Vino para robar

Crítica de Santiago García - Leer Cine

El vino es el McGuffin

En una escena de Vino para robar la protagonista lleva puesta una remera del film North By Northwest (1959) de Alfred Hitchcock que acá en Argentina se conoció como Intriga internacional. El 99% de los espectadores no registrará este detalle inocuo pero no gratuito. Algunos le reclamarán al director Ariel Winograd (bastante cinéfilo, como ya demostró en Mi primera boda) esa cita pero no tiene nada de malo. Winograd no lo hace para fanfarronear y la remera no afecta en nada a la película. Ahora bien, tampoco es casual. Digo, no tiene una remera de Psicosis o de Frenesí. Hay algo en Vino para robar que está completamente conectado con el director inglés.

A los largo de las varias décadas que se extendió la carrera de Alfred Hitchcock, el director mantuvo muchas constantes, variados temas y obsesiones que son el centro de su cine. Uno de los temas favoritos de Hitchcock es la pareja. La pareja vista de dos formas distintas. La pareja en aventura y el matrimonio. En la pareja en aventura, en plena seducción, dos desconocidos se encuentran, uno de los dos es sospechoso de asesinato, es acusado de algo o parece estas chiflado, y sin embargo, la otra persona se enamora perdidamente. En el matrimonio, nadie es asesino, pero la desconfianza es absoluta. Vino para robar suscribe a la categoría pareja de desconocidos al estilo Hitchcock.

Por supuesto que estas historias, generalmente policiales, relatos con suspenso y sorpresas, son prácticamente comedias. Comedias de suspenso, aventuras románticas, policiales juguetones. Es decir: Hitchcock. Pero este no es un ejercicio cinéfilo, sino que se trata de explicar cuál es el encanto de la película de Winograd. Porque el guión podrá ser imperfecto, la ejecución no siempre impecable, y sin embargo a medida que pasan las escenas Vino para robar se vuelve encantadora.

Claro que no es verosímil, claro que no todo cierra, pero lo que importa no es eso. Lo que importa es la aventura, la chispa, la gracia. Lo divertido que es para el espectador y para los personajes este juego de idas y vueltas. La simpatía genuina y bien lograda. Claro que del guión no hay que contar nada, porque desde el comienzo la película empieza a plantearle al espectador sus juegos.

Sí hay que decir que no son pocos los hallazgos. Que los actores secundarios están todos bien –el número de secundarios es menor que en los films anteriores de Winograd- y que el final está muy bien. En cuanto al vino, sin duda se trata de lo que Hitchcock llamaba McGuffin. Es decir: Una excusa argumental para hacer avanzar la trama. El vino no importa, no hay que concentrarse en eso. De hecho la película se guarda una humorada final con respecto a la tan ansiada botella.