Roberto Benigni es Gepetto en una reversión moderna que logra revivir la magia del cuento que todos conocemos. Qué complicado es re-versionar una historia que nos sabemos todos, pero que difícil es no dejarse tentar por esa familiaridad universal que también encantó a tantos. Está claro que siempre va a haber decepcionados, pero también sirve como oportunidad para que muchos se encuentren por primera vez con un cuento de hace casi 150 años. En esta oportunidad Pinocchio deja en claro rápidamente que su mayor preocupación será atrapar a los niños, pero su más encantadora fortaleza es lo risueña y disfrutable que resulta para todos los adultos, que no concilian su sonrisa con el hecho de que ya saben todo lo que va a ocurrir en pantalla.
Esta nueva entrega del subgénero de intercambio de cuerpos propone condimentar con un poco (bastante) de sangre ese plato que creemos ya conocer todos. Vince Vaughn, dagas aztecas y uno de los autores de género más interesantes de los últimos años. ¿Qué podría malir sal?
Veinte años de matrimonio es mucho tiempo, y cuando te visitan todos los amantes que tuviste en ese tiempo, sumados a una versión jóven de tu marido y su correspondiente primer amor, incluso una noche puede ser suficiente.
Si llevar un buen matrimonio es como comer una naranja, o un ogro es como una cebolla, entonces tranquilamente ir al cine puede ser como ir a misa. En este caso repetimos este usual sentimiento cinéfilo no para enaltecer la experiencia cinematográfica, sino más bien para apuntar a que ambas ceremonias (ocurra en una la sala de cine o en una iglesia) tienen un objetivo en común: enmarcar con solemne importancia algo tan intrascendente como lo humano. Sea un hombre repartiendo pan y vino, o un relato audiovisual polaco sobre el concepto de justicia. Corpus Christi es una celebración cristiana que apunta a «proclamar y aumentar la fe» celebrando la Eucaristia, o el imbuir elementos ordinarios como pan o vino de significado representando al cuerpo y sangre de Jesús. Mucha religión junta sí, pero a eso apunta la película. El lugar del pan y vino lo va a ocupar un joven ex convicto que terminará pretendiendo, no ser sangre de carpintero, pero sí un sacerdote perfecto para la iglesia vacante de un pequeño pueblo polaco. Quizás su mayor fortaleza es ser una historia que se aleja casi en todo momento de la película que ya se arma en nuestra cabeza cuando escuchamos su premisa. Su protagonista va aprendiendo a vivir en su nuevo rol, cuidando de que nadie lo descubra y al mismo tiempo intentando cumplir su sueño de la mejor manera entre el peligroso pasado que lo persigue en un pueblo simpático pero con cicatrices. A pesar de estar repleta de elementos de la fe cristiana, es más un visor por el que la película aprovecha para lidiar con distintas temáticas mucho más «acá» que la religión en sí misma. Sería complicado que no lo vean desde ese lugar en Polonia, siendo un país tan extremadamente católico y tradicional. Es en ese molde cultural donde surge este valioso relato acerca del perdón, la redención y la injusticia. El protagonista no podía ingresar verdaderamente al sacerdocio por su condición de ex convicto (a pesar de ser una religión que gira en torno al perdón), tal y como el cristianismo le exige a sus sacerdotes el celibato a pesar de que el origen de su religión nace del hecho de que su Dios tuvo un hijo. La cinta señala directa o indirectamente varias de estas discrepancias que surgen no sólo en la religión que tan rigurosamente marca todavía el camino de Polonia sino también esa perspectiva tradicional que los limita como resultado. No utiliza el humor explícito, aunque sí denota con guiños que siempre sabe de lo que está hablando, y a pesar de tratar con seriedad los dramas de sus personajes nunca pisa el terreno melodramático que uno podría temer por su nominación como Mejor Película Extranjera en los Oscars. Aunque sí podemos concluir por su paso por los festivales de Venecia y Toronto que es un drama bastante maduro en su sentimentalismo. Los grandes eventos que marcaron a fuego la vida de sus personajes ya se encuentran en el pasado, y es el duro trabajo de procesarlos (intencionalmente o no) lo que va a ocupar el groso de acción en pantalla. Es a grandes rasgos una película sobre accidentes, víctimas y sociedades que desesperadamente necesitan culpables, sin importar el precio que terminen pagando los elegidos. Los reflectores se los lleva con justicia la excelente actuación de Bartosz Bielenia en el papel protagónico, interpretando a un joven caótico, confundido y tan débil o feroz como un perro callejero. Aunque es imposible no destacar principalmente la labor del director Jan Komasa y el guionista Mateusz Pacewicz, que crean dos mundos tan interesantes de forma muy efectiva tanto en ese reformatorio juvenil en el que tan poco tiempo pasamos como en el pueblito que sirve como escenario principal de la trama. Cada historia de sus personajes refuerza y complementa tanto la del protagonista como la de los demás, acercándonos de a poco a las conversaciones que la película busca generar cuando dejemos la butaca. Es un film entretenido y emocionante sin recurrir necesariamente a carcajadas ni llantos. A simple vista puede parecer que carece un poco de esa cualidad pochoclera que pedimos tanto a la hora de justificar una travesía al cine, pero definitivamente es un excelente rato que vale la pena para cualquiera. Seas religioso, ateo, estés actualmente en un reformatorio o especialmente si encontraste esta reseña googleando «cómo fingir ser cura».
El Príncipe: Dulcemente Salvaje. Co-Producción chilena, ganadora del León Queer en Venecia, que hace foco en un joven acomodando su vida e identidad en la cárcel. En un mundo dominado por algunas de las culturas más conservadoras de oriente y occidente, la mayor cantidad de producciones audiovisuales suelen reflejar a cuenta gotas la faceta sexual de nuestra especie. El Príncipe, en cambio, ofrece un relato apropiadamente hipersexual al tratarse del pasaje entre la represión y exploración sexual de un joven en el contexto de una cárcel chilena a fines de los 60s. Todo el elenco realiza una labor excelente, aunque destacan en vitales roles secundarios Gastón Pauls y Alfredo Castro. Dos espejos en los que se ve reflejado nuestro protagonista al mismo tiempo que se enfrentan durante toda la cinta en un violento duelo de formas e ideales. Es este enfrentamiento exterior el que va a provocar los cambios interiores del protagonista, tan conocidos por los relatos de coming-of-age más corrientes. No es algo casual que la trama está enmarcada en la previa a la elección del presidente Allende en 1970, aunque la situación sociopolítica en Chile se mantiene menos importante para la narrativa que como el protagonista percibe ese cambiante contexto exterior. Cuando «El Príncipe» es encerrado, expresa un profundo desinterés por lo que ocurre «ahí afuera». Es mediante el descubrimiento y construcción de su identidad que comenzará a cuestionar su apatía por lo que el mundo exterior, o su propio futuro, le ofrecen. El haber sido galardonado con el León Queer en Venecia, y nominado al premio LGBT+ equivalente en el Festival de San Sebastián, por supuesto que refuerzan el proyecto como un todo. Pero principalmente legitiman una visión tan cruda en su caracterización no sólo sexual sino violenta, facetas de la vida de todos que usualmente se encuentran censuradas de una u otra manera en la gran mayoría de las producciones audiovisuales para el consumo de las masas. Gracias a esto, el resultado termina siendo mucho más humano. Grandes actuaciones y personajes, una excelente labor de dirección que logra resaltar todo lo interesante del guion entregando una historia con mucha personalidad en el proceso. Uno de esos ejemplos de cine sudamericano que son un placer de recomendar por lo refrescantemente valiente de su propuesta.
Abandonen toda esperanza, aquellos que decidan ver «Cats». Una superproducción musical como pocas con un despliegue de producción realmente admirable pero que termina siendo en vano al estar al servicio de una errática adaptación de un musical bastante lejano a la masividad. Sin dudas un film que pocos directores más allá del mismo Tom Hooper (ganador de los Oscars a Mejor Director y Mejor Película con «El Discurso del Rey») podrían haber conseguido financiar, una desafortunada inversión ya que costó más del cuádruple de su gran triunfo de principios de la década pasada y ya se confirmó un relativo fracaso gatuno en taquilla. La obra original, creada por Andrew Lloyd Webber, es una de esas producciones difíciles de consumir sin ser ya un fanático de los musicales. Para empeorar las cosas, esta versión de Hooper parece intercalar entre traducir rústicamente al pie de la letra momentos demasiado teatrales y adaptarse a un medio más visual con otras libertades y limitaciones. Pero para no entrar tanto en especificidades sirve mejor ser claro y simple: «Cats» es terrible, insufrible por momentos. Una experiencia repleta de buenas canciones y shockeantes decisiones creativas. Es la combinación de dos mentes brillantes, la de Webber y Hooper, dando vida a un proyecto resultado de una locura momentánea. Un error de cálculo comparable con el monstruo de Frankestein. Realmente no hay ningún aspecto del film que se salve de ser agridulce, como por ejemplo un trabajo de diseño de producción envidiable que produjeron sets excelentes pero que terminan combinándose con ambientes realizados por computadora y sin el tiempo o presupuesto necesarios para que estén a la altura. La experiencia deja a uno anonadado, pero está lejos de ser recomendable aún para aquellos dispuestos a aventurarse esperando algún entretenimiento adyacente a la diversión. Sin dudas su primera mitad es cuando más se acerca a ser algo digerible, pero las sensaciones que deja el resto de la cinta uno no se las desea ni a su peor enemigo. Punto aparte para la apariencia de los felinos en cuestión, que van a despertar en cada uno un arcoíris de respuestas que pueden ir desde la confusa indiferencia al total terror. La decisión de hacerlos híbridos gato-humanos en la época de la captura de movimiento y de los animales realistas hechos por computadora no hacen más que darle todavía más forma a la teoría de que esta es una producción perdida de esos confusos 00s en los que nadie sabía bien que estaban haciendo. Pocos personajes tienen el tiempo o la capacidad de salir airosos, aunque es muy destacable que el elenco se dio por completo a la visión desquiciada del director. Movimientos gatunos, inflexiones vocales y algún que otro «miau» colocado estratégicamente son momentos que existen entre universos paralelos de total seriedad y un estado de juego absoluto. Las canciones también son un fuerte de la película, pero incluso esa es un arma de doble filo cuando hacia el final la extrema densidad de canto por minuto, sumados al mal uso del repertorio por parte de Hooper hacen que el ritmo resulte una tortura aún para aquellos fans del canto dramático en la gran pantalla. No hay mejor forma de describir esta película: una tortura que en sus mejores momentos sólo logra crear confusión y en sus peores hace que, como sus gatos mágicos protagonistas, aspiremos a jugárnosla a ver si en nuestra próxima vida reencarnamos en un ser que no cometa el error (el tremendo, horrible y sumamente poco recomendable error) de ver «Cats». Favor de abstenerse, en este caso la curiosidad mata a la audiencia.
Hay géneros extremadamente difíciles de encarar por encontrarse usualmente tan atrapados en lo que construyeron sus pares: las comedias románticas, el cine de terror o los thrillers policiales como este. Todavía peor, este último ya está completamente asociado con la TV gracias a éxitos omnipresentes como «CSI» o «La Ley y el Orden». Afortunadamente, eso es todavía más dulce cuando aparece una película que logra acomodarse con las expectativas y los vicios que resultan ya inevitables en su género. En «Nueva York Sin Salida» («21 Bridges») tenemos a un detective siendo investigado por asuntos internos por ser un tanto ‘gatillo fácil’, al mismo tiempo que se da una ¿desafortunada? balacera en un robo entre vendedores de droga que sale mal y deja a casi diez oficiales muertos. El resultado va a ser un desesperado y sumamente ficcional intento por capturar a los criminales al cerrar por completo la isla de Manhattan para evitar su fuga. Una tan brillante como hilarante premisa que de todas maneras se lleva adelante con total seriedad y sirve para plantear muy interesantes encrucijadas: los criminales que seguimos casi como otros protagonistas se encuentran atrapados en una isla en donde cada polícia los busca con sed de sangrienta venganza por sus pares caídos. La trama va a tener sus giros, bastante tensión y un par de escenas para satisfacer a aquellos que esperan algo de acción. Pero en el entretenimiento superficial del film no van a encontrarse demasiadas sorpresas. Más bien va a poder apreciarse una producción impecable que realiza de forma casi ideal un guion con la voluntad no sólo de hacerle honor a sus inspiraciones sino también explorar dinámicas de clases y las estructuras tanto de la justicia como lo militar. La cinta puede entenderse un poco mejor cuando se la piensa como un tributo a esas aventuras cuasi episódicas de detectives demasiado endurecidos por una vida de crimen, o incluso como una suerte de «Dirty Harry» que en lugar de ser resultado del anarquismo cínico y sangriento de los 70s es su equivalente socialmente empático y con sed de retribución de los tiempos que corren. Mantiene exitosamente el equilibrio entre darle voz a quienes luchan por hacer cumplir la ley y estar completamente del lado de la sociedad que está cansada del exceso de poder, males endémicos de las estructuras de poder (como Black Lives Matter en EEUU) o la violencia policial en general que nos es tan familiar en nuestro país, o sudamérica en general. El proyecto se encarga de hacer comparaciones incómodas de forma casual pero no menos punzante. Por ejemplo haciendo que sus criminales de turno no sean ex-convictos como sería usual en cualquier otro exponente del género, sino que sean jóvenes veteranos de guerra que quedaron con las mismas limitaciones y cargas sociales con las que Hollywood suele cargar a los criminales salidos de la cárcel. Pero está lejos de sentirse como sentimentalismo o lecciones de programación infantil de sábado a la mañana: es una cinta en la que todos constantemente se persiguen para disparar primero y preguntar después. Chadwick Boseman tiene su primer protagónico luego de que «Black Panther» lo haya expuesto a la mirada del mundo entero, y logra ejecutar de buena manera un rol para el que fue muy bien casteado. Esa es una constante en todo el elenco. Son en estos proyectos independientes que ya son tan raros en Hollywood donde más impacto tiene el elegir un elenco tan efectivo sin tener que atarse a grandes nombres para llenar las salas. Aunque tampoco es que le falten, con Siena Miller, J.K. Simmons y Taylor Kitsch complementando al cascarrabias de Boseman. Pero más allá de que sea un proyecto que satisface y alienta la lectura más allá de lo superficial, lo importante es que también está envuelto en un paquete audiovisual excepcional. Con una destacable dirección por parte de Brian Kirk, experimentado director de TV haciendo su debut en la gran pantalla, que consigue fortalecerse gracias a un muy bien logrado guion y a una banda sonora que potencia todo momento. Mientras uno no espere demasiada acción y sepa sacarle jugo a una historia que tiene mucho más que ofrecer a pesar de no tener demasiadas sorpresas narrativas, «Nueva York Sin Salida» es un pequeño proyecto original e independiente que vale bastante la pena apoyar en este mar de capas y adaptaciones.
Zombieland 2: Todavía sirve, todavía sirve… Sorpresiva secuela que regresa a un universo, que paso con más gloria que pena, gracias al rol de su director en Venom y un mundo post-Deadpool que acepta de otra manera las comedias para adultos. Diez años después de una primera parte que gustó bastante pero fue de a poco quedando en el olvido, llega una secuela que nadie pedía y cuya existencia solamente puede explicarse con algo cada vez más raro: aquellos que hicieron la original realmente tenían ganas. En 2009 una comedia para adultos que cruce los 100 millones era para celebrar, por lo que en este mundo post-Deadpool no es extraño que los estudios vean con mejores ojos un regreso como este. Qué el director en el medio haya roto lógica y récords de taquilla con Venom también seguro que ayuda. En un mundo contemporáneo aunque post-apocalíptico, un grupo de jóvenes y Woody Harrelson tratan de sobrevivir lo mejor que puedan a un planeta ya dominado por los zombies. Liderados por Jesse Eisenberg y con un dúo femenino todavía más relegado en esta secuela a un segundo plano. Los personajes de Emma Stone junto a Abigail Breslin (Little Miss Sunshine) tienen importancia en la narrativa, pero nunca disponen del tiempo en pantalla o los recursos que Eisenberg o Harrelson tienen para ser protagonistas. A estas alturas, que una película (comedia especialmente) que no aproveche tener a Stone como protagonista solamente puede explicarse al pensar que decidieron no invertir tanto económicamente en el rol de la actriz en la cinta. Aunque algún equilibrio se logra con la inclusión de un personaje secundario que termina por tener mucha más presencia que sus otras colegas, interpretado por Zoey Deutch. Actriz que definitivamente está disfrutando de un año revelador gracias a este papel y su rol principal en la serie The Politician de Netflix. Dos personajes muy diferentes que muestran no sólo su versatilidad sino también lo cómoda que se siente actuando en la cornisa de lo que podría haber salido muy, muy mal. Quizás hablar tanto de un nuevo aspecto relativamente menor de la secuela transmita que lo que regresa no lo hace de buena manera, pero no es así. Simplemente vale la pena destacar que lo que pudo haber sido «la Jar-Jar Binks» de esta suerte de franquicia haya quedado tan bien como lo hizo. Si bien su mundo o personajes no invoca ninguna nostalgia, sigue siendo refrescante a esta altura que una comedia de alto presupuesto para adultos tenga cosas que decir. Dista bastante de tener comentarios sociales, pero su director Ruben Fleischer logra darle una vida y personalidad que pocos proyectos saben tener. Comentarios o perspectivas interesantes para algo tan revisionado una y otra vez como es el género zombie. Además del hecho de que todo su elenco estuvo más que contento de volver. En esta era del streaming a las grandes estrellas nunca les faltan proyectos para realizar, así que es destacable el regreso de varios nominados al Oscar que además (sin dar las performances de sus vidas) están tan bien casteados como para ser la mejor versión de sus personajes. No hace falta casi ningún repaso por lo que fue la anterior cuando tus cuatro protagonistas van como anillo al dedo con sus personajes. La excusa para una nueva aventura se siente bastante natural, y aunque hay contados desarrollos de la trama que podrían sentirse forzados al ponerse bajo el microscopio, la verdad es que todo fluye de buena manera entre todo el humor y las vísceras. Todos los que regresen a Zombieland esperando más de lo mismo van a estar más que satisfechos, mientras que aquellos con innecesarias expectativas quizás se sientan decepcionados al ver que esta no es El Padrino 2 de las comedias de zombies. Aún si nunca te molestaste en ver la primera, no te va a costar nada disfrutar de esta segunda parte. Es una película que cumple muy bien con las expectativas apropiadas. Lo peor de la peli es una secuencia de créditos iniciales que se alarga demasiado, pero se compensa con una escena post-créditos para el recuerdo que paga sola el precio de la entrada. En el medio de ese paso en falso de arranque y la excelencia final se encuentra toda la peli. Con buen timing tras el estreno de la película de Breaking Bad, estos proyectos hacen que más de uno se plantee que tan «necesarios» son algunas películas o series. Por nuestra parte, creemos que si algo puede disfrutarse o denota que aquellos que lo realizaron hicieron lo que realmente querían hacer ya es más que suficiente para justificar su existencia. No es nada fácil hacer una secuela una década después de la original y que se sienta como si apenas hubiesen pasado unos meses; para bien o para mal Zombieland 2 logra exactamente eso. Una agradable sorpresa aún cuando no vaya más allá de eso.
El Reino: Políticos que respiran corrupción. Escuchar que salen a la luz, sirve como disparador de este thriller político español, que nos pone en la piel de un funcionario intentando resistir todo el peso de la justicia, o hacer que sus colegas caigan junto a él. El año pasado tuvo un buen paso por varios festivales, dejando buenas palabras por parte de la crítica internacional, pero sin dudas la gran carta de presentación de El Reino son las 13 nominaciones que tuvo en los premios Goya. Término galardonado en más de la mitad de esas categorías, pero lo mejor de todo es que la calidad de esta producción española se encuentra a la altura de tamaña recepción. El film hace foco en una red de corrupción solidificada hace décadas en todos los niveles del gobierno español, poniéndonos en la piel de tan solo uno de los engranajes de la misma. La tranquila y ostentosa vida de su protagonista se ve interrumpida por una serie de escuchas que terminaran poniendo su carrera política en peligro. Su vida empieza a desmoronarse, dejándolo cada vez más desesperado en sus intentos por sostener su orgullo y estatus. Resiste un poco terminos como villanos o incluso anti-héroes, retratando la fragilidad moral que suele acompañar al poder. La culpabilidad del protagonista en ningún momento se pone en duda, y más que intentar simpatizar su figura a los ojos del espectador El Reino se mantiene tranquilo, con la audiencia disfrutando y padeciendo a la vez la odisea de un hombre dispuesto a traicionar a sus más antiguas amistades. El resultado es una experiencia que logra mantener la tensión de forma casi constante durante las más de dos hora que dura la cinta. El ritmo del guion, la cuidada pero cruda cinematografía o la extraordinaria labor de montaje son los factores que se encargan de darle forma a un thriller del más alto vuelo y agraciado por el pulso experto de su director. Por supuesto vale la pena hacer un punto y aparte para destacar las tremendas actuaciones de todo el elenco, brindándole a la trama el semblante justo en cada uno de sus personajes. Hoy en día es un milagro encontrarse con películas que no lleguen a las dos horas de duración, por lo que viene bien estando en vísperas de una película de Scorsese de más de tres, que nos encontremos con una experiencia que supere los 130 minutos de forma justa y apropiada. Aunque lo mejor seguramente es que después de tremendas dos horas, El Reino invierte lo que le queda en el tanque para una suerte de monólogos finales tan simples como efectivos. No son muchas las ocasiones en que nuestro protagonista tiene un respiro durante la trama del film, por lo que el corte final a negro (sin entrar en ningun spoiler) sirve para que él y la audiencia finalmente puedan procesar, de la forma que puedan, una vida llena de grises y una de las mejores películas españolas de los últimos tiempos.
Para los amantes del misterio, Agatha Cristhie, las historias de detectives y por supuesto la intriga de este tipo de cine tan particularmente literario, llega un proyecto nacional de alto vuelo, utilizando la estética en blanco y negro para entregar una trama cuidada al máximo y repleta de los crímenes que a todos nos gusta jugar a resolver. La falta de color y la forma tan melodramática, teatral al extremo, en que los personajes se manejan rápidamente le indican al público qué clase de libro están por leer. Cuenta con un gran elenco, en el que destaca el trío literario de Osmar Nuñez, como el autor consagrado, Luciano Cáceres, el despiadado crítico, y Rodrigo Guirao Díaz en el papel de un novelista novato. Los tres actores han sido victimas de un casting ideal y terminan disfrutando el juego en un mundo tan bien realizado, y con un tono tan particular, como éste. La reunión casual de estos tres personajes en el tren camino a una convención de autores va a iniciar una cuenta regresiva mortal. Una novela perfecta parece haber sido creada, pero lo que tendrá lugar es una carrera contrarreloj y contra la ley para concebir el relato detectivesco por excelencia: ¿Cómo realizar el crimen perfecto? Las huellas de su director se encuentran en toda la escena del crimen. Acreditado con la dirección, los encuadres y el guión de la película, Daniel de la Vega se encargó de que todo elemento se encuentre en su lugar, de la forma adecuada y combinándolos para que la experiencia sea verdaderamente la mejor posible. Mención especial para la excelentísima banda sonora, dirigida por Luciano Onetti, que definitivamente termina de darle forma de manera impecable a todos los juegos mentales, revelaciones y asesinatos. Con un ritmo lento por momentos pero siempre avanzando, da los suficientes respiros como para procesar el último giro narrativo y a la vez comenzar a adelantarse al siguiente. Abundan las sorpresas, los desarrollos inesperados. Una trama hecha por y para los amantes de las novelas de misterio llenas de sospechosos, asesinatos e intriga por doquier. Si te tientan las historias de detectives, sea en la literatura o en el cine, es imperdonable no buscar la forma de disfrutar de “Punto Muerto”.