Y abrázame

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Un gualicho en el conurbano

Para lo que suele ser el cine de terror argentino de la actualidad, siempre moviéndose en un péndulo que va desde un ridículo saturado de clichés y citas innecesarias hasta una corrección que suele quedarse corta en su efusividad, Y Abrázame (2017) se impone con voz propia como una de las propuestas más inusuales del panorama reciente vernáculo: esta ópera prima de Javier Rao adopta una perspectiva muy barrial -léase propia de zonas marginales de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano- para contar una historia acerca de un encuentro sexual entre un chico y una chica que deriva en la posterior desaparición de la joven, dejando apenas su celular y algo de sangre en el baño como signos de un primer acercamiento íntimo bien freak. El muchacho en cuestión intenta localizarla de manera infructuosa y a medida que comienza a padecer alucinaciones y sueños protagonizados por la susodicha, se decide a recurrir a una hechicera/ tarotista que lo convence de algo que ya sospechaba: hablamos de un viejo y querido gualicho. Rao maneja un tono naturalista típico del cine independiente argentino que curiosamente no había sido del todo explotado hasta ahora en el enclave del terror, ya que sus colegas directores del género por lo general o apuestan a ensalzar la sobreactuación desaforada o se tiran hacia ese intento de “tono neutro” del mainstream autóctono, el cual de un tiempo a esta parte tiene de modelo a la profesionalidad del cine hollywoodense. Aquí el realizador y guionista recurre sutilmente a algunos tics clásicos del horror fantasmagórico, el cine psicodélico y los relatos de una degradación mental tendiente a la locura, un combo al que se suma el citado costumbrismo como rasgo fundamental a nivel macro (tenemos numerosas conversaciones coloquiales entre el protagonista y su grupo de amigos que se sienten naturales, para nada forzadas). La propuesta en general resulta loable pero los resultados no llegan a ser del todo satisfactorios debido a que más allá de “bajar a tierra” a la pose afectada habitual del terror, esa que puede conducir al éxito o al fracaso según el talento que demuestre el cineasta de turno en la ejecución, a decir verdad al film le termina jugando un poco en contra esta idiosincrasia campechana, restándole fuerza a una trama que de todas formas en su último acto levanta bastante la intensidad de la mano de algún que otro ritual profano… amén de unos minutos finales tan simples como efectivos que respetan la lógica de una mundanidad en la que acechan agazapados unos celos funestos que funcionan como la contracara fatal del amor.