Visiones

Crítica de Diego Maté - A Sala Llena

Visiones, de Juan De Francesco, cuenta la historia de Marta, una mujer que se disfraza de gitana y sobrevive fingiendo adivinar el futuro; y de Esteban, un chico que vive en la calle y que habrá de ser adoptado por Marta. Pasados muchos años, Esteban se convierte en estafador que embauca mujeres y las envía a Marta, ahora su cómplice, quien las recibe en su sala de consulta. El método es simple: Esteban las conoce, seduce, obtiene información y después las abandona, pero no sin antes esconder un volante en sus bolsos con los datos de Marta. Así, ella las recibe conociendo todos sus secretos y las atrapa con su red de mentiras y de supuestos embrujos. Hasta ese punto, la película resulta notablemente rutinaria: las escenas se suceden sin demasiado pulso, la cámara parece rígida y atornillada al suelo, y la planificación general hace acordar a la de una tira televisiva (muchas escenas se resuelven apelando al plano/ contraplano; la fotografía es siempre brillante, tanto en exteriores como en espacios cerrados). Si la sociedad espuria de Marta y Esteban se vuelve medianamente creíble, eso es solo por obra de los actores, cuya solvencia (en especial la de Adrián Ero, que interpreta a Esteban) ayuda a imprimirle algo de dinamismo al conjunto. Pero incluso si los actores cumplen, la dirección no sabe aprovechar del todo la tensión generada entre ellos y algunos momentos culminantes pierden eficacia por culpa de los primeros planos, que fragmentan la acción y no nos permiten ver a uno reaccionar frente al otro.

Algo de este estado de cosas cambia para bien cuando el guión pega su vuelta maestra: Marta, la falsa gitana, la que simula leer las cartas, descubre por accidente -cuando toca a una clienta- que tiene visiones, visiones reales de la vida de la otra persona, y que puede acceder tanto a su pasado como a su futuro. Así, con ese nuevo don adquirido de golpe y porrazo, Marta se entera que la clienta en verdad está complotada con Esteban y que entre los dos planean robarle la plata ahorrada durante años y matarla. Para cuando Marta toma conciencia del peligro, ya es tarde: Esteban le apunta con un revólver, y dispara. Lo que sigue no deja de ser divertido: las imágenes de la muerte de Marta se revelan a su vez como otra visión surgida del contacto físico con la clienta (confabulada con Esteban), entonces la acción retorna al principio, y ahora la protagonista habrá de ensayar una estrategia para desbaratar los planes de Esteban, solo para fracasar de nuevo, morir y volver al comienzo una vez más, y así muchas veces más. En este punto, Visiones demuestra tener una rara predilección por las variaciones y por la exploración de los rumbos posibles de un relato, algo atípico para el cine argentino (salvo, quizás, por la obra de Mariano Llinás) que pone a la película en diálogo, antes que con otro film local, con alguna filmografía extranjera como la de Hong Sang-soo y su gusto por las variaciones de un mismo tema.

Aunque no se trate de otra cosa que de un mero ejercicio de estilo, el experimento divierte y compensa la falta de credibilidad que la película transmite el resto del tiempo. Pero cuando el recurso agota una serie nada despreciable de opciones y de revelaciones, la trama opta de nuevo por la linealidad y la frescura cede para que la película avance nuevamente -en forma mecánica- hacia un final dramático, con vuelta de tuerca incluida.