Wendy & Lucy

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Busco mi destino

Una de las grandes revelaciones del BAFICI 2007 fue Old Joy, película de Kelly Reichardt sobre el reencuentro entre dos viejos amigos que parten de viaje. Era una película climática, minimalista y, sobre todo, fascinante y encantadora.

Más o menos lo mismo puede decirse de Wendy & Lucy, una producción austera sin los clisés y lugares comunes que han transformado al cine indie norteamericano casi en un género (previsible) en sí mismo.

Wendy (esa inmensa actriz sin techo a la vista llamada Michelle Williams) es una chica que viaja desde Arizona hasta Alaska para ganar buen dinero en la industria pesquera y escapar de su familia. Lo hace en un auto destartalado que pronto dejará de funcionar, con unos pocos dólares que se le van evaporando y con la única compañía de su adorada perra Lucy, que para colmo de males queda en manos de extraños cuando ella es detenida por robar un par de latas en un supermercado.

Wendy & Lucy no apela al patetismo, no se ríe de la gente de pueblo, no apela al humor irónico, no tiene un milímetro de cinismo y no deja de querer nunca a sus personajes. Además, está filmada sin regodeos ni excesos, y su narración transmite libertad, belleza y un dejo de melancolía.

Esta talentosa directora vino al BAFICI 2009 para una retrospectiva integral y un libro dedicado a su obra. Allí pudimos descubrir otros interesantes trabajos suyos, como River of Grass (1995), Ode (1999) o sus cortos Then a Year (2001) y Travis (2004). Mientras esperamos que el festival porteño nos regale la oportunidad de apreciar su western revisionista (y feminista) Meek's Cutoff, estrenado en la competencia oficial de la última Mostra de Venecia y otra vez con Michelle Williams en el elenco, bienvenido sea este lanzamiento en el circuito alternativo de una pequeña gema rebosante de sensibilidad como Wendy & Lucy.