Zombieland: tiro de gracia

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Trabajo de equipo

Si bien Zombieland: Tiro de Gracia (Zombieland: Double Tap, 2019), la muy demorada secuela de Tierra de Zombies (Zombieland, 2009), no llega a ser ni remotamente tan hilarante como la película original, algo así como un neoclásico del cine industrial en lo que a las comedias de terror se refiere, aun así logra una pequeña proeza muy poco común tanto en el enclave hollywoodense como en el terreno de las continuaciones: el film, nuevamente dirigido por Ruben Fleischer, exuda un saludable cariño para con sus personajes y los acompaña en un derrotero de lo más simpático que podríamos englobar en la comarca de los melodramas de rescate, un rubro en el que por suerte importan más los protagonistas y sus vicisitudes -sean éstas más o menos unidimensionales o remanidas, según el caso de turno- que la pompa de la acción infinita, los CGIs, la corrección política y lo cool patético.

Aquí retornan los cuatro protagonistas principales, el adalid rudo pero de buen corazón Tallahassee (Woody Harrelson), su compinche un tanto maniático y obsesivo Columbus (Jesse Eisenberg), la desconfiada Wichita (Emma Stone) y su hermana menor Little Rock (Abigail Breslin). El detonante narrativo ahora es doble: primero tenemos la partida de las mujeres porque Wichita se siente demasiado apegada a Columbus y Little Rock considera que el paternal Tallahassee se ha vuelto demasiado posesivo en una etapa en la que la chica está más interesada en superar la adolescencia buscando una pareja, y en segundo lugar está la odisea de los dos señores más Wichita cuando esta última regresa tiempo después porque su hermana ha decidido marcharse con un tal Berkeley (Avan Jogia), un hippón banal que se niega a utilizar armas en esta coyuntura ultra apocalíptica llena de muertos que caminan.

Como toda comedia satírica con elementos absurdos que se precie de tal, hoy volvemos a encontrarnos con las diferentes facetas del ser humano y su generosa estupidez al afrontar la debacle en cuestión, para colmo maximizada porque los zombies han evolucionado en un surtido de “especies” con sus propias características. Más allá de los rasgos ya conocidos en materia de los cuatro personajes principales, sobresalen también los secundarios con un puñado a la cabeza, léase Madison (Zoey Deutch), una rubia tonta, vegana y bien pueril que forma un triángulo con Columbus y Wichita, Albuquerque (Luke Wilson) y Flagstaff (Thomas Middleditch), unos dobles muy graciosos de Tallahassee y Columbus, y el propio Berkeley, un neohippie burgués y trasnochado proclive a llevar a su novia a una comuna, asimismo autoencerrada/ autoaislada y sin comprender la necesidad de defenderse de los muertos vivientes ya que opta -como tantos otros colectivos humanos de nuestro tiempo- por el facilismo de negar la situación y mantenerse “fiel” a criterios cada vez más caducos.

Fleischer, que venía del desastre de Venom (2018), no sólo se recupera vía una propuesta simple y honesta sino que hasta consigue algunas escenas en verdad eficaces en este viaje desde la Casa Blanca, el hogar de los protagonistas al comienzo de su aventura, hasta Graceland y más allá, incluyendo una parada en un reducto comercial centrado en Elvis y administrado por la bella Nevada (Rosario Dawson), el interés romántico reglamentario del personaje de Harrelson. El guión de Paul Wernick, Rhett Reese y Dave Callaham no ofrece nada particularmente original pero el asunto funciona como una agradable excusa para disfrutar de otro gran desempeño del elenco en su conjunto, para redescubrir personajes queribles gracias a sus paradojas y para toparnos con un interesante ejemplo de Hollywood defendiendo el trabajo en equipo orientado a sobrevivir en una época -con o sin zombies- enmarcada en un constante individualismo que cae en ridiculeces en pos de satisfacer un ego que pretende imponerse en el entorno que sea y con la voracidad de la seudo verdad…