Zama

Crítica de Roger Koza - Con los ojos abiertos

Los procedimientos de Lucrecia Martel para llevar al cine Zama son muy diferentes de los empleados por Villegas y Spiner. La singularidad propia de la novela reclama por un sistema estético que desborda las poéticas de los géneros. Que transcurra en 1790 solamente determina un período; el resto es insólitamente desconcertante, pues hay una fuerza expresiva en el texto que es al mismo tiempo concreta y abstracta. ¿De qué manera filmar una rareza literaria como Zama?
Nicolás Sarquís lo intentó sin suerte unas décadas atrás, pero la novela parecía destinada a que algún día fuera animada por Martel. Así es que la cineasta más sofisticada de su generación ha conquistado una materia severa y ha sabido hallar el pasaje secreto que va del párrafo al plano. Sucede que el libro elegido es casi la institución de un mundo, y para Martel eso significaba materializarlo en un espacio físico que distara de la característica operación de la imaginación de cualquier lector. La materia del cine es lo que existe; trastocar lo real y ordenarlo para originar un mundo es prodigioso. Es por es que Zama parece haber sido filmada literalmente a fines del siglo XVIII, como si el equipo de Martel hubiera viajado en el tiempo para registrar en vivo y en directo las peripecias de Don Diego de Zama, un funcionario de la Corona española ansioso por regresar a Europa. Allí lo esperan su mujer y sus hijos; mientras, el tiempo pasa y el corregidor tiene que hacerse de paciencia.
La misteriosa dedicatoria de la novela reza: “A las víctimas de la espera”. Es sabido que la novela pertenece a una trilogía signada por ese comportamiento de naturaleza psicológica. La espera en Zama no es la misma que en El silenciero o en Los suicidas, pero las tres funcionan como una fenomenología de esa actividad de la conciencia por la que el que espera siente una desavenencia entre el presente y el porvenir. El principio poético de la película consiste en reproducir la conciencia desplazada de Zama, trabajando minuciosamente sobre la relación del personaje con la perspectiva espacial que suele restarle cualquier indicio de fuga y asimismo intensificando una dimensión sonora que todo lo enrarece; esta dimensión incluye cuatro irrupciones musicales no melódicas que ni siquiera pueden calificarse de extradiegéticas.