Vino para robar

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Filme con la saludable pretensión de entretener

La comedia policial es un híbrido que toma algo de ambos géneros, pero en porciones dispares. Suele incluir aventuras, suspenso, humor y romance. Es lo que ocurre en este tercer filme de Ariel Winograd. Los anteriores fueron Cara de queso (2006) y Mi primera boda (2011).
La historia nace en Buenos Aires y luego se traslada a la provincia de Mendoza, donde se desarrolla la mayor parte. Y finaliza en Florencia, Italia, con una secuencia que puede ser tanto un cierre como un anticipo o justificación de una eventual secuela.
Es un acierto haber filmado en el interior del país. Entre las locaciones reconocibles se pueden mencionar el Parque General San Martín, la plaza San Martín, algunas bodegas del Valle de Uca y la Vía Blanca de las Reinas. Los escenarios cumplen una finalidad narrativa, la publicidad turística aparece por añadidura.
La película trata sobre ladrones/timadores. Uno de ellos es Mariana Tarantini (Bertuccelli), alias Natalia, hija de Pascual (Alarcón), un viñatero que dice que va a morir cuando se le termine la última botella de vino.
El otro ladrón es Sebastián (Hendler), quien trabaja con el apoyo de un hacker interpretado por Piroyanski, más alguna complicidad adicional. El hacker le impone a Sebastián el nombre clave de "Bond, Juan Bond".
El primer objeto de la codicia de ambos ladrones es una máscara exhibida en un museo de Buenos Aires. Pero luego la acción se instala en Mendoza, donde el nuevo objetivo resulta una botella de vino malbec que habría pertenecido a Napoleón III y está guardada en la bóveda de un banco.
Por estas variantes, el título de la película posee un doble sentido, porque tanto se refiere al "vino" como al verbo "ir". Además, la botella adquiere, en parte, la función de un McGuffin, ese recurso creado por Hitchcock para mantener la tensión narrativa, como ocurría en el ya emblemática Ronin, de John Frankenheimer.
El más interesado en esa botella es un empresario llamado Basile, aunque cabe agregar que la película no tiene relación alguna con el fútbol. Este hombre se mueve protegido por dos matones. Por alguna razón, Sebastián debe apoderarse de la botella en el plazo de 72 horas.
La historia se complica con la aparición de Karl Guntag, un alemán experto en vinos que llega a Mendoza contratado para realizar un relevamiento de las botellas depositadas en la bóveda del banco de marras. Este personaje es interpretado, de manera eficiente, por el escritor bahiense Luis Sagasti, quien, además, da a la perfección el fisic du rol.
Vino para robar toma prestado algunas variantes de otros filmes de ladrones. Por caso de Hitchcock y Soderbergh. Pero en especial de El affaire de Thomas Crown (1999), en su segunda versión protagonizada por Pierce Brosnan y Renee Russo. De todos modos, la película posee suficientes atributos propios que la diferencian de cualquier modelo.
El mérito es compartido por el guionista Adrián Garelik; el director, quien logra una fluida puesta en escena, salvo algunas caídas; del veterano fotógrafo Ricardo De Angelis y de todos los actores mencionados precedentemente.
En suma, una película disfrutable, que no posee otra pretensión que la saludable de entretener.