Vuelta al perro

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

CIUDADANO NO TAN ILUSTRE

En la película de Nicolás Di Cocco, un director de teatro en decadencia (tanto que durante un estreno dos mujeres pasan delante de él y una le dice a la otra “pensé que estaba muerto”) recibe la invitación del intendente de su pueblo natal para que regrese a poner en escena la vieja obra que lo hizo famoso y, de paso, participe de algunas actividades con más color proselitista que cultural. En estos primeros minutos, Vuelta al perro trabaja una cuerda cercana a la de las películas de Mariano Cohn y Gastón Duprat, con su mirada cínica sobre el mundo del arte, con un humor que no hace más que reforzar el carácter miserabilista de sus personajes, no casualmente habitantes del mundo de la cultura, como los de El ciudadano ilustre, Mi obra maestra o Competencia Oficial. La diferencia de Di Cocco es que en su abordaje del costumbrismo (algo que también hacen Cohn y Duprat), termina encontrando algunos gestos de humanidad que ponen a sus criaturas en otro lado, un poco más gratificante.

Vuelta al perro explora el tema de la vuelta a los orígenes como una forma de reconstrucción personal, algo bastante habitual del cine argentino reciente donde el desplazamiento de la producción cinematográfica de la Ciudad de Buenos Aires al interior no puede dejar de pensar a la vida de provincias como una suerte de premio consuelo al porteñocentrismo. De todos modos, Di Cocco justifica su decisión narrativa en los conflictos que atraviesan a su protagonista: pasa de olvidado en la gran ciudad a celebridad en el pueblo, algo tentador para su ego demolido pero que por otra parte le genera conflicto con los personajes que lo rodean. Ricardo Darring (Daniel Di Cocco, padre del director y gran protagonista), el teatrista en cuestión, se reencuentra con viejos compañeros de elenco, entre reproches y cuentas pendientes.

Si la película cae por momentos en algunos lugares comunes, actuaciones un poco intensas y en la escritura algo caricaturesca de los personajes (el intendente, por ejemplo), por otra parte encuentra atajos para no terminar de caer en el muestrario de hijaputeces propio del cine de Cohn y Duprat, aparente modelo sobre el que esta película se piensa. Ese grupo de artistas decadentes (borrachines, antisociales, neuróticos) pasa de ser un intento de parodia del mundo teatral, a involucrarse en una trama más propia del cine de engaños y robos maestros. Un engaño que se montará sobre el escenario, ofreciendo esa otra cara que el arte sabe exhibir cuando se convierte en farsa y se burla del poder. Si algo podemos celebrar de Vuelta al perro es que si amenaza todo el tiempo con volverse grave, finalmente se resuelve con una mezcla de ligereza y picardía. Una bocanada de aire fresco ante tanto cine demasiado creído de sí mismo.