Zombieland: tiro de gracia

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

VOLVER AL 2009

Con diferencia de una semana, llegaron dos secuelas que ya desde sus respectivos anuncios planteaban la duda de su necesidad o utilidad: tanto Maléfica: dueña del mal como Zombieland: tiro de gracia arriban con una diferencia de tiempo considerable respecto a sus predecesoras y cuando no parece haber mucha demanda de nuevas entregas. Pero si el retorno de la villana interpretada por Angelina Jolie confirmó los peores prejuicios, a partir de una continuación carente de sentido y propósito aún en su gigantismo, las nuevas aventuras de Tallahassee (Woody Harrelson), Columbus (Jesse Eisenberg), Wichita (Emma Stone) y Little Rock (Abigail Breslin) funcionan como recordatorio de discursividades y estructuras narrativas que prevalecían hace apenas una década pero que hoy –cortesía del vértigo de estos tiempos- lucen casi imposibles de implementar.

El planteo narrativo de Zombieland: tiro de gracia se hace cargo de cierto paso del tiempo, mostrando cómo esa familia disfuncional ha terminado de ensamblarse tanto que no solo encontró un cómodo hogar (que resulta ser la Casa Blanca), sino que incluso ha entrado en una rutina un tanto perjudicial. En esa cotidianeidad, Tallahassee ejerce de figura paterna de Little Rock de forma conservadora y hasta insensible, mientras que Columbus y Wichita ya son una pareja en la que el casamiento podría ser el próximo paso al cual no termina de asumirse. Una serie de eventos un tanto arbitrarios pero indispensables sacuden la estantería de los protagonistas, llevándolos nuevamente al terreno de la road movie, del descubrimiento y de un pequeño aprendizaje.

Pero si el tiempo pasa para los personajes, no lo hace para la película, que asume plenamente ese tiempo congelado que deja el subgénero apocalíptico de zombies, dejando en claro que en su mundo todo se detuvo en el 2009. Eso implica hacer de cuenta que nunca existieron el #MeToo, los nuevos debates raciales y feministas, la caída de Harvey Weinstein o el ascenso de Donald Trump. Tampoco la adaptación televisiva del cómic The walking dead o el dominio incuestionable del Universo Cinemático de Marvel. De ahí que nos encontremos con un film que no tiene ningún problema en mostrar cómo Tallahassee despliega todo su imaginario cavernícola o a Zoey Deutch encarnando al estereotipo de la chica linda pero hueca, y que no parece especialmente preocupado por dejar abiertas las puertas para futuras secuelas, precuelas o spinoffs. Es una nueva entrega de un mundo que solo se expande un poco en función de presentar nuevos personajes, algunos conflictos adicionales y algo más de profundidad en sus protagonistas, hasta parecerse a las secuelas de finales del siglo XX, al estilo Arma mortal o Indiana Jones, sin ambiciones de alimentar franquicias eternas.

En esa apuesta a la repetición de lugares conocidos y a la vez marginales, Zombieland: tiro de gracia parece una anomalía dentro de la actualidad de Hollywood, por más que no sea ni renovadora, ni extremadamente nostálgica. Sus chistes, ocurrencias, giros y decisiones rara vez salen de lo previsible, pero esa previsibilidad –que va de la mano con su ligereza- es de hace apenas diez años. En un punto, lo que nos proponen el director Ruben Fleischer –recuperando algo de la pericia perdida en Venom y Fuerza antigángster– y los guionistas Rhett Reese, Paul Wernick y Dave Callaham, es un retorno a un pasado inmediato antes de que se convierta en pura nostalgia. Como volver a visitar el colegio donde hicimos la primaria apenas un par de años después de haber arrancado la secundaria, temiendo haber olvidado nuestra infancia.