Vincere

Crítica de Javier Porta Fouz - HiperCrítico

Hay que ver Vincere

A sus setenta años, Marco Bellocchio es uno de los grandes directores en actividad. Su opera prima, I pugni in tasca (1965), es una de las películas italianas insoslayables de la década del sesenta (y esto lo digo con plena conciencia de que en esos años Italia era una potencia cinematográfica). I pugni in tasca fue uno de esos fulgurantes “debuts a los veinticinco”, como lo fue El ciudadano de Orson Welles. I pugni in tasca puede verse cada tanto en el Malba en una copia perfecta, estén atentos por si aparece programada.

Si bien películas posteriores como En el nombre del padre o Violación en primera página se estrenaron localmente, y la música para Enrico IV la compuso Astor Piazzolla, fue gracias al escándalo de El diablo en el cuerpo (1986) cuando Bellocchio se hizo más famoso. Sí, esa era la película de la fellatio. O sea, una película no pornográfica que incluía sexo oral explícito. La película fue un éxito en Argentina en esos primeros años de democracia. Vista hoy, no impacta por la escena de sexo, y muestra que Bellocchio es actualmente un director mucho más subyugante que en los ochenta. Si no me equivoco, luego de El diablo en el cuerpo en 1986 y de La nodriza en 2001 (pero el film es de 1999), ninguna de sus películas se estrenó comercialmente en Argentina hasta Vincere. Sí, algunas se vieron en el Festival de Mar del Plata, como Il principe di Homburg, y otras en el Bafici como L'ora di religione (Il sorriso di mia madre), Buongiorno, notte e Il regista di matrimoni. Con L'ora di religione (Il sorriso di mia madre) (2002) Bellocchio pareció reinventarse como director, y su carrera cobró nuevos bríos. Para comprobarlo con creces, pueden buscar esa película o, especialmente, Il regista di matrimoni, cuya ausencia en los cines argentinos y en las ediciones en DVD ha privado a la mayor parte del público de acercarse a una de las grandes películas de esta década.

Por suerte, desde hoy, jueves 5 de agosto, está Vincere en los cines, y en varias buenas salas, con buen sonido, buena proyección y en 35mm. Al ver Vincere, verán al Bellocchio siglo XXI, un director en su momento de esplendor –con la ambición y el filo de su ópera prima–, y estarán frente a una película voraz, imaginativa, excesiva, pasional. La historia es la de Ida Dalser y su relación con Benito Mussolini. Dalser es interpretada por Giovanna Mezzogiorno (aquí conocida sobre todo por El último beso), protagonista y centro de la película con una energía furiosa y un talento del que Bellocchio sabe sacar provecho con cambios maestros y cortantes que van violentamente desde primeros planos (sí, los ojos, siempre los ojos; lo más cinematográfico que existe, lo sabía Griffith y no hay que olvidarlo) hacia planos generales, todos magistralmente iluminados por el director de fotografía Daniele Ciprì (quien también es director y tiene unas cuantas películas para destacar, pero de eso hablamos otro día). En Vincere, Ciprì trabaja con claroscuros marcados y pequeños brillos, por momentos con un estilo directamente expresionista, como cuando logra aislar, iluminar y hacer diabólicos los ojos de Mussolini en la cama. El plano de Ida tras las rejas y tras la nieve es memorable no sólo por la belleza de la imagen sino sobre todo porque a esas alturas ya se ha desatado el melodrama (y Bellocchio no tiene ningún miedo en pasar de la Historia al género; es más, su juego es contar la Historia con esta historia melodramática): Bellocchio sabe que la fuerza y la belleza de las imágenes pueden caer en el vacío sin el compromiso con los personajes. Ciprì y Bellocchio también juegan con sombras de personas reales frente a la luz de películas proyectadas, y trabajan la iluminación de muchos segmentos en función de la luz de pantallas cinematográficas: el techo de una iglesia convertida en hospital de campaña muestra a un Jesús cinematográfico encima de Mussolini, quien a partir de ahí, y luego de haber desafiado a Dios y a la Iglesia, se convertirá en un aliado del poder eclesiástico. Bellocchio cuenta con imágenes poderosas –y con collages, y con imágenes sombrías, y con poder de síntesis para mostrar el temible y poderoso pulso de la ciudad del futurismo– lo que Haneke en La cinta blanca apenas podía contar con diálogos injertados (comparar el inicio de la Primera Guerra Mundial en ambas películas).

Hay mucho más que decir sobre Vincere, e incluso podría ponerme a desarrollar el argumento, pero no es mi estilo. Pero lo que importa es el estilo, el trazo, de Bellocchio en Vincere, que hace pensar en la última gran película de Francis Ford Coppola: Drácula (1992). Como Drácula, Vincere es tremendamente operística, pasional, sanguínea, imaginativa, fascinada por el cine, por sus efectos en el público y por sus tácticas y estrategias: los juegos con los tiempos, con el montaje, con el temblor de las imágenes y con los insertos puntúan la película sobre todo en su deslumbrante primera hora. Vincere, también, es una película vampírica: ahí está Mussolini consumiendo la energía de Ida Dalser en la cama, y chupando su dinero. Y el enfrentamiento entre la esposa de Mussolini e Ida en la iglesia-hospital tiene varias de las características de un enfrentamiento entre vampiras coppolianas por su presa. Rachele, la esposa de Mussolini, es mostrada con desprecio por Bellocchio: no solamente la muestra fea sino –y sobre todo– la muestra hablando feo, con una pronunciación agresiva, rústica, bruta. Igual de bruto, brutal y transparentemente ridículo se lo ve a Mussolini en las imágenes reales, porque a partir de que Mussolini (Filippo Timi) deja de ver a Ida ya no lo veremos más interpretado por el actor, sino que sus apariciones –ya en la cumbre del poder– serán con imágenes de archivo. Mediante esta supresión actoral, Bellocchio parece estar diciendo que lo monstruoso, lo vomitivo, lo ridículo, no pueden representarse con mayor eficacia que con la que lo captaron las cámaras documentales de aquellos tiempos. ¿Querían una gran película? Olvídense de El origen y vayan a ver Vincere. Vincere cree en el cine, en la posibilidad de contar una historia para llegar a la Historia y, mucho más importante, cree en la posibilidad de emocionarnos con las mejores armas, esas que confían en el poder del cine, el arte que mejor se relaciona con el mundo.