Nueva entrega de la saga “Taxi”, creada por Luc Besson, que en esta oportunidad trabaja sobre el exilio del protagonista en un lugar en donde de no pasar nada comienza a pasar todo. Gags, humor, slaptick, todo sirve para potenciar esta efectiva y efectista aventura sobre ruedas que hara delirar a los fanáticos y el público más joven.
Emulando el éxito de “La Novia” esta producción de origen ruso recupera un emblemático ícono que supo tener versiones animadas y ficcionales en las que la representación ideal del mito acompañaba la narración con gestos y rasgos amigables. Aquí sucede lo contrario, y un grupo de jóvenes verá cómo un secreto del pasado emerge y amenaza de muerte a todos. Original revisión para construir un texto fílmico diferente.
Visibilizar lo invisible. Dar la voz a pueblos originarios que luchan por su tierra y por su lugar a pesar de promesas. “Chaco” hace todo eso, con una sensibilidad única y con el potente grito de aquellos que necesitan un acompañamiento, sin golpes bajos y buscando desde el registro cinematográfico, respuestas a preguntas que hace años nos hacemos.
Mientras en nuestro país, en placa roja de Crónica TV y en la primera plana de medios gráficos, se anunciaban los casos de un “hombre araña”, que desvalijaba departamentos en ausencia de sus dueños, en Chile, un grupo de adolescentes hacía de las suyas de manera similar bautizándolas la prensa local como “Niñas Araña” (2017), que ahora llegan al cine de la mano del realizador Guillermo Helo. En la propuesta, coproducción con Argentina, que intenta de manera ficcional presentar la vida de tres adolescentes de un barrio carenciado de Chile, se trabajan tópicos asociados a lo aspiracional, la amistad, el esperar cumplir metas, trasladable a cualquier país de la región y por eso su familiaridad al visualizarla, y también el entramado político y social que maneja los intereses del asentamiento. Con un arranque que presenta a cada una de las protagonistas, Avi, Cindy y Stefany, su grupo familiar, sus costumbres y sus deseos, en los primeros minutos comprenderemos el contexto de la historia y cómo surgirá la idea sobre el “robo” como una válvula de escape a la dura realidad. Algo interesante del film, es que no justifica la salida a robar de las niñas como condición social, al contrario, en la apuesta del guion, de desarrollar este punto como una casualidad/causalidad es en donde “Niñas Arañas” encuentra su fuerza para avanzar en la narración. Allí donde otras películas y discursos de derecha intentan explicar el emergente de la delincuencia como condición inequívoca del contexto, “Niñas Araña” escapa a la fórmula y los lugares comunes. Con similitudes a “The Bling Ring”, película de Sofía Coppola en la que un grupo de niños ricos salía a tomar por asalto las grandes mansiones de Beverly Hills, aquí el célebre barrio de Las Condes, con sus inmensas torres, se transformará en el lugar para que el botín sea sustraído y con él la construcción de sueños personales asociados a lo material. Claramente, para que la tensión aflore, los conflictos entre las niñas aparecerán, como así también con sus grupos familiares, con sus vecinos, con los hombres, con las mujeres, con el resto de las niñas. Sin apelar a golpes bajos, y potenciando la fuerza de la rebeldía juvenil como motor impulsor de cambios, “Niñas Araña” se posiciona como un fresco generacional potente, con una dirección simple, pero efectiva, apoyado en las actuaciones de Michelle Mella, Francisca Gavilán y Javiera Orellana y que en la descripción y en la no toma de partido refuerza su relato y razón de ser.
Con una precisión y ejercicio de estilo único, este viaje a la vida de una mucama que se relaciona de manera particular con su entorno, permite analizar las castas sociales, el momento político y la idiosincrasia mexicana en tiempos revueltos. Escenas manipuladoras, dos, que atraviesan la pantalla, resienten una película filmada con precisión quirúrgica, casi de fórmula, pero que empatiza con sus personajes y sus vicisitudes.
El gato que no es La animación regional está pasando un buen momento, buceando en mitos, leyendas, e iconografía local, con historias pintorescas que reflejen la idiosincrasia latina, alejándose de estereotipos, y mostrando valores diferentes a los impuestos por la cultura hollywoodense. Esta producción brasileña se presenta como un híbrido entre ambos polos, porque si bien por un lado no reniega su veta comercial, busca, por otra parte brillar con detalles locales para que los espectadores se sientan identificados. Lino una aventura de siete vidas (Lino, uma aventura de sete vidas, 2017) narra la desgraciada vida de Lino, un joven que vive atrapado en tradiciones que lo agobian hace tiempo, y que en su trabajo de animador de un salón de fiestas infantiles, con un viejo disfraz de gato gigante y colorido, no puede siquiera imaginar el disfrute que otrora tenía, propone un viaje a la gris y amenazante rutina del hombre moderno, sea este brasileño, argentino, o de cualquier nacionalidad. El realizador Rafael Ribas trabaja sobre una línea conceptual que no sólo manifiesta un estado de denuncia sobre la vida laboral, la explotación y la falta de oportunidades, sino también sobre el perseguir sueños aún a pesar de perderlo todo, principalmente, la identidad y forma. Lo hace con una trama policial para construir un relato dinámico y solvente sobre las peripecias del gato para regresar a su lugar original, nada agradable para él pero que seguramente le permitirá, al menos, controlar todo lo que lo rodea. Con estereotipados personajes, malos malísimos y buenos buenísimos, la clásica estructura del relato se refuerza con algunos toques de realismo mágico que potencian la idea de la transformación física como una posibilidad de escape, la que, luego, en el devenir del relato, tal vez no sea la mejor opción. Aún con esos toques que intentan universalizar la propuesta, como la vestimenta de los policías y algunos hogares por ejemplo, Lino una aventura de siete vidas encuentra un tono diferente que, a través de la confusión como impulsor de la historia y el humor como bandera para poder expresar la idiosincrasia regional, se permite traspasar el formato establecido por los grandes estudios, ofreciendo una mirada distinta sobre la amistad, el amor y la felicidad.
En crisis Cuando Pedro Almodóvar planteó, a finales de los ochenta, que sus mujeres estaban al borde de un ataque de nervios, en realidad quiso poner en evidencia de manera cinematográfica, la ausencia de películas que reflejaran problemáticas femeninas simples y honestas. Algo celosa (Jalouse, 2018) redobla la apuesta presentando al personaje protagónico, Nathalie (Karin Viard) como un ser repulsivo, arisco, desagradable, que se enfrenta a todos sus vínculos -incluida su hija- para mantenerse, hasta donde pueda, firme a sus ideales. Pero claro, los conflictos impulsores de la acción ubican a Nathalie en diferentes estados, transformando hacia el final su personalidad, hecho necesario para avanzar en la historia y en los eventos que acechan a la protagonista. Si Almodóvar desde el humor pudo reflexionar sobre cuestiones asociadas a la mujer, la desigualdad de género y otros puntos que el patriarcado evitaba mencionar y que sólo los representaba parcialmente en propuestas con hombres en crisis o a punto de estarlo, aquí la comedia clásica construye el universo de esta mujer que debe asumir su posición ante un mundo moderno que la desborda. Mientras en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1989), Pepa (Carmen Maura) asumía su futuro a fuerza de gazpachos y sororidad, acá Nathalie comienza a deambular errática entre pastillas psiquiátricas, alcohol (mucho alcohol) e insultos. Con un escenario for export, los directores David y Stéphane Foenkinos (La delicadeza) urden la trama en esa París que se anhela en publicidades de revistas de viajes, quitándole, tal vez, el peso necesario a algunas resoluciones simples, que no encuentran explicación dentro del contexto presentado. Igualmente, ese París de departamentos con vistas increíbles, cafés y restaurantes de categoría Michelin, no son un dato, ya que Nathalie se encuentra en un estrato acomodado de la sociedad francesa, aun siendo una maestra de instituto privado que lidia con cuestiones cotidianas alejadas de ese mundo glamoroso que se muestra. Karin Viard compone a Nathalie de una manera única, desandando los pormenores de la historia con solvencia, sea en la alegría, tristeza, depresión y euforia, como también en la exigencia física del personaje, donde también la comedia deposita muchos gags para que esos celos anunciados desde el título puedan resonar en la platea en forma de carcajadas y reflexión, empatizando con el personaje y reflexionando sobre la mujer, su cotidianeidad y posición en el mundo moderno.
Cuenta una leyenda, que durante los años noventa, un grupo de poetas, y de locos, que recién asomaban su juventud a la noche, la ciudad, el alcohol y la poesía, crearon una de las míticas revistas literarias, la “18 whiskys”, revista que proponía un nuevo posicionamiento de la escritura. Pero esos volúmenes, de los cuales sólo se editaron dos números, lo que alimenta aún más el mito, pudieron generar una serie de situaciones extra revista, en la que la periferia de ésta, incluía maratones de tomar hasta quedarse ciegos, recorridas hacia los bares más celebrados del momento y una explosión de letras y poesía como hasta ese momento no había sucedido. “La vida que te agenciaste” (2018) va detrás de ese grupo, de la mano de Mario Varela, quien participó de la cofradía, se desandan los pasos actuales de cada uno de los miembros, su universo, su relación con la literatura en el presente, y, desde el archivo, se pone en imágenes aquello que la palabra actual enuncia. Con una estructura diferente, en la que la entrevista tradicional deja el lugar a la charla de amigos, desordenada, verborrágica, explosiva, tal como vemos en archivo, y la reinterpretación de poemas claves de los autores, en recreaciones con ellos mismos, la película avanza y entretiene. Con un potente arranque, con escenas en las que se ve a Varela y algunos de los participantes en montañas, luego el blanco y negro del archivo, más una extensa caminata dialogada entre Fabián Casas y Varela, comienzan a plantear el micro cosmos que la “18 whiskys” evidenció en papel, pero que sólo fue un jirón, un pequeño retazo, una muestra de algo mucho mayor. En tiempos en los que las utopías son pisoteadas por la derecha, que descree de la cultura, y mucho más de la poesía, esa hermana menor de la literatura, Casas, Daniel Durand, Laura Wittner, Juan Desiderio, Darío Rojo, Teresa Arijón, y Rodolfo Edwards, entre otros, vuelven sobre sus pasos para reconstruir una historia oral sobre el Buenos Aires de la literatura, de los eventos y happenings improvisados, en los que todo era posible. Película de nicho, que busca abrirse a todos para potenciar su mensaje, la pesquisa sobre uno de ellos, Durand, que vive actualmente en Filipinas, termina por convertir a Varela en un rastreador del universo lingüístico, en un antropólogo del pasado, que en el presente, resignifica palabras y musicalidades. “La vida que te agenciaste”, aún con sus fallos, se permite construir algo diferente en el panorama del cine nacional, tal vez como espejo de aquello que configuraron en los noventa, poetas explosivos, únicos, que en el rally de whiskys, encontraron su manera de pararse frente a un sistema que les exigía su inmediata incorporación, pero que con habilidad, y trabajo en conjunto, pudieron escapar, al menos por un tiempo, de obligaciones y rutinas.
Basta de películas de superhéroes. O al menos de producciones que intentan desde la exageración, el desborde, la pirotecnia visual y no mucho más, seducir a espectadores sedientos de comic y de más aventuras superficiales. Acá al Aquaman que conocemos lo inflan con esteroides, le agregan una nacionalidad tercermundista y le inventan un romance con una sirena. Nicole Kidman se presenta como la reina del mar, madre de unos Caín y Abel que se las traen, en una producción vacía, aburrida, larga, muy larga, y que en el fondo emula la fórmula Marvel para conquistar al público.
Relato sobre la épica de los fanáticos de San Lorenzo para recuperar el predio original en el cual se emplazaba el viejo gasómetro. La pasión, el amor, la paciencia, la resiliencia en un relato visceral sobre la transformación de la vida y la muerte en el estandarte y colores de un equipo futbolístico.