Volver a empezar

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Un tragicomedia romántica y musical que no está a la altura de su magnética protagonista.

A los 64 años Isabelle Huppert parece estar atravesando uno de los mejores momentos de su extraordinaria carrera. En los últimos meses la vimos brillar en Elle: abuso y seducción, de Paul Verhoeven; en El porvenir, de Mia Hansen-Løve; y en la aquí todavía inédia Madame Hyde, de Serge Bozon, e incluso salir airosa de La cámara de Claire, de Hong Sangsoo; Happy End, de Michael Haneke; y El valle del amor: un lugar para decir adiós, de Guillaume Nicloux. Mientras se anuncian para las próximas semanas los estrenos de otros de sus trabajos recientes, llega este segundo largometraje del belga Bavo Defurne (Noordzee, Texas) en el que su magnetismo y versatilidad no alcanzan para salvar al film del naufragio.

El peor pecado de Volver a empezar (curioso título de estreno frente al original Souvenir) es su indecisión: no se juega por un realismo que permita empatizar a fuerza de credibilidad con los traumas de sus atribuladas criaturas ni tampoco por el absurdo desatado ni por un tono cercano al cuento de hadas que muy bien le hubiese venido a esta historia de amores imposibles, redenciones y segundas oportunidades.

Huppert es Liliane, una mujer que trabaja en una rutinaria fábrica de patés. Allí conoce a un empleado temporal llamado Jean (Kévin Azaïs), un aspirante a boxeador profesional de apenas 21 años, que descubre un pasado que ella intenta ocultar. Alguna vez Liliane fue Laura, una prometedora cantante que estuvo a punto de batir a los mismísimos ABBA en un concurso de talentos europeos. Tras un incipiente éxito y una pelea con su manager/mentor, su carrera cayó en el más absoluto de los olvidos.

El improbable romance entre esta mujer madura y el entusiasta joven que aún vive con sus padres y la posibilidad del retorno a los escenarios (como verán en la foto que ilustra esta crítica) con todo lo que eso implica en términos emocionales son los ejes de un film que no resulta ni demasiado emotivo ni divertido (como sí lo era, por ejemplo, El cantante, de Xavier Giannoli, con Gérard Depardieu). El medio tono, su puesta en escena de vuelo bajo y su guión de conflictos y resoluciones previsibles desmerecen a una actriz del talento de Huppert, que -de todas maneras- logra alejarse del ridículo a puro profesionalismo. Viéndola tan bella y elegante sobre las tablas uno le desearía un destino bastante mejor que el que le ofrece Volver a empezar. Por suerte, su prolífica carrera nos permitirá reencontrarla pronto en papeles más intensos, exigentes y profundos.