Viviendo con el enemigo

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

La nueva película del director James Kent (más abocado a la tv) es una adaptación de la novela de Rhidian Brook. La historia gira en torno a un coronel asignado a reconstruir parte de la ciudad tras ganar la Segunda Guerra Mundial y a su mujer, quienes van a vivir a una casa antes ocupada por una familia de alemanes.
Rachael y Lewis eligen, en realidad él toma la decisión ante una primera resistencia de parte de ella, convivir en esa enorme casa junto a ellos: un viudo y su hija adolescente. La casa es de los ingleses, eso queda claro, pero los alemanes tienen una parte para ellos, casi como si fuesen el servicio.
El trabajo mantiene a Lewis muy alejado de la casa mientras que con Rachael sucede todo lo contrario, pasa demasiado tiempo encerrada con sus fantasmas en una casa grande, con gente que no conoce y sirvientes que le hablan en un idioma que no entiende.
En medio de esas separaciones forzosas, en las que Lewis parte con el ejército y es testigo de los horrores de una guerra que se dio por finalizada pero no parece tener fin, o cuyas consecuencias son igual de terribles, Rachael choca constantemente con Stephan, en realidad busca justamente lo contrario, no chocárselo, no verlo, evitarlo.
Un acercamiento inesperado hacia su hija, Freda, un personaje que al principio no parece tener mucha dimensión y se presenta más bien como una adolescente problemática pero cuyas acciones luego presentarán consecuencias importantes, cambia su modo de ver a la familia con la que convive a la fuerza. De a poco comienza a acercarse a ese hombre a medida que su marido se aleja y pasa más tiempo fuera de su casa.
Lo que viene es lo que podemos imaginar: un triángulo amoroso, una historia de un amor clandestino entre la inglesa y el alemán, e ilusiones de un posible futuro juntos lejos de todo. ¿Se puede uno permitirse soñar en el lugar y tiempo donde están? “Viviendo con el enemigo” no es más que un drama enfrascado en un fuerte contexto histórico.
La relación que toma protagonismo en el relato no cuenta con la suficiente pasión y al mismo tiempo funciona para no tapar esa realidad en la que viven. Hay un mundo ahí afuera que intenta recomponerse pero todavía está muy roto.
Jason Clarke (actualmente en cartelera con “Cementerio de animales”) es este coronel que guarda oscuros secretos y que busca refugiarse constantemente en su trabajo. Keira Knightley es quien interpreta a Rachael, la mujer que siempre se queda sola, que siempre se ha quedado sola, aun cuando más necesitaba compañía ante una fuerte pérdida sufrida de manera reciente, y sin embargo siempre una fiel compañera.
El sueco Alexander Skarsgaard interpreta al alemán Stephan, ese hombre que también carga con una pérdida y al mismo tiempo necesita estar compuesto para cuidar de su hija, quien a su vez ya comienza a tener sus propios ideales. En medio del reparto quien termina luciéndose es Keira Knightley, actriz siempre capaz de dotar de mucha pasión a sus personajes desde la sutileza que provocan sus miradas y sus gestos.
Si la película funciona como un drama de pasiones en medio de su importante contexto histórico es antes que nada por ella, porque además la trama elige mayormente su punto de vista. Lo que podría haberse convertido con facilidad en un culebrón consigue llegar a un buen puerto más allá de resultar mucho más interesante su primera mitad, donde se plantean las situaciones y la relación entre ingleses y alemanes.
Estamos ante un drama interesante que de todos modos no termina de aprovechar lo que tiene entre manos y carece de la pasión necesaria. Resulta entretenida y poco más.