WiñayPacha

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Si bien desde hace ya varios años el nuevo cine peruano viene dando motivos de esperanza con películas como Días de Santiago, de Josué Méndez; Octubre, de los hermanos Vega; o Rosa Chumbe, de Jonatan Relayze Chiang, la ópera prima de Catacora fue una de las apariciones más sorprendentes y reveladoras de los últimos tiempos. Una película rodada en una zona recóndita de los Andes, hablada íntegramente en lengua aimara y protagonizada por dos ancianos (no actores) que alcanza un mínimo aunque bienvenido estreno comercial en el complejo BAMA.

Desde que se estrenó en agosto de 2017 en el Festival de Lima, esta ópera prima de Oscar Catacora -un director treintañero y autodidacto de origen aimara- no paró de recibir reconocimientos. Es que se trata de un auténtico OVNI dentro de un cine peruano que suele provenir de las grandes ciudades y con apuestas narrativas más bien clásicas.

Wiñaypacha está rodada a los pies del majestuoso Allincapac, a más de 5.000 metros de altura, en plenos Andes peruanos. Sus dos únicos protagonistas son intérpretes no profesionales que hablan en aimara, un idioma que está en vías de extinción, y el relato -bello, lírico- está construido a partir de 96 planos fijos.

Willka (Vicente Catacora, abuelo materno del director) y Phaxsi (Rosa Nina), Sol y Luna en aimará, son dos octogenarios que viven solos en medio de la miseria y el frío. Su único sustento son las ovejas, una llama y lo que pueden recolectar de la pachamama en un lugar tan hermoso como inhóspito. Su hijo los ha abandonado y, aunque ellos sueñan a diario con su regreso, no parece que ello vaya a ocurrir.

La película -que tiene algunos puntos de contacto con los primeros trabajos de Lisandro Alonso y, por qué no, con el Yasujiro Ozu de Historias de Tokio- describe con paciencia, sensibilidad y sin caer en pintoresquismos las desventura cotidianas del matrimonio, su religiosidad, sus usos y costumbres, sus tradiciones y leyendas y, si bien el film es tan respetuoso como pudoroso, en el trasfondo subyace una crítica al papel del Estado que abandona a los pueblos originarios y también a ciertos entornos familiares donde no se respeta ni se cuida a los mayores.

Minimalista, intimista y contemplativa (lenta para ciertos estándares del cine contemporáneo más convencional), Wiñaypacha está muy lejos de ser aburrida o hueca. A medida que avanza, el relato va ganando en intensidad emocional y -hay que admitirlo- en tristeza, ante la situación de abandono y la acumulación de infortunios que sufren. El multifacético Catacora, guionista, realizador y también responsable de la excelente dirección de fotografía, logra de sus dos no-actores una presencia conmovedora y a las imágenes fascinantes se les suma un cuidadoso trabajo con las distintas capas de sonido. Una bienvenida sorpresa, una auténtica revelación del nuevo cine peruano.