una importante referencia en el relato de la película a los lazos de sangre. Drácula podría ser el padre y Renfield su hijo adolescente y rebelde, que ya no quiere aceptar sus órdenes. Y desde ya, al tratarse de una historia donde uno de los protagonistas claves es un vampiro, la sangre ocupara un rol central. Volviendo a los orígenes del personaje Renfield, más específicamente en su versión cinematografica, en el comienzo del film se recrea el escenario del gran clásico Drácula de Tod Browning de 1931, un gran acierto por parte del director Chris McKay. Pero volviendo a la actualidad, este nuevo Renfield será un antiheroe que de a poco irá ganando confianza y autoestima. Mientras tanto nosotros, los espectadores, lo acompañamos en su vertiginoso viaje de reciente descubrimiento. De paso, nos reímos y espantamos por partes iguales. Y disfrutamos de Nicolas Cage. ¿Qué más se puede pedir?
Diabólicamente vigente. Comenzando la década de los años ’80s y justo en un momento donde el género del cine de terror pasaba por una época de esplendor, principalmente gracias al subgénero slasher y de películas tan notorias como Halloween y Martes 13, un joven y astuto realizador norteamericano llamado Sam Raimi, decide filmar su propia versión de una historia de horror, pero dándole una ingeniosa vuelta de tuerca. Su película de 1981 Evil Dead (estrenada tardíamente en Argentina allá por 1987 con el título de Diabólico), filmada con un acotado presupuesto y con la ayuda de familiares y amigos, mezclaba en parte iguales el terror más puro y sangriento, junto con pasajes de neto humor negro. La historia tenía como protagonista a Ash, interpretado por el actor de culto Bruce Campbell (Bubba Ho-tep), quien decide pasar unos días de descanso, junto con su novia y tres amigos más, en una apartada cabaña en el medio de bosque. Una vez en el lugar los jóvenes encuentran en el sótano un antiguo y extraño libro, el Necronomicon, que despierta a un espíritu maligno que irá poseyendo uno por uno a los incrédulos visitantes. Entre los aciertos de la cinta se encuentran el excelente uso de inesperados y bruscos movimientos de cámara, de un logrado travelling, junto a planos subjetivos (que representaban a esa fuerza oscura que vivía y latía en las profundidades de ese bosque). Pero también se podía apreciar una plasticidad y viscosidad en las escenas más brutales y explícitas que no era tan normal en las películas de género de ese momento. Aquí el terror más agresivo, gracias a simples, caseros y mejor aplicados efectos especiales, se complementaban a la perfección con el humor, llegando al punto de un cartoon (dibujo animado cómico). El cine de terror ya no sería el mismo. Luego del inesperado éxito de Diabólico, también conocida por los cinéfilos como Posesión infernal, vendrían las secuelas Noche alucinante (1987), dónde Ash volvía a la cabaña maldita para seguir luchando contra las fuerzas del mal; El ejército de las tinieblas (1992), con Ash en papel de guerrero y viajando al pasado, ambas dirigidas nuevamente por Sam Raimi, quien subía mucho más la apuesta de terror gore, humor y toques fantásticos. Bastante tiempo después, el realizador uruguayo Federico Álvarez decide hacer una remake de la original, Posesión infernal (2013), que repetía la misma historia de forma correcta, pero con un extraño tono serio y ni un mínimo del lúdico implementado por Raimi. Finalmente, este abril de 2023 llega a las salas de cines argentinos la recuela Evil Dead: El despertar, un gran retorno al espíritu de la saga, dirigida y escrita por el realizador Lee Cronin y protagonizada por Lily Sullivan, Alyssa Sutherland, Gabrielle Echols y elenco. En esta oportunidad la historia se desarrolla en un decadente edificio en Los Ángeles, donde habita Ellie (Sutherland), una madre soltera con tres hijos de diferentes edades, que sobrevive como puede. Un día recibe la visita de su hermana Beth (Sullivan), una joven experta en guitarras y bastante problemática que le pide asilo por un tiempo. Ambas mujeres tienen sus diferencias y bastante empoderamiento, característica que será clave para poder enfrentarse a todo el horror que vendrá. Un sismo se produce en el lugar, rompiendo parte del mismo. Allí un adolescente encontrará un Necronomicon (Libro de los muertos), liberando otra vez a temibles espíritus malignos. El resto es historia. Evil Dead: El despertar funciona por dónde se la mire. Es efectiva, directa y brutal, tal como lo fue aquella versión de 1981, desde ya obviamente salvando las diferencias temporales y estéticas que acontecen. El papel de Ash es aquí representado en la figura de Beth, una joven mujer astuta que hará hasta lo imposible para salvar a su familia y se proveerá de diferentes elementos (vidrios, tijeras, motosierra) para la brutal defensa. El cambio de locación de la acción, del bosque profundo a un edificio de departamentos, le da a la saga un aire de renovación, pero también de claustrofobia que consigue mantener la tensión y la angustia a lo largo de los 97 minutos de metraje. El impacto está a la orden del día con los modernos efectos de CGI, que intentan parecerse a los analógicos del pasado, con un resultado muy satisfactorio. Se nota que su director Lee Cronin vio la saga y entendió perfectamente su concepto. Aterrar y espantar al espectador con escenas sangrientas y brutales, sí, pero también llevar las cosas al extremo de lo autoconsciente, llegando al punto de la parodia y la comicidad. Los fans del cine de terror, me incluyo, agradecidos.
Duelo de fe con un batallador Russell Crowe. El padre Gabriele Amorth fue uno de los sacerdotes italianos con mejor reputación dentro del Vaticano y bajo el ala de pontífice Juan Pablo II, logró realizar más de 70000 exorcismos en todo el mundo, un récord absoluto en la lucha de la fe católica frente al diablo. De todas maneras, este también fue un cura con pensamientos bastantes controvertidos. Según sus propias palabras la mayoría de las posesiones en personas se debían a alguna debilidad del tipo mental y estos luego eran utilizados por el diablo para llevar su estampa de maldad, pecado y codicia a nuestro mundo. También Amorth culpaba al diablo de males sociales como la delincuencia y la drogadicción. Tan importante fue la figura del padre Amorth para el exorcismo, una ceremonia de origen medieval, que en el año 2017 el director William Friedkin, el mismo detrás del clásico absoluto del subgénero de posesiones demoníacas El exorcista (1973), realizó un muy recomendable documental acerca de su vida y obra llamado El demonio y el padre Amorth. En la película de terror El exorcista del papa (2023), se vuelve a invocar a su presencia, en este caso interpretado por el solvente actor, ganador de un premio Oscar, Russell Crowe. En esta ficción el padre Amorth (Crowe) es enviado a un pueblito en España para ocuparse de un supuesto caso de posesión en un joven que vive con su madre y su hermana. Por lo que se puede apreciar carisma no le falta a este cura, que hace chistes con monjas y colegas y de paso empuja a soltarse a en la profesión de fe a su novel discípulo, el padre Esquivel (Daniel Zovatto). Y junto a este joven cura español formarán una dupla eficiente y por momentos hasta divertida, muy a pesar de los espeluznantes eventos que les tocarán afrontar. La película comienza muy bien. Hay que reconocer que Russell Crowe es un excelente actor y que sabe cómo llenar de matices a cada personaje que le toca interpretar. Su padre Amorth es un hombre ameno y servicial con la comunidad, pero en cambio es un rival fuerte y de temer en su lucha contra Satanás. Nunca se dará por vencido en la temible batalla. Sin embargo, promediando la mitad del metraje la película, dirigida por el realizador Julius Avery, también responsable de la notable Operación Overlord, se llena de las típicas convenciones que pertenecen al subgénero de posesiones. Levitaciones, insultos en lenguas desconocidas, transformaciones físicas, todas a cargo del pobre muchacho poseído. Russell Crowe hace lo que puede con un guion que por instantes bordea el ridículo, y lo pone en situaciones donde en lugar de lucirse su talento pasa desapercibido. Desde que se estrenó El exorcista de William Friedkin por los controversiales años 70’s, la vara quedó demasiado alta en lo que respecta a producciones sobre exorcismos. Y si bien la leyenda del largo recorrido en el tema por el padre Amorth se intuye muy interesante, muchas veces no es suficiente si no hay una historia pasable o con un poco de coherencia detrás. Una verdadera pena teniendo como protagonista a un actor de la calidad de Russell Crowe, solvente como pocos. Dentro del ya vapuleado y sin embargo siempre popular género del cine de terror, lamentablemente son cada vez menos los casos donde se ofrecen historias que nos provoquen verdadero horror y de paso nos enfrenten cara a cara con el príncipe de las tinieblas, Lucifer.
Amar la vida pese a todo. Sobrevivientes (2023) es un conmovedor largometraje documental de producción nacional dirigido por los realizadores Elena Bursztein y Axel Rosito. Sus protagonistas son tres jóvenes cuyas vidas cambiaron para siempre tras sufrir complejos accidentes viales. Analía, Dayhana y Maxi son los sobrevivientes del título de esta película que fue concebida para darle visibilidad a una problemática que lamentablemente es la principal causa de muerte de los jóvenes en nuestro país. En Sobrevivientes se deja a un costado las estadísticas numéricas (5000 fallecidos por año; innumerables víctimas que lograron seguir con vida, pero que quedaron con alguna discapacidad), para apoyarse fuertemente en las historias de vida de los protagonistas y de la nueva realidad que les toca vivir después de haber sido gravemente dañados, tanto física como emocionalmente. Dayhana es una joven cordobesa, profesora de inglés, que a los 18 años fue embestida brutalmente por una camioneta en una esquina de su pueblo natal, Santa Rosa de Río Primero. Logró salir con vida pero como consecuencia del terrible hecho ya no volvió a caminar y sus sueños de estudiar ingeniería también se frustraron. El amor a su profesión (actualmente da clases en escuelas primarias y secundarias) y de su pareja, la empujaron lo suficiente para no claudicar a pesar de la adversidad. Maxi, el segundo y único hombre en la trama, es un suboficial de la Fuerza Aérea, vive en Río Cuarto y es un importante miembro dentro del equipo nacional de Tenis de mesa adaptado. Una mañana yendo a cumplir con sus tareas laborales un conductor alcoholizado lo atropelló, dándose posteriormente a la fuga. Desde ese día tampoco volvió a caminar, pero el deporte y las ganas de no bajar los brazos lo ayudó a salir adelante. La tercera y última protagonista es Analía, oriunda de Lanús, con estudios en periodismo y activista. Desde el fatídico día dónde sufrió un accidente vial, convive con una afasia de expresión. Por la colisión, que aconteció en una calle del barrio porteño de Puerto Madero, perdió el habla tras un golpe en la cabeza. Se puede apreciar en Sobrevivientes una gran empatía entre sus directores Elena Bursztein y Axel Rosito, y los tres protagonistas que eligieron retratar para concientizarnos sobre la cantidad y gravedad de siniestros viales que se suscitan a diario en nuestro país. En los 63 minutos de metraje seremos testigos de estas historias reales de resiliencia y esperanza. Dayhana, Maxi y Analía nos irán relatando cómo fue readaptarse a la vida cotidiana luego de vivenciar semejante trauma bajo circunstancias llenas de complejidad y miedos. Sus existencias ya no serían las de antes, y en alguna oportunidad encima sin un mínimo de justicia como consuelo para la víctima recuperada (siendo Maxi el mejor ejemplo y el más resonante de todos). Son tres casos firmes y muy sinceros acerca del destino y la fe. De esos que, por desgracia, apenas se mencionan en los medios de comunicación. Sobrevivientes resulta un documental cálido que nunca cae en el golpe bajo, más bien lo contrario: nos demuestra que siempre hay nuevas oportunidades para renacer. Los realizadores usan luces tenues y suaves de forma muy acertada para retratar a los entrevistados. Y también nos dan, por medios de conmovedores testimonios, un gran ejemplo de cómo seguir sobre(viviendo) después de la tragedia vial.
Cómo el marketing cambió el deporte para siempre. En el año 1984 Nike era una simple y apenas valorada marca de indumentaria deportiva norteamericana, que intentaba (un poco a los empujones y gracias a las ganas de crecer de su fundador Phil Knight) de encontrar su lugar en el complejo mundo de los deportes de élite y principalmente en el básquet y la NBA, la liga especializada que por aquellos años no era tampoco tan importante, ni mucho menos tan famosa. Su lugar en el podio de marcas era el tercero, detrás de las poderosas rivales Adidas y Converse, quienes acaparaban casi todo el mercado deportivo. Pero un hecho transcendental ese mismo año cambiaría para siempre el camino de Nike, la empresa y más que nada el del deporte en su veta más comercial y de difusión de sus productos. El responsable en cuestión del cambio fue Paul “Sonny” Vaccaro, un notable cazatalentos de futuras estrellas universitarias de básquet, que ingresó a trabajar a Nike y luego tuvo la idea de contratar al jugador Michael Jordan, quien era muy joven, pero ya mostraba dotes de crack en su desempeño. Vaccaro tuvo que luchar mucho para convencer a empresarios, publicitarios y hasta a la familia de Michael Jordan, con el fin de poder lanzar al mercado una línea de zapatillas y ropa que llevaría el nombre de Air Jordan. AIR: La historia detrás del logo (2023) es la película que cuenta estos eventos, recrea toda una época (los años 80’) y de paso reflexiona acerca del “sueño americano”. Su director es el reconocido actor Ben Affleck, quien también se pone aquí en la piel del fundador de Nike, Phil Knight, en la cinta. El protagonista principal, Sonny Vaccaro, está interpretado por Matt Damon. Vaccaro es un hombre solitario, obstinado, que vive a la sombra de sus propias debilidades, como el juego y las apuestas, pero que con sus métodos cambiará para siempre al marketing deportivo. Participan de la trama también Rob Strasser (Jason Bateman), el jefe de Vaccaro; David Falk (Chris Messina), el representante de Michael Jordan, y Deloris Jordan (Viola Davis), la madre de Jordan y quién supervisaba por esos días la carrera de su hijo de 21 años. Todas son figuras muy importantes en función a la construcción dramática del relato. El trabajo como director de Ben Affleck es verdaderamente notable. Su película da muestra de un estilo narrativo clásico, algo que ya casi no aplica o puede apreciarse en el cine actual hollywoodense, a no ser excepciones como el realizador Clint Eastwood. El cine clásico está constituido por una serie de convenciones, que a su vez es la que forman la tradición cinematográfica. Ben Affleck tiene muy claro estos conceptos clásicos y aquí lo demuestra desde el punto de vista narrativo y también con acertados rasgos visuales. No es fácil lograr una película tan entretenida, apasionada y tan bien recreada, pero sin embargo Affleck da muestras de su gran oficio como realizador. AIR: la historia detrás del logo es un relato que habla del capitalismo y en un momento muy particular en Estados Unidos (la del mandato en la presidencia del actor y luego político Ronald Reagan), pero que a su vez no deja de dar pruebas que muchas veces la esperanza y los deseos de crecimiento son el mejor camino para llegar a cumplir los sueños tan anhelados. Ben Affleck es siempre mejor director que actor, su pulso se nota firme y seguro, y esta es una nueva oportunidad para disfrutar de su magnífica mirada acerca de la cultura del deporte y de los eventos que lo cambiaron para siempre.
El diablo nunca se da por vencido. 13 exorcismos (2022) es una cinta de terror sobrenatural española, dirigida por el realizador Jacobo Martínez, quien debuta aquí detrás de las cámaras y está protagonizada por el reconocido actor José Sacristán, María Romanillos, Pablo Revuelta, Silma López y Daniel Arias. Su relato está basado en un caso real que ocurrió en la capital provincial española de Burgos en el 2014, en la que una familia lugareña vivió una verdadera pesadilla a causa del extraño comportamiento de su hija adolescente, quien pudo ser víctima de una severa posesión diabólica. Desesperados, los progenitores de la joven acudieron a pedir ayuda a la iglesia católica, quienes a su vez la sometieron nada menos que a 13 exorcismos. La película comienza su historia de ficción con la sesión de espiritismo de la que participa Laura Villegas (María Romanillos), una adolescente de 16 años. Luego de esa rara experiencia paranormal algo cambia en ella, mostrándose distinta en su comportamiento normal y hasta muy agresiva con su alrededor. Su familia intuye, quizás, que en aquella sesión algo siniestro ocurrió y que Laura fue poseída por una entidad diabólica y maligna. El Padre Olmedo (José Sacristán), uno de los 15 sacerdotes autorizados por el Vaticano para intervenir en casos de posesiones demoníacas, será el hombre de fe que tratará de ayudar a Laura y sus padres en esta muy difícil situación que les toca atravesar en sus vidas. El cine de posesiones demoníacas es un subgénero dentro del cine de terror que tiene en su haber ya un largo recorrido. Este año se cumplen 50 años del lanzamiento de El exorcista (William Friedkin, 1973), película de vital importancia para el subgénero y que al mismo tiempo logró hacerlo tan reconocible como comercial para todos los espectadores. Una obra maestra (hasta el día de la fecha aterra y mucho, gracias a sus espeluznantes y realistas escenas) que nos contaba una historia contundente: Regan (Linda Blair), la hija de 12 años de una reconocida actriz de cine hollywoodense, Chris MacNeil (Ellen Burstyn), tras ser poseída por el demonio Pazuzu, es sometida a un impresionante exorcismo por parte del Padre Karras (Jason Miller). Luego del enorme éxito de público que tuvo esta película, comenzarían a aparecer otras producciones que trataban la misma temática: una niña o adolescente indefensa, tras tener un leve acercamiento a las fuerzas del mal, ya sea por medio de elementos como una ouija o una sesión espiritista, sufría de una posesión diabólica. En estás complejas tramas entraban en juego y debate temas como la pérdida de la fe, el despertar sexual y la opresión religión; también junto a la duda acerca de la salud mental de la joven en cuestión. Refiriéndonos al cine de posesiones realizado y producido en España en los últimos tiempos podemos encontrar a la lograda cinta Verónica, dirigida en 2017 por el realizador Paco Plaza, basada en hechos reales y en la cual una joven es poseída en los alrededores de Madrid, con consecuencias mortales para ella y su familia. Volviendo a 13 exorcismos, es una película correcta y que no se corre de los lógicos e icónicos cánones del subgénero. En su primera parte la trama logra crear una real tensión e interés por lo que va a suceder. Muy importante es aquí la interpretación de la joven actriz española María Romanillos como Laura Villegas, intensa y llena de ambigüedad. Su comportamiento es violento y la aleja de su familia y amigos de siempre. Pero en su segundo tramo todo comienza a volverse reiterativo y hasta tedioso. La sobreactuación del actor José Sacristán, una leyenda del cine ibérico, en el papel del Padre Olmedo, por momentos se vuelve inverosímil y muy poco creíble. Tras tantos exorcismos en los que Laura, la protagonista, es torturada física y mentalmente, los espectadores no podemos sentir más que pena y angustia por la joven. La situación en el conflicto (la posesión diabólica en cuestión) parece no encontrar un cauce, y el desenlace o la coherencia narrativa en la película tampoco. Historias que provienen de un contexto real como la que la película cuenta, quizás merecen un tratamiento más concreto y sincero, más allá de su obvio componente fantástico y de índole sobrenatural. En 13 exorcismos lamentablemente esto no sucede dejando un saldo más bien negativo dentro del gran subgénero de posesiones demoníacas.
Terror bizarro y mal hecho. El cine de explotación comercial es un subgénero basado en la producción de películas con temáticas escandalosas (violencia, crímenes y sexo, entre otros), con el fin de generar morbo y provocación en los espectadores, logrando a cambio un importante beneficio del tipo económico. El cine de terror (en su vertiente más explícita y brutal) sigue siendo uno de los géneros dónde más se apoya este concepto de explotación, en muchos casos con producciones que intentan llamar la atención mediante argumentos que bordean el absurdo e imágenes de alto impacto. Viendo el estreno en salas de cines de la película de terror Winnie the Pooh: Miel y Sangre (2023), dirigida por el realizador británico Rhys Frake-Waterfield, nos encontramos con un exponente más de este participar grupo, pero en su versión más bizarra y de peor ejecución. Tras el vencimiento de los derechos de la novela infantil de Alan Alexander Milne en 2022 y su posterior pase al dominio público, surge esta terrorífica y sangrienta adaptación, donde los principales personajes de la misma, el osito Winnie the Pooh, el cerdito Piglet, el burro Igor y otros simpáticos animalitos de peluche, habitantes del Bosque de los 100 acres, crecieron y se convirtieron en brutales psicópatas asesinos. Parece que la causa de tal comportamiento es la partida por estudios a la ciudad y el posterior abandono de su único amigo humano Christopher Robin, quien con su imaginación los antropomorfizó. El comienzo de la película explicará estos eventos por medio de diversos dibujos (quizás lo único acertado en la producción). Luego la trama de la película sigue la llegada al Bosque de los 100 acres de un grupo de chicas, por supuesto jóvenes y activas en las redes sociales, que pretenden tener un descanso tranquilo y tendrán todo lo contrario. Tras la presentación de estos nuevos personajes sin mucho más que ofrecer que su belleza y desnudez (solo una de ellas parece más pensante y sufre a causa de un acosador sexual) poco a poco serán eliminadas por medio de escalofriantes muertes en manos de Winnie the Pooh y su banda. El ahora oso adulto ha crecido bastante y su aspecto físico no puede ser más grotesco, así como el de sus compañeros. Es evidente que sus cabezas son máscaras de látex chorreadas de miel y es imposible darle credibilidad a lo que iremos viendo, más allá de la impresión o su componente fantástico. También Christopher Robin (Nikolai Leon), ahora un adulto, volverá al lugar junto a su novia, que descree de todo lo que su prometido le cuenta acerca de sus amigos de la niñez. El odio a los humanos que fueron generando con los años estos animales parece no tener límites y la pareja sufrirá las consecuencias. Tras pasar hambre por años llegaron hasta a comerse al burro Igor. Así las cosas, Winnie y los otros pasaron a ser totalmente salvajes, un estado ideal para convertirlos en asesinos seriales en una película de terror slasher y con la misma maldad y saña que colegas como Michael Myers (de la saga Halloween) o Jason Voorhes (de la saga Martes 13). Lamentablemente Winnie the Pooh: Miel y Sangre es una película de terror fallida y bizarra. Su argumento no ofrece nada novedoso, ni siquiera un mínimo de coherencia. Todas las acciones parecen estar preparadas para la exposición de la muerte más sangrienta y mediocre. Aquí, los clichés más básicos del cine de terror son expuestos sistemáticamente. Nada sorprende, menos espanta, más bien da asco. Esta vez Winnie y sus amigos, en su vertiente más brutal, no asusta ni tampoco divierte, aunque el filme dure escasos 84 minutos. El cine de explotación ha ofrecido exponentes mucho mejores en su largo recorrido, si no busquen a fines del siglo pasado (décadas del ‘70 y ‘80) o en películas de terror actuales como la muy entretenida Oso intoxicado (Cocaine Bear), otro estreno de esta semana a cargo de la actriz y directora Elizabeth Banks.
Una saga en constante movimiento. La cuarta parte del personaje John Wick sigue demostrando algo que es inevitable: por un lado que el mejor cine de acción, ese donde el impacto y la velocidad de las imágenes convive con la eliminación sistemática de adversarios (sicarios), aún sigue más vivo que nunca en producciones de este calibre; por el otro que el actor de origen libanés y 58 eternos años de edad, Keanu Reeves, siempre será un gran estrella dentro del género, ya sea por su magnética presencia física, como por su carismática interpretación de John Wick, un asesino a sueldo retirado que se enfrenta a un poderoso imperio criminal que busca liquidarlo de forma radical y definitiva. En John Wick 4, dirigida por el realizador Chad Stahelski, nuestro protagonista (Reeves) comienza a recorrer diferentes lugares del mundo en busca de más venganza y oponentes. Berlín, París, New York y Japón serán algunos de los destinos donde John Wick tendrá terribles enfrentamientos con pistolas, armas blancas y otros frente a integrantes de una enorme organización criminal que ya le puso precio y recompensa por su cabeza. Totalmente solitario desde la tercera parte de la saga, buscará un aliado en la figura del entrenador físico Bowery King (Laurence Fishburne, también su mesías y coequiper en la saga de ciberpunk Matrix). Bowery lo ayudará a estar mucho más en forma para enfrentar en Marruecos a El Anciano, un personaje despreciable y líder místico de la banda delictiva. Hombre de pocas palabras pero con mucha actitud en sus acciones, John Wick se volverá un antihéroe implacable que soportará golpe tras golpe. La presencia de Keanu Reeves, un actor casi inexpresivo en sus gestos y manera de hablar, de formas moderadas y justas, que sin embargo con su cuerpo logra darle una entidad tan fuerte a John Wick que sería impensado en otro intérprete. A esta altura, todos o la mayoría de los espectadores lo identificamos con el personaje y agradecemos que aún dé lo mejor de sí en pos de un tipo de cine de entretenimiento que no da respiro, ya sea por lo vertiginoso de sus secuencias de peleas, como por la variedad de locaciones y escenarios. Las dos horas y cuarenta y nueve minutos de duración de la película no se hacen pesadas para nada, su largo camino es de adrenalina pura y acción trepidante. Para quienes disfrutamos del cine de acción puro y duro, John Wick 4 es un viaje de disfrute absoluto. La tercera parte de la saga, John Wick 3: Parabellum (Chad Stahelski, 2019) mostraba un concepto casi sistemático de pelea tras pelea, encima con un argumento muy básico, que daba como resultado una saga que se veía casi agotada y sin mucho más para ofrecer. Valieron la pena los más de tres años de espera ya que esta nueva John Wick 4 se siente fortalecida, renacida y más entretenida que nunca. Es lo más similar a la transposición de un anime japonés a la gran pantalla y con un guerrero a la altura de las circunstancias. La aparición de Donnie Yen -un reconocido actor, artista marcial y coreógrafo chino-, engalana la acción con su magnífico arte. Seguramente los cinéfilos lo recordarán por sus roles en Héroe (2002), de Zhang Yimou, o Rogue One: una historia de Star Wars (2016). John Wick 4 es una gran continuación y secuela de la saga que merece ser vista por su calidad y esplendor.
Mujeres con garra y valentía. Domadoras de dragones (2022) es un conmovedor documental dirigido por el realizador argentino Damián Leibovich. Sus protagonistas son un valiente grupo de mujeres que pudieron superar el cáncer de mama y gracias a la práctica en conjunto de remo en bote dragón, una disciplina náutica de origen chino y cuya técnica ayuda a prevenir las linfedemas que se pueden producir en los brazos después de una operación contra el cáncer, sienten un nuevo renacer en sus existencias. Esta travesía comienza en la ciudad de Bariloche y nos mostrará a las diferentes participantes aprendiendo la técnica marítima de remo en bote dragón. Ellas son sobrevivientes en busca de un camino de superación. Pero lamentablemente apenas comenzada la travesía se encontrarán con varias trabas. Como todo deporte amateur es costoso, solamente cada bote cuesta u$s12.000, más los gastos por accesorios, chalecos salvavidas y otros elementos necesarios. En algunos tramos del documental se relatan la tensión y angustia por parte del equipo, que tendrán que enfrentar a la burocracia del estado, que no le brinda desde el principio ningún tipo de ayuda. Finalmente, tras llevar a cabo una campaña de difusión de su tarea deportiva y de rehabilitación, tanto el gobierno de la provincia de Río Negro, como el Club Regatas de Bariloche les otorgó una importante donación y un espacio libre dónde poder entrenar. La idea para realizar este documental nació en el año 2017 cuando su director Damián Leibovich, quien se desempeña como realizador audiovisual de contenidos en la Universidad Nacional de Río Negro, se enteró por una colega de la existencia de la práctica del deporte y que sus participantes eran todas mujeres que superaron el cáncer de mama. Mientras algunas mujeres tomaban la práctica de remo dragón como un lugar de encuentro, interacción y amistad, en cambio otras pensaban en competir profesionalmente en diferentes partes del mundo y hasta crear una asociación que regule la actividad en nuestro país. Estas diferencias serán el punto de conflicto entre estas mujeres, que serán acertadamente retratadas por el realizador en el documental. Disparidades o desacuerdos que pueden aparecer en cualquier trabajo en equipo o grupal. Unas, tiran para un lado. Otras, para el contrario. Situaciones normales de la vida misma. Quizás la parte más emotiva del documental sea escuchar y ser testigo de la lucha de estas mujeres tan valientes que han enfrentado a la enfermedad con garra. El miedo, la tristeza y la espera de un mejor diagnóstico de vida las cambiará para siempre. Se filmaron entre 60 y 70 minutos de testimonios que aparecen diseminados en un trabajo que ronda una duración de 111 minutos. Estos viajes en los botes dragón serán fundamentales para la recuperación física y emotiva de este grupo de mujeres. La figura del dragón ocupa aquí un lugar metafórico acerca de la esperanza y la superación. Domadoras de dragones fue coproducida por la Universidad Nacional de Río Negro y tendrá funciones en CABA del 9 al 15 de marzo en el Cine Gaumont (Av. Rivadavia 1650, CABA), realizando luego estrenos en diversas salas INCAA del país y en la plataforma CineAr.
Ghostface se muda a la Gran Manzana. En el año 1996 el director norteamericano Wes Craven, uno de los grandes maestros del cine de género del siglo pasado, realizó Scream: vigila quien llama, una atractiva producción de horror slasher que proponía un adelantado concepto de metadiscurso como medio de renovación de los códigos propios en el género del cine de terror y basado principalmente en la auto referencia de los mismos casi de forma sistemática. Esta primera parte de la franquicia Scream supuso el nacimiento del slasher postmoderno, con las correspondientes brutales muertes a cargo del villano de turno, un incógnito enmascarado de rostro blanco y ropaje negro, más el agregado de un notable componente de comedia irónica y parodia. Para entender mejor esta novedosa idea creada por Wes Craven por aquellos años, en Scream el cine de terror se mira en su propio reflejo para darle una vuelta de tuerca a un momento donde al cine de terror se lo daba por muerto y de paso parodiarse de forma autoconsciente de los temibles horrores que les tocará vivir a las víctimas y a la final girl (última sobreviviente de la matanza, encarnada aquí por la actriz Neve Campbell). Debido al éxito y unánime aceptación de crítica y público tras Scream: vigila quien llama, inmediatamente vendría su continuación, la muy lograda Scream 2 (1997); luego llegaría Scream 3 (2000) y once años después Scream 4 (2011), todas las entregas -que irían disminuyendo en calidad de ideas y recursos- a cargo de Wes Craven. Obviamente los tiempos cambiaron, los espectadores y sus usos y costumbres también y la franquicia Scream, tras el fallecimiento de Craven en 2015, tuvo su renovación en forma de recuela (un concepto audiovisual muy actual que apela a la nostalgia y la intertextualidad, y que se encuentra a mitad de camino entre una remake y una secuela) con Scream (2022) a cargo del tándem de realizadores Tyler Gillett y Matt Bettinelli- Olpin. En esta novel Scream filmada el año pasado casi toda la trama pasaba por la herencia maldita y el destino de las hermanas Carpenter (en obvia referencia a otro maestro del género, John Carpenter), Tara (Jenna Ortega, una de las actrices del momento) y Sam (Melissa Barrera), hijas de uno de los asesinos detrás de la máscara en la primera película de 1996. Las redes sociales también ocupaban un lugar central en el relato y el fandom más radical en las mismas (los haters) destilaban todo su odio en forma de gráficos asesinatos. Tara y Sam sobreviven a esta matanza y para cambiar de aire se mudan de Woodsboro, el lugar de los hechos en toda la franquicia, a la ciudad de New York, más conocida como la Gran Manzana. Pero Ghostface, el icónico asesino, las acompañará. Allí es que comienza la acción en la muy reciente y esperada por los fanáticos del género, Scream 6 (2023), dirigida nuevamente por Tyler Gillett y Matt Bettinelli-Olpin. Scream 6 comienza con la correspondiente escena donde una bella dama recibe la llamada del asesino Ghostface. Posteriormente este le irá preguntando sobre sus conocimientos sobre películas de terror actuales, para luego asesinarla de forma brutal y contundente. La metodología del asesino es regular a la norma: como en todas las películas del subgénero slasher se hará un body-count (contador de cuerpos asesinados), finalmente la identidad del psicópata es descubierta. Pero lo más relevante es que Scream 6 sigue siendo metadiscursiva al cine de terror y esta fórmula, a pesar del paso de tiempo y las variantes, aún funciona. Secuencias como la del subte, donde hay varias personas que lucen máscaras de Ghostface, así lo demuestran. En esta oportunidad también estamos frente a los crímenes más explícitos y sangrientos de toda la saga, seguramente influenciados por un tipo de cine de explotación europeo e incluso de la película Martes 13 VIII: Jason toma Manhattan (1989), uno de los últimos y más decadentes exponentes del slasher clásico. La dupla Tyler Gillett y Matt Bettinelli-Olpin (responsables también de la notable Boda Sangrienta, de 2019) cumplen con el legado del gran Wes Craven. Ese donde se puede seguir asustando y espantando, pero que también permite reflexionar acerca de la violencia actual. El terror elevado, ese donde se siguen las clásicas normas del género, pero con protagonistas llenos de complejidades morales y éticas, tiene en Scream 6 su lugar propio, cómo debe ser y en la brutal actualidad que nos toca afrontar y vivir.