Vivir al límite

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Una experiencia contundente

La realizadora, Kathryn Bigelow, fue comparada con los grandes cineastas clásicos.

Para quienes esperan de una película ambientada en el conflicto de Irak grandes elaboraciones sociopolíticas, personajes heroicos y mensajes aleccionadores, Vivir al límite puede resultar una propuesta decepcionante. En cambio, para aquellos que estén dispuestos a sumergirse en la intimidad cotidiana de los profesionales de la guerra (en este caso, expertos en desactivar bombas que se juegan la vida a cada segundo), podrán ser protagonistas de una de las experiencias cinematográficas más contundentes y desgarradoras de los últimos años.

No hay en esta nueva película de Kathryn Bigelow ningún atisbo de metáfora, denuncia ni frases altisonantes (algunos intelectuales la cuestionaron con el dudoso término de "apolítica"). La talentosa directora de Cuando cae la oscuridad , Testigo fatal, Punto límite, Días extraños y K-19 - una de las pocas mujeres que incursionan tan bien (o mejor) que los hombres en el cine de género (supuestamente) masculino- prefiere concentrarse en el accionar de los tres artificieros de la compañía Bravo mediante un sofisticado mecanismo de repetición y acumulación, una sucesión de escenas en las que deben desarmar explosivos con el reloj y los francotiradores como principales enemigos.

Tanto el preciso guión de Mark Boal (un periodista experto en coberturas bélicas) como la puesta en escena que elige Bigelow (mucha cámara en mano, tomas subjetivas y una edición que prioriza la tensión) sirven para que el espectador sea testigo privilegiado de la intensidad y la crudeza de cada misión, de la carga de adrenalina que es el verdadero combustible que mueve a estos verdaderos adictos a la guerra, de los que sólo conoceremos algunos detalles a partir de un par de muy cuidadas escenas intimistas en los que afloran algunos rasgos de "humanidad", pero que evitan con elegancia caer en el didactismo y en la sensiblería.

Comparada con grandes cineastas clásicos como Anthony Mann o Sam Fuller, Bigelow ofrece una narración quirúrgica (en definitiva, estos profesionales son verdaderos cirujanos) en la que para su desarrollo resultan tan importante los grandes picos de tensión como los pequeños detalles (una silueta que se esconde detrás de una ventana, el paso de unas cabras, un cigarrillo que se prende, un teléfono que se activa, una roca que se mueve, una canción de heavy-metal que se escucha, un civil iraquí que se cruza en el camino). Porque en la espectacularidad con que están construidas las escenas de acción y en el valor que adquieren cada una de las sutiles observaciones reside, precisamente, la enorme sabiduría de esta realizadora.

Los tres actores principales están impecables con sus contradicciones y diferentes matices, pero es Jeremy Renner -el artificiero que luego de haber desarmado 873 bombas se sigue calzando un traje que parece de astronauta y se enfrenta solo a lo desconocido- el verdadero protagonista del relato, un personaje sin grandes luces ni atributos, pero por el que no podemos dejar de consustanciarnos y comprometernos emocionalmente ni por un segundo.

En una era en que las películas se ven cada vez más en monitores de computadoras o incluso en minúsculos celulares, Vivir al límite -que desde hace meses se consigue en copias truchas- es digna de ser vista con la mejor calidad de imagen y sonido en pantalla gigante para recuperar, así, el placer genuino del gran espectáculo cinematográfico.