Virus:32

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

"Virus-32": la peste

Con acertado criterio, Hernández no pierde ni un segundo en explicar cómo se produjo el virus del título y cómo se transmite.

Un deslumbrante travelling inicial que recorre pasillos, atraviesa paredes, viaja de una casa a otra y termina saliendo al exterior, donde se aprecian signos de un estado de caos, y una mayúscula licencia dramática final, obligan a bajarle un puntito a Virus-32, magnífico relato de terror del uruguayo Gustavo Hernández. En el caso del titánico travelling, porque su única justificación es presentar una serie de personajes, de los cuales sólo dos harán parte de la historia. El cine de género de la otra orilla halló el modo de hacer del máximo minimalismo espacial el trampolín para narrar el encierro, y por lo tanto el terror concentrado y sin salida. El que marcó la tendencia fue el propio Hernández con La casa muda (2010), donde una mujer aislada se veía acosada por presencias que no eran de este mundo, a las que el realizador mantenía obstinadamente fuera de campo. Lo siguieron los realizadores y guionistas Fede Álvarez y Rodo Sayagues, alternándose en esos roles en las muy buenas No respires (2016) y secuela (2021). Ahora Hernández vuelve a lograrlo, en el doble rol de director y coescritor, en esta paráfrasis de La casa muda, más poblada y física que la anterior pero igualmente encerrada.

Ahora se trata de un inmenso club deportivo montevideano (aunque esa localización no se explicita, como modo de universalizar una película que no apunta sólo al mercado hispanohablante), que Iris (excelente Paula Silva, en un papel de alta exigencia física y emocional) cuida por las noches. Se ve obligada a llevar a su hija Tata (Pilar García, muy ajustada también) con ella, ya que el padre “olvidó” que ese día le tocaba a estar a cargo. Una vez en el club empiezan a aparecer, en forma furtiva, figuras en la oscuridad cruzando los pasillos, y pronto empezarán a multipicarse. La radio reporta ataques y muertos en las calles, y en un momento dado Tata desaparece. Atravesando vestuarios y canchas de basquet se encontrará con Luis, un desconocido sumamente estresado (Daniel Hendler, más perturbado que de costumbre), que está más al tanto de la erupción de seres contagiados, y que reconoce saber dónde está Tata. Propone un extraño pacto: si Iris la ayuda con el parto de su esposa, que espera junto a unos lockers, él le dirá dónde está Tata. Hay un problemita: la esposa de Luis está atada, amordazada, y se sacude con transpirada furia en una silla.

Con acertado criterio, Hernández no pierde ni un segundo en explicar cómo se produjo el virus del título y cómo se transmite. Total, qué importa. Lo único que importa es que los tipos (y tipas) son letales, aunque no anden comiendo gente: no se trata de zombies, sino de infectados. Imitando la economía del realizador, el cronista no perderá tiempo en comentar el carácter de parábola de contemporaneidad, ya que lo que importa no es ni siquiera el virus, sino la mera, mínima situación de heroína e hija amenazadas, y las hordas multiplicándose en el recinto. La cámara de Hernández, siempre móvil (cero histeria), recorre el club entero, generando el curioso efecto de un encierro en movimiento. En otra muestra de inteligencia, el realizador utiliza una cerrada oscuridad (la copia presentada a la prensa, de segunda calidad, tenía planos casi impenetrables de tan oscuros), tanto para crear clima y establecer un tono (la película es muy dark, a pesar de cierta concesión final) como para mantener semiocultos a los atacantes, un poco a la manera de las tres primeras Alien.

Aunque le guste lanzarse en travellings, Hernández no se ata a algún carácter programático (un mal de la época): ver la escena del segundo encierro en una camioneta, narrada con planos fijos y cortes de montaje. La salida final, sumamente ambigua en tanto no está claro si se trata de una liberación o el encuentro a una amenaza mayor, recuerda, y tal vez esté basada, al extraordinario último plano de Los pájaros, donde los Brenner logran escapar en pleno esperanzado amanecer… rodeados de aves inquietantemente quietas.